Cuba

Victoria en Playa Girón: Secretos de un fracaso (IV y Final)

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

Cuando la invasión, que trajo a más de mil mercenarios cubanos a mancillar la tierra que los vio nacer, estaba derrotada de manera fulminante, por la respuesta decidida de los patriotas orgullosos de ser hijos de Cuba, un puñado de sus jefes abandonaron en estampida a sus vencidos seguidores sin mirar atrás, guiados por la conocida frase de “sálvese quien pueda”.

Los medios navales empleados fueron disimiles para quienes aspiraban a reembarcarse y llegar a puerto seguro. La retaguardia había sido cortada, los barcos hundidos y las barcazas no alcanzaban para el motín a bordo que les impedía zarpar, cuando no se conocía a nadie ni se respetaban rangos ni órdenes, eso era pasado.

Las historias fueron variadas, unas creíbles, otras adaptadas para preservar el “valor” de sus autores, esta es una de ellas, que compartimos, para mostrar hasta dónde se pueden degradar los seres humanos cuando los principios, valores y sentimientos están ausentes.

Ya no había nada que hacer, las siluetas de los barcos estadounidenses, que habían prometido participar si se lograba la imaginaria “cabeza de playa”, eran sombras en el horizonte y las esteras de los tanques que defendieron el suelo patrio se había mojado en el irredento mar, un mensaje de derrota surcó el éter para llegar a los organizadores de la catástrofe: “Jamás abandonaremos nuestra patria”, fueron las últimas palabras entrecortadas y gemebundas de José Pérez San Román, al mando de la agresión como jefe de la titulada Brigada 2506, eran las dos de la tarde del histórico 19 de abril de 1961.

Seguidamente el vencido, se dirigió a la tropa, notificándole que todo estaba perdido y que cada uno quedaba en libertad de escoger el camino apropiado para proteger sus vidas. No atinó a organizar la retirada, proteger a los heridos, ni llevar sus muertos, estaba desmoralizado.

Un grupo de mercenarios en estampida sugirió la salida por mar para intentar llegar hasta los buques estadounidenses, que en realidad ya no se divisaban en el lejano horizonte, tras recibir órdenes de abandonar el área de conflicto bélico y dejar atrás el descalabro, comenzado por su predecesor republicano. Por el camino, se sumaron otros dispersos invasores, uno de ellos comentó haber visto un bote pesquero, anclado cerca de la costa. El sol todavía ardía, pero comenzaba a menguar, caía la tarde eran pasadas las cuatro, esperaron hasta el anochecer.

Se hizo silencio, de repente se escucharon voces, de un nuevo grupo de espantados se les unió. Iban ávidos en dirección al ya vigilado bote, sin percatarse que ya había otros mercenarios estaban al acecho de esa presa, en espera del momento preciso para encimarse, se produjo una tensa discusión sobre quien lo divisó primero, típico de la calaña reunida.

Con todos a bordo, cortaron la soga que sujetaba el ancla. Izaron la vela y trataron de echar a andar el motor, que no arrancó. No soplaba brisa para seguir a la deriva y comenzaron a remar con las manos y con tablas que arrancaron al piso del bote, este se deslizó lentamente. La brisa llegó con desgano y el sobre pesado hacinado frágil “navío”, se enrumbó proa hacia los imaginarios barcos.

Con la oscuridad y avance de la noche, comenzó a soplar fuerte el viento Las olas se encresparon, el agua salpicaba y mojaba a los cuerpos amontonados, aun así, el frío caló pronto. De repente un bajo, que raspó el fondo para susto de quienes dormitaban.

La llegada veloz de la noche pasada, impidió un sondeo de la embarcación, después se encontraron pocos víveres, arroz, papas, cebollas, azúcar, disimulado un fogón casero, pero no había agua, tampoco cómo encenderlo, Decidieron organizarse y conocer, qué sabía hacer cada cual, ninguno declaró saber cocinar. Esto fue una paradoja, durante el juicio que se les celebró a los capturados, más de mil, decenas de ellos afirmaron haberse enrolado como cocineros.

Apareció la documentación del barco, registrado en el puerto de Cienfuegos. Su nombre “Celia”, 18 pies de estora, tenía una brújula, calcularon que la noche anterior habían navegado hacia el Sur, unas 30 o 40 millas, acercándose a Centroamérica o estaban en medio del Caribe sur. Solo a vela, y por medio del timón, una caña larga, incrustada en un agujero, controlaba la mecánica hélice.

Al segundo día, comenzó a notarse los efectos de la falta de agua y comida. La mayoría mitigaban sus necesidades vitales por medio del sueño. Una persona puede vivir sin comer, pero sin beber agua, los daños que produce son terribles e inmediatos.

Entre los hallazgos en el barco, aparecieron unos avíos de pesca, pero carecían de carnada. A uno de ellos se le ocurrió poner como cebo algo brillante, sujeto al anzuelo, la idea fue exitosa en poco tiempo pescaron un bonito mediano, que fue devorado entre los hambrientos peregrinos.

Las enfermedades hicieron mella en los más viejos, Desesperados, algunos desafiaban a los tiburones y seguían nadando para refrescarse, pero el salitre curtía y agrietaba la piel. En silencio y a escondidas se mitigaba la sed bebiendo el orine, que intoxicaba el organismo con los desechos de los riñones.

