CIA: Nuestro hombre en Caracas (I)
Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
La llamada eufemísticamente oposición en Venezuela, que en realidad es una contrarrevolución, que al decir de Carlos Marx, le es inherente a toda revolución, está desgastada después de tantos años de intentos por revertir la obra de los patriotas venezolanos, lo han intentado casi todo, incluido el asesinato político, ahora el magnicidio cobra más fuerza, cuando una vez más no han podido vencer en las urnas e inventan todo tipo de artimañas como apelar al cacareado “fraude electoral”, típico en todas las elecciones celebradas y por convocarse.
El criminal candidato republicano en Estados Unidos, gritó fraude, antes de terminar el conteo de votos y hasta el presente no ha reconocido al vencedor Joseph Biden como su presidente, sigue en el pataleo. Instigó el frustrado golpe de Estado con la toma del Capitolio y ahora exhibe, el laqueado, su orejuela lastimada como “víctima” de un atentado, que le ha sumado seguidores y casi borrado todas las demandas en su contra por diversos crímenes habituales y hartamente conocidos.
En Venezuela desde Carmona “el breve”; el bufón Guaidó, devenido en esquilmador de arcas públicas entregadas por el Imperio; la inveterada señora malgastada como candidata, han seguido varios Capriles, López, hasta el devenido hombre de la CIA en Caracas, con pasajes turbios de servicios prestados en la guerra criminal y agresora de Estados Unidos en Centroamérica.
El perdedor Edmundo González Urrutia, la penúltima opción opositora, ha inspirado su ejemplo en descendientes, tal es el caso de su hija Érika Carolina González López, quien fue acusada, según medios locales, por la Fiscalía 4ta. del Ministerio Público por estar vinculada a múltiples delitos graves. Entre ellos se incluyen privación ilegítima de libertad por funcionarios públicos, lesiones personales intencionales, asociación para delinquir y corrupción. Este caso grave no es reciente, se inició en abril de 2009 cuando se decretó su privación preventiva de libertad. En octubre del mismo año, se le otorgó una medida cautelar alternativa. Sin embargo, en octubre de 2011, tras una audiencia preliminar, se ratificó la medida original y se ordenó el pase a juicio.
La ahora travestida, en apariencias, como la abogada Carolina González Mata, con residencia en España, tiene, igual que su padre, un techo vidrioso, en el año de referencia fue procesada por corrupta cuando formaba parte de un organismo policial, por emplear la extorsión y la violencia como métodos personales, por ello fue separada del cuerpo y enjuiciada.
En junio de 2012, el Tribunal 2do. de Juicio del estado Miranda rechazó una solicitud de cambio de la medida, sustentando que las circunstancias que dieron origen a la privación de libertad no habían variado. El asunto quedó asentado en una sentencia del Tribunal Supremo de Justicia, donde González quedó registrada por los delitos mencionados.
El triunfo de Nicolás Maduro Moros, salvó a Venezuela de ser gobernada por el agente de cambio de la CIA, que lo desempolvo, al quedarse sin fichas para el juego opositor. Es conocida una investigación periodística realizada por Roberto Hugo Preza, corresponsal de teleSUR en El Salvador, que halló trazas del controvertido pasado de Edmundo González, quien como diplomático de la administración de turno en su país de origen, habría desempeñado un papel activo en el contexto de la participación de Venezuela en la agresión estadounidense en la región, desde su cargo en El Salvador en la década de 1980, cuando fungía como subordinado de Leopoldo Castillo, entonces embajador de Venezuela allí. Su nexo con la agencia viene de un poco antes, cuando se desempeñaba como primer secretario en la embajada de Venezuela en Washington en 1978. Entre 1981 y 1983, durante el gobierno de Luis Herrera Campins, no es promovido en rango y se le asigna a la sede diplomática venezolana en San Salvador.
Resulta interesante el análisis de la CIA sobre los factores regionales y globales que podían impactar negativamente los intereses estadounidenses y de sus aliados locales en Centroamérica. En primer término, consideraba que la alianza con Inglaterra en el conflicto de Las Malvinas podía disminuir su influencia en la región, estimaba: “Estados Unidos tienen posibilidades de verse solos en América Central”. En segundo lugar, Venezuela, que apoyaba las fuerzas insurgentes en Nicaragua y El Salvador, era posible que lo siguiera haciendo, pero deseando una identificación menos pública con las actividades de los Estados Unidos allí, por la misma causa. Y tercero, la posición hasta ese momento protagónica de Argentina en América Central variaría y su resentimiento hacia Estados Unidos podría conducirla a buscar políticas que difirieran de Washington.
Diversas fuentes y documentos históricos de varios países confirman que inmediatamente después del triunfo revolucionario en Nicaragua, emergió la alianza entre fuerzas irregulares de la derrotada dictadura de la dinastía Somoza y fuerzas regulares de Guatemala y El Salvador con la mencionada asistencia argentina y bajo la administración norteamericana de James Carter.
