Internacionales

El asesinato de trabajadores humanitarios como estrategia

Por Ramzy Baroud

Israel ha descrito su claramente deliberado asesinato de siete trabajadores humanitarios el 1 de abril como “un grave error”, “un trágico acontecimiento”, algo que “ocurre en guerra”. Es evidente que Israel está mintiendo. Toda esta llamada guerra –en realidad un genocidio– en Gaza ha estado basada en una serie de mentiras, que Israel insiste en seguir haciendo creer.

A muchos de los medios convencionales les ha costado meses aceptar el hecho evidente de que Israel ha estado mintiendo respecto a los acontecimientos que condujeron a la guerra y los objetivos militares de sus constantes ataques a hospitales, escuelas, refugios y otras instalaciones civiles. Así que para Israel lo más lógico era mentir acerca de los seis cooperantes internacionales y su chófer palestino de la ONG Work Central Kitchen (WCK). A pesar de de un suceso tan atroz como éste, es inverosímil que Israel empiece a decir la verdad a estas alturas.

Por suerte, pocos parecen creer la versión de Israel sobre el ataque a WCK, o sus continuas masacres en otros lugares de Gaza. Israel «no puede investigar de forma creíble su propio incumplimiento de las mínimas leyes de derecho internacional en Gaza», declaró la ONG estadounidense en un comunicado el 5 de abril.

Sin embargo, es ataque contra estos cooperantes internacionales debe situarse en un contexto más amplio. Israel no ha ocultado sus intenciones de negar a los palestinos incluso las necesidades más básicas para la supervivencia en Gaza, tal y como declaró el ministro israelí de Defensa, Yoav Gallant, el 9 de octubre: «No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible, todo está cerrado».

Inicialmente, esta declaración y muchas otras se entendieron como el resultado del deseo de Israel de castigar a los palestinos por la operación Inundación de Al-Aqsa del 7 de octubre, recurriendo a su táctica típica de castigo colectivo. Con el tiempo, sin embargo, y en base a declaraciones de otros funcionarios israelíes, quedó claro que el objetivo de Israel era realizar una limpieza étnica total de los palestinos.

La estratagema israelí fue inmediatamente rechazada por Egipto, Jordania, los países árabes y, finalmente, por otros gobiernos de todo el mundo. Israel, sin embargo, persistió. El ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, afirmó que la «migración voluntaria» de los palestinos de Gaza es la «solución humanitaria correcta». Netanyahu coincidió: «Nuestro problema es (encontrar) países que estén dispuestos a absorber a los gazatíes, y estamos trabajando en ello», declaró.

Pero para lograr una limpieza étnica son necesarios varios requisitos:

Primero, el grueso de los 2,3 millones de habitantes de Gaza tenía que ser obligado a desplazarse al sur, tan cerca como fuera posible de la frontera con Egipto. Eso ya lo han conseguido.

Segundo, todos los aspectos de la vida debían ser completamente destruidos en toda Gaza, incluyendo la totalidad de sus hospitales y clínicas.

Los ejemplos más obvios de esto son la sobrecogedora masacre del Hospital Al-Ahli Baptist el 17 de octubre y el baño de sangre y destrucción total del complejo hospitalario mayor de toda Gaza, el Hospital Al-Shifa el 1 de abril.

Cuando el ejército de Israel abandonó la zona de Shifa, dejó tras una de las escenas más trágicas de la historia de la guerra moderna. Cientos de cuerpos fueron enterrados apresuradamente en fosa comunes, en medio de edificios carbonizados y ruinas indescriptibles. Miembros infantiles sobresalían del suelo, familias enteras atadas y ejecutadas a la vez y otros crímenes que al mundo le llevará tiempo desentrañar, por no hablar de explicar.

A pesar de ello, el ex primer ministro israelí Naftali Bennet afirmó con indiferencia que en Al-Shifa no murió «ni un solo civil». Una vez más, Israel miente.

En tercer lugar, desde la perspectiva israelí, la mayoría de los refugios, panaderías, mercados, redes eléctricas y suministros de agua también tenían que ser destruidos, para que la desventurada población, especialmente la del norte de Gaza, se diera cuenta de que la vida allí era sencillamente insostenible.

Plenamente conscientes de que el plan final de Israel era provocar una hambruna en Gaza, los palestinos respondieron. La contraestrategia palestina se basaba en conseguir que el mayor número posible de palestinos permaneciera en el norte de Gaza y que los concentrados en Rafah no fueran empujados al desierto del Sinaí.

Aparte de la batalla en curso entre el ejército israelí y la resistencia palestina en Gaza, se estaba librando otro tipo de guerra: la pretensión de Israel de realizar la limpieza étnica de los palestinos y el deseo de estos últimos de sobrevivir y permanecer dentro de las fronteras de Gaza.

Esta es precisamente la razón por la que Israel ha asesinado a innumerables palestinos implicados en la labor de facilitar la vida en el norte y el centro de Gaza. Según la ONU, con anterioridad al asesinato de los seis cooperantes internacionales, Israel ya había asesinado a 196 trabajadores humanitarios.

Esta cifra no incluye a médicos, personal sanitario, trabajadores de protección civil, jefes y oficiales de policia y cualquiera que contribuyera a sostener la vida en zonas que Israel quería vacías de habitantes.

Incluso cuando, bajo la presión internacional, Israel permitió la entrada de una mínima ayuda al norte de Gaza, el ejército israelí asesinó e hirió repetidamente a palestinos reunidos en su desesperación con la esperanza de recibir las provisiones vitales.

Según un informe del 4 de abril de Euro-Med Human Rights Monitor, Israel ha asesinado a 563 palestinos y herido a 1.523 al bombardear a personas que esperaban asistencia en los lugares designados para ello en el norte de Gaza, o cuando bombardeó centros de distribución y a los trabajadores responsables de distribuir la asistencia.

Sólo en la zona de la rotonda de Kuwait, en la ciudad de Gaza, fueron asesinados 256 refugiados hambrientos, mientras que otros 230 murieron en la calle Al-Rashid, en otro punto de la ciudad.

Los bombardeos israelíes no fueron aleatorios, ya que Israel también atacó y asesinó a 41 agentes de policía que habían trabajado con voluntarios de diversos clanes de Gaza para ayudar a la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, UNRWA, a distribuir la ayuda entre la población azotada por la hambruna. Incluso los propios clanes fueron blanco de bombardeos igualmente despiadados. Y de forma similar al resultado del ataque contra los trabajadores del WCK, cada vez que ocurría algo así, la entidad responsable de la ayuda declaraba que dejaría de participar en la distribución de la ayuda. Así es como el hambre de Gaza se convirtió en una auténtica hambruna.

El último asesinato de los cooperantes internacionales en Gaza servía al mismo objetivo: impedir cualquier mecanismo de distribución de ayuda.

Irónicamente, la participación de World Central Kitchen fue producto de un acuerdo negociado por Estados Unidos que negaba a las autoridades de Gaza e incluso a la UNRWA cualquier papel en la recepción y distribución de ayuda.

Israel debe ser detenido a cualquier precio, y los criminales de guerra israelíes deben rendir cuentas por uno de los mayores genocidios de la historia moderna.

Tomado de Rebelión/ Publicado originalmente: Counter Punch

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