Internacionales

El mundo que puede venir con Trump

Por Mariano Saravia.

El triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos sorprendió, no tanto porque no pudiera darse, sino con la holgura con que se dio, principalmente en el Colegio Electoral.

Los pronósticos daban un resultado muy reñido, principalmente en los siete «estados bisagras»; pero Trump se llevó esos electores.

Me parece un triunfo sobredimensionado, por dos motivos: las encuestas previas y el sistema de elección indirecta. El clima que se había instalado era de un final abierto, cabeza a cabeza, y que, incluso, el escrutinio sería lento y discutido. Nada de eso pasó, y entonces el contraste es muy grande, generando la impresión de un triunfo más amplio de lo que es.

Si lo vemos en términos absolutos de votos, hablamos de 74 millones contra 70 millones de votos. Es un triunfo claro, pero no es una goleada. En porcentajes del padrón electoral, Trump saca el 50 % contra el 48 % de Harris. Sigue siendo un país dividido por la mitad, con una grieta social, cultural y política muy profunda. Esto es producto del sistema indirecto, porque la composición del Colegio Electoral no se condice con la voluntad popular. Allí, Trump puede terminar teniendo un 58 % contra un 42 % de Harris.

Son elementos importantes para tener en cuenta a la hora de analizar el gobierno que vendrá a partir del 20 de enero de 2025. El Presidente tendrá una legalidad mucho mayor que su legitimidad, como vimos recién. La legalidad dice, mentirosamente, que Trump tiene casi el 60 % de apoyo, cuando la verdadera legitimidad marca que tiene el 50 %. En plena función, esto puede ser un elemento de conflicto, aumentado por las formas de Trump, más tendientes al grito y al insulto que a la escucha y a la negociación.

UN NUEVO PODER

Llamó mucho la atención que, en su primer discurso de triunfador, en la madrugada del 6 de noviembre, Trump remarcó el nombre de su movimiento maga (Make Again Great America), y ni siquiera mencionó al Partido Republicano. Hoy lo que existe –y llegó para quedarse– es el trumpismo, un movimiento que trasciende a su propio líder. Asumirá con 78 años y culminará su mandato con 82; así que será una incógnita cómo puede responder a la exigencia. Pareciera que prepara el recambio, y es visible cómo les da juego a dos personajes: el vicepresidente electo James Vance, de 40 años, claro exponente de esa clase media blanca del Medio Oeste estadounidense, que representa la decadencia industrial y la bronca de esa clase trabajadora venida a menos y cada vez más conservadora en lo cultural y social. La misma que se sintió abandonada por las políticas demócratas.

El otro ariete de Trump es el hombre más rico del mundo, Elon Musk. También un personaje controvertido, sudafricano de nacimiento, dueño de la red social x y un cruzado del neofascismo.

Al día siguiente de su triunfo electoral, en una conversación telefónica con el Presidente de Ucrania, Trump le pasó el teléfono a Musk. Más allá del contenido de la conversación, que no trascendió, el gesto muestra el poder político que va a adquiriendo el hombre que ya maneja gran parte de la logística del Pentágono a través de sus empresas Space x (lanzamientos y transporte espacial) y Starlink (satélites de comunicaciones y de internet). ¿Caminamos hacia otra realidad distópica en la que un reducido grupo de multimillonarios neofascistas tomará el poder que tuvo hasta ahora una enorme maquinaria de burócratas bipartidistas que han fracasado en nombre de algo llamado «democracia»?

CON EL MUNDO, CON CUBA

El manejo de la política exterior es algo que puede marcar un cambio con respecto a la administración demócrata. En su campaña electoral, el Presidente electo dijo salirse de guerras ajenas, y que se opone al apoyo irrestricto que Estados Unidos da Ucrania contra Rusia. Puso en duda, incluso, la efectividad de la otan.

En este sentido, hay cierta incoherencia en el andamiaje ideológico de Trump, porque mientras critica al viejo imperialismo atlantista occidental, al mismo tiempo ve comunistas por todos lados, y llama «radicales de izquierda» a sus oponentes.

Sin embargo, hay dos temas de política exterior en los que no se aleja de la tradición de Washington: Medio Oriente y Cuba.

En cuanto al primero, es evidente que la comunidad árabe de Estados Unidos, principalmente afincada en Michigan, votó por Trump, como castigo al apoyo irrestricto de los demócratas al genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino. Pero no hay que olvidar que, cuando fue presidente, Donald Trump se comportó igual, y más aún, llegó a trasladar la Embajada estadounidense desde Tel Aviv a Jesusalén, una abierta provocación al pueblo palestino que aspira a que Jerusalén sea la capital del futuro Estado de Palestina. O sea, no se puede esperar de Trump más que nuevos apoyos al Estado terrorista de Israel.

Sobre Cuba, fue nefasto en su primer gobierno, al hacer retroceder los avances que promovió Barack Obama, para el acercamiento de los dos países. Luego, porque en su discurso neofascista hay una especie de macartismo aggiornado que usa el anticomunismo como rasgo de identidad, y porque la comunidad cubana de Miami y alrededores fue importante para ganar Florida, un estado que da 30 electores presidenciales. Además, Cuba es fundamental en la esencia imperialista de ee. uu.

En ese tema no se distingue de los demócratas. En los últimos años, Biden y Harris no mostraron ningún cambio, ni siquiera ante una catástrofe mundial como la covid-19, o ante la crisis energética actual, y el impacto de eventos naturales consecutivos.

Fuera de esos dos puntos, Trump repite que se va a recluir en su productivismo y proteccionismo, y dejará de lado las aventuras militares. Eso contribuirá a aislar más aún a Estados Unidos y a que se consolide el nuevo poder mundial, que ya se reconfigura en torno a un eje euroasiático. Los Brics son una muestra de este mundo en reacomodamiento, bastante más multipolar.

¿Significa eso que desaparezca el peligro imperialista? Definitivamente no. Simplemente porque Estados Unidos es un imperio que carece de capacidad para reconvertirse. Quizá el único ejemplo en la historia.

Estados Unidos es distinto, no sabe ser otra cosa que imperio, pero sufre una decadencia notable que se ve claramente en lo económico (ya igualado y próximamente superado por China), en lo político (ya no impone ninguna agenda en los foros internacionales), en lo social y, sobre todo, en lo moral. La segunda presidencia de Trump puede ahondar esta decadencia.

Pero habrá que estar atentos, porque un imperio en decadencia lo vuelve más violento e impredecible.

Tomado de Granma.

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