La crisis de la mediana edad en Mozambique
Por Marílio Wane/ Africasacountry/ África en Resumen/ 20 de junio de 2025
Tras 50 años de independencia en Mozambique, ¿qué y cómo celebrar?
Mozambique se prepara para celebrar el 50.º aniversario de su independencia, alcanzada el 25 de junio de 1975, en un clima de tensión política que plantea diversas cuestiones cruciales sobre el futuro del país. El momento coincide con la independencia de las demás antiguas colonias portuguesas en África ese mismo año, lo que refleja la naturaleza articulada de la resistencia anticolonial en estos países, frente a un enemigo común y tras una década de lucha armada. Otro aspecto común es que, a pesar de las enormes distancias geográficas y la discontinuidad territorial, los diferentes movimientos de liberación de este grupo de naciones dialogaron entre sí, al tiempo que establecían alianzas externas alineadas con el bloque socialista, en el contexto de la Guerra Fría. Como resultado, una vez lograda la liberación, los antiguos movimientos establecieron regímenes de partido único de inspiración marxista-leninista, vigentes hasta principios de la década de 1990, cuando comenzaron a adoptar regímenes de democracia liberal debido a las políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el FMI.
La conmemoración del cincuentenario de la independencia del África Lusófona ofrece, por tanto, una oportunidad ineludible para la reflexión y el balance de la experiencia histórica, tanto en cada uno de los países como en conjunto. Además de las celebraciones oficiales, seguramente habrá eventos artísticos, seminarios académicos y, posiblemente, protestas, ya que es inevitable la dura realidad de las pésimas condiciones de vida en este grupo de naciones, entre las más empobrecidas del mundo. Si bien la historia política de los PALOP sigue, en gran medida, un guion más o menos común, individualmente, los acontecimientos se han desarrollado según sus propias idiosincrasias, destacando la inestabilidad político-institucional en algunos de ellos. Este es el caso de Angola, Guinea-Bissau y Mozambique, cuya reciente crisis poselectoral ha atraído la atención mundial y, más concretamente, de la región, debido a sus elementos estructurales, que reflejan problemas más amplios en la región.
La causa inmediata de la crisis política fue el proceso electoral de octubre de 2024, que, por séptima vez, dio la victoria al partido Frelimo, en medio de diversas acusaciones e indicios de fraude. De hecho, se trata de una situación recurrente, ampliamente documentada desde las primeras elecciones multipartidistas de 1994. Lo novedoso es que, en esta ocasión, el desafío no solo proviene de la oposición, sino de diversos sectores de la sociedad civil e incluso de organizaciones internacionales, que se han mostrado algo complacientes ante situaciones flagrantes. Por ejemplo, en un informe publicado a finales de enero, la Unión Europea señaló la ocurrencia de «irregularidades y discrepancias que afectan la integridad del proceso y los resultados electorales en el país».
El trasfondo de estas recurrentes acusaciones de fraude electoral es que, debido a una cierta inercia histórica, el partido Frelimo tiene un control casi absoluto sobre las instituciones estatales, ya que ha estado en el poder desde la independencia. De esta manera, ha adquirido la capacidad de instrumentalizarlas a su favor, haciendo que la contienda política sea manifiestamente desigual. Esta “inercia” resulta del hecho de que, desde la independencia y a lo largo de las décadas siguientes, el régimen del Frelimo ha logrado producir un consenso considerable entre las masas, anclado en la legitimidad adquirida a través de la lucha por la independencia.
La crisis comenzó inmediatamente después del primer anuncio oficial de los resultados, cuando Venâncio Mondlane, el principal candidato de la oposición, convocó una serie de protestas a una escala nunca antes vista en el país.
Dejando de lado las cuestiones de mérito, y en un análisis más profundo, la amplia controversia sobre los resultados electorales puede interpretarse como la ruptura de este consenso, señalando el divorcio entre el antiguo partido-Estado y amplios sectores de la sociedad. No solo las manifestaciones de oposición, sino sobre todo la desproporcionada represión policial observada como respuesta, han sido la imagen emblemática del crítico momento político que vive el país. Aún más simbólica de este «divorcio» fue la ceremonia de investidura del nuevo presidente, Daniel Chapo, que se vio marcada negativamente por la ausencia de la habitual participación popular. Debido al ambiente de alta tensión del día de la investidura (15 de enero), la Plaza de la Independencia tuvo que ser acordonada, supuestamente por razones de seguridad. Mientras el Chapo daba su discurso, algunos manifestantes se enfrentaron a la policía en los alrededores de la plaza, con un muerto y escenas de violencia policial que se viralizaron alrededor del mundo.
Otro aspecto sin precedentes que caracterizó el evento fue la ausencia de representaciones extranjeras al más alto nivel, especialmente de aliados históricos como Angola, Zimbabue, Tanzania, Namibia y Portugal, entre otros. Estas ausencias no pasaron desapercibidas para los medios de comunicación y fueron explotadas por los opositores al régimen como una muestra de la vergüenza internacional causada por la naturaleza controvertida de las elecciones. Particularmente en Portugal, donde el parlamento ni siquiera recomendó la presencia del presidente de la república ni del primer ministro, como ha sido habitual. Por lo demás, solo Sudáfrica, el aliado más cercano en la región, y Guinea-Bissau, que también atraviesa una crisis político-institucional, estuvieron representados por sus jefes de Estado.
