ONU necesita un toque de rebato
Por Juana Carrasco Martín
Desde una definición ideal, la Asamblea General de la ONU es el lugar donde las naciones del mundo pueden reunirse, discutir problemas comunes y encontrar soluciones compartidas. Los acontecimientos de un planeta convulso no permiten que esa perfección se convierta en realidad, le sobran obstáculos y valladares; sin embargo, la tribuna es válida para decir las verdades y alzar voces de reclamo por un universo más equilibrado, armonioso, equitativo y justo, aunque ese organismo necesita ponerse en consonancia con un mundo cambiante que clama y le reclama.
Ya repicó —¿o dobló, o debió ser un toque de rebato, un llamado urgente de emergencia?— la campana que en los jardines de la sede en Nueva York llamó desde la paz a la 78va. Asamblea General y los gobernantes de 193 países que ocuparon sus asientos en el segmento de alto nivel. Pasarán revista a lo hecho y a lo no hecho en el camino que trazaron con la Agenda 2030 y a la Ambición Climática.
Unos cuantos —quizá demasiados— debieran tener una mirada vergonzosa hacia lo que dejaron de hacer, no ayudaron a hacer, o no permitieron hacer a otros que expolian o sancionan, los cuales son muchos más. También están los que desaprovecharon o despilfarraron los recursos en provecho propio, que de todo hay en la viña del Señor.
Y están los más, los que padecen los males provocados por otros; quienes pueden ponerse de pie y exigir algo más que palabras y compromisos. Ellos necesitan acción cuando están a mitad de camino de la fecha prevista para alcanzar los Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS) y se interponen una crisis global multifacética, conflictos bélicos dispersos por la geografía muy destructores, penurias y desastres que dejan fenómenos naturales extremos a consecuencia del cambio climático que durante años fue negado, Son los más afectados por la situación catastrófica que forzó una pandemia que amenaza nuevamente y pretende resurgir en toda su extensión calamitosa.
Durante esta semana esos problemas serán abordados al más alto nivel y la necesidad es darle un impulso renovador —no solo en compromisos, sino en acciones tangibles— si de veras se quieren conseguir sus propósitos para un mundo mejor.
Este lunes 18 fue adoptada una declaración en la cual los dirigentes prometen voluntad política y firmeza para no dejar a nadie atrás, revigorizando con celeridad los esfuerzos para colocar al mundo en el camino de la sostenibilidad y la resiliencia.
Para impulsar las inversiones necesarias, los países apoyan la reforma de las instituciones financieras y bancos multilaterales de desarrollo.
Diría que se parece tanto a lo acordado en La Habana por el Grupo de los 77 y China, cuya voz común la trajo a la ONU el Presidente de Cuba y al frente pro tempore del bloque, Miguel Díaz-Canel Bermúdez.
El mandatario cubano calificó de crítico el contexto global para las naciones en desarrollo, afectados por «un orden económico injusto que perpetúa las desigualdades y la pobreza» y advirtió que incluso antes de la pandemia de la COVID 19 ya se podía reconocer que no se eliminaría el hambre como se había acordado, «por el contrario, actualmente 735 millones padecen hambre crónica, una cifra superior a la registrada en 2015», aseguró.
En conformidad con el consenso de La Habana, Díaz-Canel denunció el impacto que sanciones y medidas coercitivas unilaterales tienen sobre la posibilidad de que las naciones víctimas de esa violación de los derechos humanos y de la Carta de las Naciones Unidas puedan alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible diseñados en la Agenda 2030.
Por lo que ya se está exponiendo en la ONU es innegable que no podrá cumplirse en los apenas siete años que restan, sin un impulso masivo a la inversión necesaria para lograr transiciones energéticas, alimentarias y digitales justas y equitativas, y para transformar la educación y la protección social en los países en desarrollo.
Hay cifras para dar valor a las necesidades, el financiamiento al desarrollo urge asignar 500 000 millones de dólares anuales. Los ricos podrían asumirlo si emplean esos recursos para darnos un mundo mejor y no para destruirlo. Tomemos de ejemplo a Estados Unidos, país anfitrión de la principal sede de la ONU, que para lo que llama su defensa, es decir la secretaría de guerra, ha dispuesto 886 000 millones de dólares en el presupuesto de 2024.
Por supuesto, la acción inmediata debe ser colectiva, y sería mucho más lo que pudiera ponerse a disposición de una solución verdadera —no paliativa— a las necesidades del mundo actual.
El documento que hoy se consensuó en el salón principal del edificio junto al East River, en Manhattan, dice también: «Apoyamos la reforma de las instituciones financieras internacionales y los bancos multilaterales de desarrollo como clave para las inversiones a gran escala relacionadas con los Objetivos de Desarrollo Sostenible a fin de abordar mejor los desafíos globales»; y al mismo tiempo se pronuncia por un mecanismo eficaz de alivio de la deuda y subraya la necesidad de establecer un financiamiento privado a tasas más asequibles para los países en desarrollo.
Sería parte de la panacea a la que aspiramos si se cumpliera, además, el impulso inversionista en la transición a las energías renovables, promover el acceso a internet para todos, crear 400 millones de empleos decentes y ampliar la protección social a más de cuatro millones de personas.
Como dijo el secretario general António Guterres: «Este no es un momento para la indiferencia o la indecisión, es un momento para unirnos en busca de soluciones reales y prácticas».
Con decisión, optimismo y esperanza, ¿Actuaremos ahora, o solo quedará en papeles que el viento se llevó?
Tomado de Juventud Rebelde/ Foto de portada: ONU