Este aspecto del enfrentamiento tenía entonces alta prioridad para el régimen salvadoreño, ya que también requirieron asistencia a Israel, gobierno que envió a El Salvador equipos de computación y comunicaciones para la recopilación de información humana y por medios técnicos para mantener en plena capacidad combativa a las fuerzas involucradas en las operaciones antiguerrilleras.
La aparición y desarrollo de los llamados escuadrones de la muerte como la Unión Guerrera Blanca, UGB y Fuerzas Armadas de Liberación Anticomunista-Guerra de Eliminación, FALANGE, con estrechos vínculos con la burguesía salvadoreña, contó con el asesoramiento de especialistas argentinos y venezolanos.
Tras el reemplazo de Romero por una junta cívico-militar en octubre de 1979 y el endurecimiento de la guerra civil, Argentina y Venezuela ampliaron su presencia militar en El Salvador, que se consolidó con la llegada a la Casa Blanca del republicano Ronald Reagan en enero de 1981. El político salvadoreño José Napoleón Duarte, coincidentemente refugiado en Venezuela fue el promotor de la presencia venezolana y después se hace al frente del Gobierno hasta el 2 de mayo de 1982, cuando entrega su mandato a Álvaro Magaña. Retoma el mando el 25 de marzo de 1984 con el apoyo venezolano. El vencido Edmundo González, desempeñó un papel ejecutivo en todo ese entramado represivo.
El deterioro de la situación interna en El Salvador cayó en una espiral indetenible de violencia en los meses finales de 1979 y durante los dos siguientes años de la década de los ochenta. La represión se aumentó y refinó en acciones coordinadas. Los asesinatos políticos y las desapariciones aumentaron como tipicidades delictivas resultado de una asesoría de diversos orígenes como hemos explicado.
Datos conservadores de organizaciones internacionales como Amnistía Internacional aseguraban que ya a principios de 1981 habían muerto más de seis mil civiles, no combatientes, es decir víctimas del terrorismo de Estado, dirigido a restar apoyo popular a las fuerzas insurgentes. Esta revelación fue hecha en el Congreso de los Estados Unidos por medio del testimonio ofrecido por esa organización ante la Subcomisión de Asuntos Interamericanos de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes, en marzo de 1981.
La especialización de los cuerpos represivos salvadoreños insertados en la Agencia Nacional de Servicios Especiales de El Salvador, ANSESAL, contó con la asesoría y asistencia de Israel, Argentina y Venezuela, en particular en la dosificación de la violencia en los interrogatorios con el empleo de métodos más refinados con procedimientos psicológicos, dirigidos a obtener información para fines de contrainsurgencia.
La turbulencia y dinámica del enfrentamiento no permitía “blanquear” a los detenidos, en su mayoría obtenidos por medio de los secuestros, ante los tribunales, juzgarlos y condenarlos, en su lugar se imponía la ejecución sumaria de los interrogados una vez perdida su utilidad y la solución más viable era la desaparición tras de eliminación extrajudicial. El estado de exención facilitó aplicar métodos y medios punitivos en el proceder contrainsurgente.
El adiestramiento fue acelerado y especializado, se estima que entre octubre de 1979 y mayo de 1981, los servicios especializados de Estados Unidos, con la participación de asesores de Argentina, Venezuela, Chile y Uruguay adiestraron a más de trescientos oficiales salvadoreños en bases ubicadas en las zonas norteamericanas del Canal de Panamá.
La situación de la guerrilla salvadoreña en 1980 era predominantemente urbana radicada con fuerza en la capital San Salvador y esa fue la prioridad de la represión asistida por los asesores. Trabajaron desde la periferia hacia el núcleo de las organizaciones para eliminar su sustento dirigente y descabezarlo.
El año 1981 bajo el gobierno de José Napoleón Duarte al frente de la llamada Junta Cívico Militar, organizaciones como Américas Watch, en su reporte de junio de 1982 sobre Derechos Humanos en El Salvador afirmó que habían sido eliminados más de catorce mil personas calificadas por esa entidad como no combatientes.
Un ejemplo de la letalidad de la represión asesorada es el fracaso de la llamada “ofensiva final” puesta en marcha en enero de 1981 por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, FMLN, que entonces contaba con una estructura organizativa vasta integrada por miles de combatientes. Las fuerzas armadas salvadoreños con el apoyo logístico internacional logro detener y sofocar la insurrección, que causó la pérdida de capacidades de la guerrilla para empeños de este tipo y la obligó al repliegue y cambio de tácticas.
El terror entronizado en la sociedad salvadoreña fue un factor determinante para que la insurrección y la ofensiva diseñada tuviesen un apoyo popular extendido. El temor a las represalias del gobierno y la incapacidad de poder protegerse de la misma hizo que la población no respondiera masivamente en ese momento histórico. El perdedor, para suerte de los venezolanos, fue un participante activo de ese proceso represivo. Continuará…
(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.