Cuba

Morir por la Patria es vivir

Por Leidys María Labrador Herrera.

Martí es de esos seres cuya muerte precoz impide evocarlo sin la interrogante de «¿cuánto más pudo haber hecho?» Sin embargo, elegimos recordarlo sin pesimismo ni lamentaciones, porque vivió tan intensamente, tan noblemente y de manera tan justa, que le bastó para ser eterno.

La madurez patriótica, política, revolucionaria y humana del Apóstol llegaron, para suerte nuestra, muy temprano; eso permitió que en 42 años edificara un legado imprescindible, no solo para entender la evolución histórica del pensamiento independentista cubano, sino para la definición y aprehensión de los principios que necesita una sociedad para ser justa, y los valores que no pueden faltar en quienes pretendan construirla.

Es ese un mérito indiscutible de la vida y obra martianas, desarrolladas en perfecta coherencia, para llegar al grado más excelso de lo que sabiamente identificamos como ejemplo. A los paradigmas se regresa una y otra vez en busca de respuestas, de senderos seguros para transitar, de verdades que no se encuentran fácilmente en otro lugar.

Martí ha caminado siempre con nosotros, oportuno y certero, ha protagonizado, desde su pervivencia inmaterial, el crecimiento de la Revolución, del mismo modo en que una vez lo hizo con su Guerra Necesaria.

La respuesta la sabemos: a pesar del tiempo, de las diferencias de épocas y contextos, de las variaciones de la realidad objetiva, ambos programas coinciden en el hecho de que la plena justicia social solo se alcanza cuando los beneficios de la obra edificada llegan a todos, abrazan por igual a cada hijo de la Patria.

Por eso, cuando nos preguntamos qué habría dicho Martí, cómo habría actuado ante una situación determinada, qué interpretación habría hecho de nuestra realidad, no lo hacemos por una incapacidad de discernir o tomar decisiones, tampoco por la nostalgia de una oportunidad que no tuvimos de escucharlo, verlo, compartir con él el tiempo que le tocó vivir, sino porque lo reconocemos atemporal, visionario y previsor, del mismo modo en que consideramos al más fiel de sus discípulos, Fidel.

Martí es una suerte, un talismán, una voz que desafía el paso de los años, una herencia que se niega a la inercia, a la estaticidad del pasado, porque se acomoda de modo exacto en cada presente, como si su pluma no dejara de escribir, como si su mente prodigiosa no dejara de parir ideas nobles y excepcionales, preñadas del sacrificio siempre alerta para suceder cuando se necesita.

En esas verdades está la respuesta definitiva a la interrogante de «¿cuánto más hubiera hecho?», si aquel 19 de mayo no hubiera sucedido. Hizo mucho, incluso más de lo que jamás soñó haber hecho, mucho más de lo que se propuso, de lo que trazó como meta para su existencia, del alcance de sus sueños.

Y lo hizo por una razón incuestionable, una que entonamos con orgullo y abrazamos con certeza: morir por la Patria, es vivir.

Tomado de Granma.

 

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