Un nuevo gobierno en una encrucijada Ante el impasse, diversas voces de la sociedad civil mozambiqueña han sugerido que el nuevo gobierno adopte una serie de medidas para superar la crisis. Sin embargo, estas expectativas —como la formación de un gobierno inclusivo y unificado y el diálogo con el principal líder de la oposición— no se han cumplido. Por el contrario, las señales emitidas por el nuevo líder (quien también preside el partido) apuntan al fortalecimiento del poder hegemónico del Frelimo, cuyos cuadros abarcan todos los ministerios, además de la mayoría absoluta en el parlamento, también fortalecida por los resultados electorales. En contraste con el relativo aislamiento social del partido gobernante, Mondlane (actualmente en proceso de fundar su propio partido) ha continuado su labor de movilización interna y externa, incluso después del autoexilio que impuso tras las elecciones de octubre y su regreso triunfal a la capital del país en enero. En esa ocasión, se autoproclamó “presidente de la república” y comenzó a emitir “decretos presidenciales” desde su “gobierno paralelo” como una forma de presionar al gobierno para que adopte medidas que gozan de amplio apoyo popular pero desafían el orden institucional.
Dejando a un lado los debates legales, lo cierto es que muchos de estos «decretos» fueron aceptados temporalmente por gran parte de la población, generando situaciones de tensión social y violencia política. Por un lado, el gobierno calificó estos actos de «vandalismo» y, por otro, la oposición reivindicó su legitimidad como una forma de desobediencia civil ante las difíciles condiciones de vida impuestas por un gobierno supuestamente ilegítimo. Lo cierto es que los primeros meses del año han sido testigos de un alto grado de inestabilidad social, marcada por cortes de tráfico en diversas partes del país, la destrucción de infraestructura pública y privada, paros laborales y comerciales, entre otros, que han sido respondidos con una dura represión policial. Para un país con una economía, instituciones e infraestructura frágiles, mantener esta situación podría fácilmente conducir a una situación de ingobernabilidad, lo que a su vez plantea otro tipo de debate: quiénes serían los beneficiarios de dicha inestabilidad. En este sentido, existen acusaciones generalizadas de que Mondlane está al servicio de intereses extranjeros, basándose en su alineamiento ideológico con sectores de derecha e incluso de extrema derecha del mundo. En conjunto, estas sospechas recuerdan al fenómeno de las «revoluciones de colores», como la llamada Primavera Árabe, que azotó a los países del norte del continente en la década de 2010.
En este sentido, el uso de las redes sociales como principal herramienta de comunicación y movilización es otro elemento que genera sospechas de que Mozambique está repitiendo la misma estrategia de desestabilizar los regímenes políticos del Sur Global en beneficio de los intereses occidentales. ¿Qué y cómo? En cualquier caso, las presiones ejercidas por intereses externos siempre han formado parte de la ecuación para el ejercicio del poder, especialmente en las naciones con mayor dependencia económica. Por lo tanto, la gran pregunta es cómo reaccionan e interactúan los gobiernos ante esta realidad, teniendo en cuenta sus propios intereses como estados soberanos y, sobre todo, desde la perspectiva de las condiciones de vida de la población. Desde esta última perspectiva, la conmemoración del cincuentenario de la independencia plantea necesariamente la pregunta: ¿Qué debemos celebrar? En otras palabras, significa cuestionar qué beneficios se aportaron objetivamente a la sociedad en su conjunto como resultado de la emancipación política. Si bien reconocemos las limitaciones impuestas por un orden económico mundial opresivo y desfavorable para los países del Sur Global, los gobiernos locales no pueden quedar exentos de la responsabilidad del bienestar de sus pueblos. Y entre los diversos factores que explican su ausencia en países como Mozambique, el desgaste natural generado por cinco décadas de poder ejercido ininterrumpidamente por una sola fuerza política es sin duda uno de los más importantes.
Reconocer esta realidad cobra especial relevancia en un momento en que los vientos del Sahel soplan desde el norte del continente, exigiendo la liberación de la dominación neocolonialista, ejercida por las antiguas potencias imperialistas occidentales en connivencia con las élites conservadoras africanas. Y es precisamente este último elemento de la ecuación el que debería recibir especial atención en el debate público de las sociedades africanas, en relación con las dinámicas políticas internas que posibilitan el neocolonialismo. Si, por un lado, la creciente popularidad de Ibrahim Traoré entre la juventud africana señala el surgimiento de una nueva conciencia política, por otro, puede considerarse una amenaza potencial para las ya antiguas estructuras de poder poscoloniales. Este es el caso de la región más austral del continente, donde los principales partidos de los movimientos de liberación —Frelimo, MPLA, ANC, ZANU-PF, SWAPO, históricamente aliados— atraviesan una crisis de legitimidad sin precedentes debido a su forzada longevidad.
Además de la pregunta de qué, también es importante reflexionar sobre cómo celebrar el hito de los 50 años de liberación del dominio colonial. Dado que los preparativos oficiales ya han comenzado, la situación de crisis e inestabilidad trae consigo la cuestión más amplia de la inclusión social. En otras palabras, el desafío consiste en garantizar que el momento de celebración sea significativo para toda la sociedad, algo difícil dada la fragmentación del tejido social actual. Más que nunca, la necesidad de un diálogo abierto e inclusivo se ha vuelto imperativa, no solo para el momento específico de la celebración prevista el 25 de junio de 2025, sino como herramienta para posibilitar sólidas perspectivas a largo plazo para el futuro. En otras palabras, el gran desafío que enfrenta la sociedad mozambiqueña reside en la capacidad del sistema político históricamente autoritario y centralizado para promover una mayor participación e inclusión de la sociedad civil en los procesos de toma de decisiones para la construcción colectiva del destino de la nación.