La muerte como solución apareció en la mente de varios. El primero cayó rendido, se tendió en el piso y comenzó a emitir sonidos roncos e incoherentes. Lo atendieron y vieron que por sus ojos, nariz y boca, destilaba un líquido amarillo-verdoso. Su agonía duró solo unas horas. Cuando quedó inmóvil, ya estaba muerto, el hecho consternó a todos.

De ahí en adelante, el tema de la muerte se apoderó de todos, fue recurrente. Cómo sobrevivir era la interrogante, obsesionaba. Los que se tomaban sus propios orines y buches de agua salada, tuvieron vómitos y diarreas, que hacían más difícil la convivencia, todos pensaban, en quien sería el próximo en morir. El frío de la noche, y las gotas de agua que los salpicaban, eran como látigo mortal. También recogían algas marinas, que flotaban en el mar, las masticaban y tomaban el sumo que producían, algunos las ingirieron y las vomitaban, eran amargas y saladas.

Este destino final empezó a colectar entre aquellos que más fuerzas perdían, nadando y moviéndose intranquilos. Así fueron muriendo uno a uno, hasta un total de 10. El mismo proceso de supuración o secreción y un ronquido por voz. Iban perdiendo el control. Se quedaban postrados hasta que morían. Uno de ellos perdió el control y exclamó que no quería morir en el bote. Se lanzó al agua, con el ánimo de suicidarse. Maniobraron hasta sacarlo del agua.

En otra ocasión, alguien argumentó, que debería usarse la sangre de los muertos para calmar la sed. Algunos se opusieron. Uno explicó, que había leído relatos, de náufragos que apelaron a esa solución, y después se volvieron unos contra otros, matándose entre sí. Cuatro estuvieron en contra, pero no eran mayoría.

En total, diez mercenarios, murieron de inanición, de enfermedades o devorados por sus acompañantes, tras una travesía increíble, que los llevó, en quince días, desde la costa sur de Cuba, hasta cien millas de las costas de Nueva Orleans. Bordearon la costa sur de Cuba, salieron a su extremo occidental, al Cabo de San Antonio, para internarse, sin saberlo, en el inmenso Golfo de México y enrumbarse al norte en busca de lo desconocido hasta ser avistados por un barco, que ya había socorrido a dos miembros de la Brigada 2506.

El barco llevaba varios días a la deriva, impulsado por las corrientes marinas, se desconocía cuántos días llevaban navegando. De repente un mercenario que estaba acostado en la proa, comenzó a gritar: ¡Un barco, un barco! ¡Y se nos viene encima! No le dieron importancia otro comenzó a gritar, que el barco se encimaba, varios se tiraron al mar, para tratar de alcanzarlo. La nave se detuvo como si hubiera frenado en el medio de aquel mar. Le tiraron unos salvavidas a los que se lanzaron al agua, bajaron un bote salvavidas, que se les acercó. La nave tenía el nombre de Atlanta Seaman.

Era el 4 de mayo de 1961, habían estado perdidos en el mar 15 días. Once sobrevivieron hasta ser rescatados a unas cien millas al sur de la desembocadura del río Mississippi, Estados Unidos. Algunos participantes en tan deplorable hecho anticristiano, han preferido tomar caminos diferentes para no encontrarse, otros han confesado ante la ley de Dios, ese pecado, implorando el perdón divino.

El 17 de abril de 1998, treinta y siete años después, cuando uno de los caníbales, reveló todo lo guardado con tanto celo. En vísperas de un aniversario de la derrota, declaró a una cadena estadounidense, que se había alimentado de carne humana de uno de sus acompañantes. El escalofriante relato fue prolijo en detalles de la profanación del o los cadáveres. Alegó que se hizo para sobrevivir. Comenzaron con la idea de beber la sangre de los fenecidos a fin de mitigar la sed, después la carne, de cuerpos de algunos de los diez fallecidos en la travesía.

La desaparición de estos hombres, fue objeto de la apertura de causas judiciales individuales, no bastó con las declaraciones de los que sobrevivieron, debido a que se podían haber dado otras causas de muerte, como consecuencia de lógicas trifulcas, rencillas por motivos personales acumuladas y que se estimularon por la ansiedad del momento.

El caníbal, sin inmutarse reconoció: “Llegué a comerme las vísceras de un cadáver que me ofrecieron y bebí, junto a otros, la sangre de un compañero muerto”. Insinuó que fueron profanados más de uno. Pidió perdón a los familiares de los mancillados, dijo no tener remordimiento y estar dispuesto a volverlo a hacer para sobrevivir, acotó: “Cuando me dieron la carne, cerré los ojos y me la comí”.

Quien rompió el pacto, lo hizo por venganza, al conocer que un documento secreto desclasificado sobre el fracasado intento invasor, sustentaba que John F. Kennedy, no tenía responsabilidad por el abandono de los vencidos mercenarios. Añadió: “No me siento avergonzado”. “Si tengo que hacerlo de nuevo, lo haré”, confesó el caníbal.

Hasta aquí estos secretos ocultos, revelados y poco divulgados, resultantes de la criminal invasión contra el irredento pueblo cubano, que escribió y legó con sangre y sacrificio, una histórica página de heroísmo y victoria en las arenas de Playa Girón.

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto de portada: Archivo Periódico Granma.

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