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Bolívar y la unidad de Nuestra América, en un nuevo aniversario de la Carta de Jamaica

Este 6 de septiembre se conmemora otro aniversario de la Carta de Jamaica, uno de los documentos medulares de la historia de Nuestra América. Fue escrita por Simón Bolívar en esa isla caribeña, entonces colonia británica, donde se había refugiado ante el empuje de la reconquista española.

Estructurada en forma de misiva con el título de “Contestación de un Americano Meridional a un caballero de esta isla”, que era en realidad el comerciante inglés Henry Cullen, expuso en ella su pensamiento independentista y de integración continental en plena madurez intelectual, cuando estaba en los preparativos para reiniciar la lucha emancipadora que lo conduciría a la liberación de buena parte de la América del Sur hace ahora 200 años.

El texto es un verdadero ensayo político-social, relativamente extenso, sobre la situación de la lucha independentista en ese momento de reflujo, cuando en todas partes de Hispanoamérica avanzaban las fuerzas colonialistas.

El clima adverso había obligado al Libertador a exiliarse en Jamaica, tras la caída de la II República de Venezuela (1813-1814), y a renunciar al mando supremo de los ejércitos neogranadinos en mayo de 1815, para evitar enfrentamientos fratricidas entre patriotas.

En la Carta de Jamaica, Bolívar mostró, desde las primeras páginas, su dominio de la historia, la filosofía y las doctrinas políticas de aquella época, manifestándose confiado en el triunfo final de la causa emancipadora y explicando el sistema político –republicano, no monárquico ni federalista− que, en su criterio, debería prevalecer en los nuevos Estados que surgirían tras el inevitable fin del imperio colonial español.

Aunque concordaba con el abate de Pradt en que pudieran llegar a formarse 17 Estados en América, no creía, como el filósofo francés, que fueran monárquicos, sino repúblicas, y soñaba en que de algún modo se mantuvieran unidos.

Por eso, afirmó: “Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria. Aunque aspiro a la perfección del gobierno de mi patria, no puedo persuadirme de que el Nuevo Mundo sea por el momento regido por una gran república; como es imposible, no me atrevo a desearlo, y menos deseo una monarquía universal de América, porque este proyecto, sin ser útil, es también imposible”.

Pero Bolívar no solo pronosticó con bastante exactitud el futuro derrotero de los territorios hispanoamericanos con la derrota de España, sino también su aspiración, a la que nunca renunció, de crear una gran república y de reunir un futuro congreso de los Estados hispanoamericanos en Panamá, lo que planteó por primera vez:

“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo Gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el Corinto fue para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo”.

No obstante, con crudo realismo, advirtió sobre las enormes dificultades existentes entonces para conseguir la independencia y mantener la cohesión hispanoamericana, pues “hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda”.

En la propia misiva, dejó constancia de la singularidad hispanoamericana al señalar que “nuestro pueblo no es el europeo ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y América que una emanación de Europa”, enumerando, además, las calamidades que lo laceraban, entre las que mencionó “los tributos que pagan los indígenas; las penalidades de los esclavos; las primicias, diezmos y derechos que pesan sobre los labradores”.

Casi al final de la Carta de Jamaica, después de explicar las dramáticas consecuencias que la falta de unidad trajo a los patriotas, sentenció: “Seguramente, la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra generación”.

Y a continuación, añadió: “Yo diré a Ud. lo que puede ponernos en actitud de expulsar a los españoles y de fundar un Gobierno libre: es la unión, ciertamente; mas, esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.

Pero la colonia británica del Caribe no era el lugar adecuado desde donde reanudar la lucha por la emancipación, dadas las limitaciones que imponía la parcialidad de Inglaterra a favor de España.

Por eso, se trasladó a la República de Haití, emanada de la gran revolución de esclavos de fines del siglo XVIII, donde el Libertador, impactado y apoyado por aquella sociedad de hombres libres −la única en todo el continente−, saldría a concluir la gesta de la liberación de Nuestra América, teniendo en mente los problemas y dificultades que para su concreción había advertido en su trascendental Carta de Jamaica.


Nota: (1) Simón Bolívar: Documentos, prólogo de Manuel Galich, La Habana, Casa de las Américas, 1964, pp. 51-76.

Fuente: Cubadebate

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