Hechos más que palabras
Por Dailén Vega Muguercia
El cubano sabe de todo. Todo lo entiende, todo lo desentraña. Ciencia, astronomía, filosofía, numerología, oscurantismo, lengua, religión, historia, sociología, economía, política; piense ud en una rama de estudio o un área de investigación y siempre (invariablemente) habrá algún cubano conocedor del tema. Pero al cubano no le basta conocer, el alcance es más abarcador: dictamina, determina, sentencia.
Desde tiempos remotos, dirían los avezados, el hombre sintió la urgencia de comprender los por qué, para qué, cómo… y etc. La utilidad era el fin, la necesidad la motivación. Se cazaba y pescaba para comer, se trabajaban las pieles para vestir, se pintaba en las paredes como forma de comunicación; luego llegó el uso del fuego y con él las transformaciones en los modos de vida. El desarrollo no se detuvo, y como no pretendo sentar cátedra de la Historia, diré que la revolución industrial y la era de las máquinas hicieron que el hombre (y la mujer) modificaran sus conductas.
Pasó el tiempo, y a escala global tuvieron lugar guerras, conflictos, sucesiones de gobiernos, cambios de sistemas. Y llegó la creación del primer módem capaz de transmitir datos por una línea telefónica, en los laboratorios BELL en 1958, para desencadenar una serie de avances científico-técnicos que nos han traído hasta este presente de interconexión (tecnológica) que tiende a la desconexión (interpersonal).
Las Redes nunca fueron el enemigo, son el papel que circulábamos en el aula para transmitir el “chisme” del momento, son la popular “Radio Bemba” que tenía siempre la última y también la mímica con disimulo que hacemos en medio de mucha gente. Las Redes (y no la de pesca aunque en estas también muchos y muchas mueren por la boca), las “Sociales” (que disocian), son el amplificador de las noticias, el distribuidor inmediato de contenidos y también la palmada en la espalda (no siempre merecida) que grita: “vas bien”, “prosigue”, “continúa” e incluso “choca”, “arrasa”, “revienta”.
Desde las Redes es muy fácil alentar o defender el todologuismo y vanagloriar al opinaloguismo.
Hago pausa para nota intermedia: estos términos ni los intente Googlear. No hay resultados.
Sin embargo, el cubano (lo trae en sangre) es un opinólogo por naturaleza, con licenciatura, maestría y doctorado en el todologuismo. Experiencia demostrable, años de especialización y portafolio de trabajo disponible a la vista de todos: las Redes Sociales.
Si hay un conflicto, ahí sale uno, una, otro y otra. Ante una postura, tras la réplica, en defensa o para condenar. No tiene que partir del origen del fenómeno, ni siquiera tiene que conocerlo: el principal requisito es opinar. Opino y luego existo. Vine, opiné y repliqué. Opinión que se duerme, se la lleva otro opinólogo. Me imagino el refranero popular atemperado a estos tiempos.
Decía Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, que el ser humano siente fascinación por el espectáculo y dedicó parte de sus estudios al deseo innato del ser humano de ser visto, valorado y aceptado por los demás. La necesidad de reconocimiento no solo es un fenómeno individual, sino que también es un asunto sociocultural. Y en esta Cuba mía, tuya, nuestra, de todos… opinar está de moda. Opinar salva. Opinar resuelve.
Tristemente, ojalá fuera la solución de los problemas y no -como suele suceder-, la leña que aviva el fuego. Hoy pienso tanto en José Martí cuando dijo: “Hacer es la mejor manera de decir.” Y acudo a Fidel Castro, intemporal, inmenso, colosal: “Somos hombres de trabajo, somos hombres de acción y nos gustan los hechos más que las palabras”.
Fuente: Cubadebate
Imagen: Cocktail Marketing