El fascismo marcha sobre el mundo, los hijos de la ira
Por Raúl Antonio Capote* / Colaboración Especial
Resumen Latinoamericano
El 9 de mayo de 1945 la Alemania nazi capituló incondicionalmente ante el alto mando militar soviético y de los aliados, lo que aseguraba la derrota de las potencias del eje fascista en el teatro europeo.
Después de seis años de conflagración mundial, en la que intervinieron 61 Estados, abarcó a casi todas las regiones del mundo y costó la vida de millones de personas, parecía que la sierpe fascista nunca más volvería a levantar cabeza.
Dolor, sufrimiento y muerte fue el legado de la experiencia. Millones de personas sucumbieron en los campos de concentración del Tercer Reich, concebidos para matar, para quebrar el alma y convertir al mundo en un gran predio dominado por los arios, donde trabajarían como esclavos los de las llamadas razas inferiores.
Prisioneros de guerra soviéticos, comunistas, miembros de los grupos nacionales de resistencia, civiles polacos y soviéticos, judíos, romaníes, testigos de Jehová y homosexuales fueron el blanco predilecto de la barbarie.
En Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno (Kulmhof), Majdanek, Sobibor, Treblinka, etc., nunca se detenían las cámaras de gas; el humo de los crematorios anunciaba el destino fatal de las víctimas de la deshumanización y la locura. La maquinaria nazi, con presunción de macabra eficiencia, producía abono con las cenizas de los fallecidos y, aunque parezca espeluznante e inconcebible, hacían jabón con la grasa, aprovechaban la piel, los cabellos, los huesos, las prótesis de oro y plata.
No es un cuento de horror, es el fascismo que floreció al amparo de la ambición, el anticomunismo, el odio y las apetencias, siempre incontrolables, del capitalismo, que nació de la ignorancia y de la deshumanización de capas amplias de naciones «cultas», movilizadas por la xenofobia, el miedo y la propaganda «sabiamente» administrada.
Parecía que la bestia había sido exterminada para siempre. Sin embargo, los huevos de la serpiente fueron incubados en el regazo de la revancha y el olvido.
Renace el fascismo de la matriz generadora, levanta cabeza ante la complicidad de los mismos de antaño, esos que de nuevo asumen la política del avestruz, por connivencia y por conveniencia.
Desfilan con sus estandartes y entonan sus viejos himnos de odio, derriban los monumentos de la lucha contra el fascismo, rescriben la historia convirtiendo en héroes a carniceros sin alma, mientras amenazan al resto de la humanidad, a nombre de una «superioridad étnica» de la que creen ser representantes.
La desmemoria llega a tanto que, incluso, algunas víctimas hoy rinden homenaje a sus antiguos verdugos.
El 9 de mayo no puede ser una fecha más en el calendario. Si la humanidad se extravía en el laberinto del olvido, en el que preludian las trompetas del apocalipsis fascista, esta vez no sobrevivirá a la experiencia.
El fascismo es la dictadura desembozada del imperialismo, es una fase que asume el capital en crisis, para garantizar su dominio, es fiel y firme defensor de la propiedad privada, es guardián de las transnacionales, no importa que diga su discurso cargado de demagogia. Bayer (IG Farben), Hugo Boss, Siemens, Porsche, Kodak, Coca Cola, Nestlé, IBM, BMW, Adidas, Volkswagen, etc., colaboraron y se beneficiaron con el régimen nazi.
Ese sistema garantizó el poder y enriquecimiento de los grandes monopolios, tanto en Italia como en Alemania, ellos eran su razón de ser. Millones de hombres y mujeres trabajaron como esclavos de las grandes empresas.
En sus diversas prácticas o vertientes ha cometido los crímenes más atroces contra la humanidad, es sinónimo de racismo, intolerancia, violencia, guerra y anticomunismo.
La Alemania nazi llevó consigo en su expansión, los principios de la supremacía del pueblo ario y el odio a los judíos y otras minorías. En seis años, decenas de millones de personas morían a causa de ese régimen.
En los campos de concentración como Auschwitz y Dachau, verdaderas industrias de la muerte, donde todo lo humano era extraño y ajeno, se aprovechaban la piel, los huesos, la grasa, el cabello de los asesinados, millones de hombres y mujeres fueron convertidos en jabón, en fertilizante; seis millones de judíos fueron víctimas de ello, sin contar a gitanos, enfermos mentales y todo aquel que no se circunscribía al prototipo del ario.
Como hijo de la ira el fascismo es «sed de guerra, de sangre, de suplicios, arrebato de furores sobrehumanos, olvidándose de sí misma con tal de dañar a los demás»[1].
Ciento un años después de los sucesos de Roma, el fascismo marcha sobre Europa, con sus uniformes negros, sus carabelas inquietantes, los solos negros y símbolos esotéricos, curiosamente, en muchas ocasiones, tatuado sobre la piel de las antiguas víctimas, está presente en la televisión, en los medios de comunicación, en los discursos de los políticos, en los debates de sectores cada vez más numerosos de la población.
El fascismo sigue en la agenda de varios políticos, mientras los medios intentan venderlo falsificando la historia y mostrando el glamour de los uniformes, su inquietante permanencia viene de la mano del revanchismo, de la crisis económica, del nacionalismo fanático, la obsesión por la pureza nacional y el culto a la personalidad, del racismo, del apogeo de la cultura del descarte humano, léase también neoliberalismo.
Nota: [1] N.A. De la ira, Lucio Anneo Séneca.
(*) Escritor, profesor, investigador y periodista cubano. Es autor de “Juego de Iluminaciones”, “El caballero ilustrado”, “El adversario”, “Enemigo” y “La guerra que se nos hace”.
Foto: Archivo CC