¿Estamos reconstruyendo mejor el mundo después de la COVID?
Por Patricia María Guerra Soriano / Colaboración especial para Resumen Latinoamericano
La humanidad vuelve a suspender otra de las pruebas parciales a la que es sometida. A un año del inicio de la pandemia, el gasto para la recuperación no ha cumplido con los compromisos de las naciones de reconstruir el mundo de manera más sostenible.
Un estudio dirigido por el Proyecto de Recuperación Económica de Oxford y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) lo comprobó al analizar los esfuerzos de recuperación y rescate fiscal vinculados a la COVID-19, por parte de 50 economías líderes.
Dicho análisis, el más completo realizado hasta la fecha, revela que solo 368 000 millones de dólares de un total de 14, 6 billones destinados a contrarrestar las crisis emergentes desde 2020, estuvieron guiados a la recuperación ecológica, a pesar de las pruebas que sugieren que las políticas restauradoras del medio ambiente pueden ser una de las herramientas más eficaces para la recuperación económica.
Cuando en la “Cumbre ODS” (Objetivos de Desarrollo Sostenible), en 2019, el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, convocó a todos los sectores de la sociedad para que se movilizaran en una década de acción y de profundo activismo en función de cumplir la Agenda 2030, aún no sospechábamos la tragedia que se avecinaba.
El año que suponía progresos en la educación, la salud, la economía, el medio ambiente se atascó en pobreza, colapsos de centros hospitalarios, guerras y contaminación ambiental.
De acuerdo con el estudio citado, el gasto de recuperación perdió muchas oportunidades de “inversión verde”, definida por el Pnuma como “aquella que genera bienestar humano y equidad social, al reducir significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas”.
Las excepciones de este lamentable diagnóstico llevan los nombres de naciones desarrolladas como Dinamarca, Finlandia, Alemania, Noruega, Francia y Polonia, así como los principales paquetes de España y Corea del Sur, pues los elevados tipos de interés y las restricciones de deuda existentes obstaculizaron los esfuerzos de recuperación de muchos mercados emergentes y economías en desarrollo.
Como contraparte a ese ínfimo gasto ecológico, se presentaron algunas inversiones capaces de aportar elevados multiplicadores económicos. Por ejemplo, la apuesta por la energía verde además de la nueva capacidad de generación renovable y la reducción de la contaminación atmosférica neta, puede producir nuevas oportunidades de empleo. En tanto, la disponibilidad de energía barata también puede inducir un nuevo crecimiento en otros sectores como el del transporte eléctrico, la producción de materiales ecológicos y las proteínas alternativas.
Para cumplir con los objetivos climáticos es crucial la rápida descarbonización del sector del transporte. De ahí que entre las inversiones planteadas estuvo la adopción de subvenciones y transferencias para vehículos eléctricos.
Otros gastos estuvieron enfocados en la mejora de edificios ecológicos, la eficiencia energética, la investigación y desarrollo ecológicos y el capital natural. Con respecto a este último, si bien se logró una efectiva intervención en parques públicos y espacios verdes, aún es notable la ausencia de fondos para la conservación ecológica, sentido desde el cual, el informe destaca la responsabilidad de los Gobiernos en explorar más esta alternativa como futuro estímulo en las regiones donde el ecoturismo es un sector importante de la economía.
Estas experiencias, aunque escasas, exponen nuevas oportunidades de pensar el desarrollo sin contaminación, una prioridad para el sistema global que se enfrenta-tal como dijo Inger Andersen, directora ejecutiva del Pnuma-a una pandemia, una crisis económica y un colapso ecológico, ante los cuales “no podemos permitirnos perder en ninguno de los frentes”.
¿Estamos reconstruyendo mejor?, interpela el estudio en su reflexión final. La respuesta destila incertidumbre: todavía no. Esperemos que la realidad comience a cambiar cuando en 2030 llegue la prueba definitiva y los países comprueben la efectividad de un pacto mundial que ha pretendido avanzar sin dejar a nadie atrás.
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