De las cenizas de Haití a las brasas de Gaza: La libertad que el «mundo» teme
Por Marwan Abdel Aal*
Periódico Al-Akhbar,
Beirut, Líbano, Martes, 9 de septiembre de 2025.- Hemos entrado en la era del «Smotrichsmo», donde el fascismo religioso se transforma de un individuo a una doctrina, de un discurso a ¨Carruajes de Gedeón¨ que recorren la historia. Carruajes saturados de ficciones de fantasía y de sangre de las víctimas, proclamando que la libertad no es el destino, sino un crimen, y que el palestino no es un ser humano, sino un sobrante que debe ser borrado. Desde las cenizas de la esclavitud que desencadenó la revolución haitiana hasta las brasas de Gaza, que el mundo no ha tolerado, se repite la pregunta a la que el mundo aún no ha encontrado respuesta: ¿Qué clase de libertad es esta, que se concede a unos y se les arrebata a otros? ¿Qué clase de humanidad es esta que ve a la víctima como un pecado que debe ser borrado?
Y como lo dice Franz Fanon: ¨El colonialismo no solo te convence de que tú eres un esclavo, sino te convence de que no eres digno de ser libre¨. En el caso del sionismo de extirpación, donde la filosofía del colonialismo se transforma en una filosofía de expulsión forzosa, exterminio y genocidio, no solo tú eres indigno de la libertad, sino indigno de la vida misma.
Por eso Gaza es asesinada repetidamente, como si fuera un cuerpo que el invasor no se conforma con matar una vez, sino que regresa para desgarrarlo una y otra vez, como un vaquero ¨cowboy¨ salvaje que descarga sus balas sobre un cuerpo tendido en el suelo para asegurar su aniquilación. Los carros blindados avanzan como si fueran en el tiempo pasado, arrastrando el polvo de los mitos de ficción y brillando como colmillos de hierro.
En la antigua travesía colonial, los carruajes eran un símbolo de poder y terror. Pero hoy, son el mismo rostro mecánico que aplasta ciudades, pueblos y reduce los cuerpos a polvo. Los ¨Carruajes de Gedeón¨ no han desaparecido; han reaparecido en tanques modernos, repitiendo la misma escena: inspirados en textos antiguos, y ejecutados con herramientas contemporáneas de genocidio.
Lo que ha cambiado no es la esencia del carruaje, sino la amplitud de su función, ya no es solo una herramienta de guerra; se ha convertido en símbolo de una filosofía de extirpación que insiste en que la libertad no se concede y que la vida misma está sujeta a confiscación. Casas son demolidas, reconstruidas y demolidas de nuevo, calles borradas de los mapas, convirtiéndose en fantasmas y barrios sitiados, como si el tiempo mismo se hubiera convertido en un círculo cerrado de destrucción.
Un ¨Carruaje¨ revela un profundo deseo colonial de destruir la ciudad, no solo como geografía, sino también como memoria, significado y existencia. Cada vez que Gaza se levanta entre los escombros, el asesino descubre que el cuerpo que intentó matar aún respira de esta herida abierta, de este retorno constante de la muerte, Gaza emerge hoy como una encarnación viviente de la paradoja de los derechos humanos. Occidente, que enarbola las banderas de la libertad y la igualdad, es cómplice de la destrucción de una ciudad entera y de su repetido asesinato una y otra vez, tal como conspiró en el genocidio de los esclavos que se rebelaron en Santo Domingo.
Desde las cenizas de Haití hasta las brasas de Gaza, la pregunta persiste: ¿Es la libertad un derecho para todos o un privilegio concedido a algunos y negado a otros?
Cuando los ¨filósofos de las luces¨ anunciaron sobre los derechos humanos como derechos naturales y universales, parecía que la humanidad estaba abriendo una nueva página en su historia. y cuando la Revolución Francesa adoptó su famoso lema triple: «Libertad, Igualdad, Fraternidad», muchos creyeron que la humanidad había trascendido las eras de discriminación y esclavitud. Sin embargo, la experiencia histórica pronto reveló que este universalismo era simplemente un discurso específico del centro europeo, que excluía a las periferias. La libertad cantada por Voltaire y Rousseau no incluía a los esclavos africanos en el Caribe, a los pueblos colonizados de Asia y África, ni a los pueblos indígenas de Las Américas. El discurso era universal en lenguaje, pero imperialista en la práctica.
Hoy, la contradicción se repite en Palestina. ¿Cómo pueden quienes reclaman día y noche el reconocimiento de un Estado palestino permitir simultáneamente la destrucción de sus ciudades, el aislamiento de sus pueblos y la dispersión de su pueblo? ¿Qué Estado puede surgir de las cenizas de los incendios y los escombros de las casas demolidas? ¿Qué sentido puede tener el reconocimiento cuando se produce una limpieza étnica y cuando los hijos del pueblo palestino se transforman en nuevos refugiados dentro y fuera de su patria? En este contexto, el reconocimiento aparece como una página en blanco, una tapadera que cubre una política de genocidio silencioso legitimada por el discurso de una «solución de dos Estados», mientras borra las características mismas del territorio donde se supone que se establecerá el Estado. El reconocimiento sin protección, sin el fin de la matanza, sin justicia, no es más que complicidad en el crimen e incentiva al criminal.
Haití fue la primera en desenmascarar la falsedad de este retórico discurso. A finales del siglo XVIII, Santo Domingo era la colonia francesa más rica y una de las fuentes de azúcar más importantes de Europa, pero su excesiva riqueza se construyó con el sudor y la sangre de medio millón de esclavos africanos que vivían en condiciones parecidas a las de una máquina de moler humanos.
En 1791, estalló una sublevación de esclavos, un acontecimiento inimaginable para la mentalidad europea, que consideraba a los negros incapaces de pensar y organizarse. Sin embargo, bajo el liderazgo de figuras como Toussaint Louverture, la sublevación se transformó en una revolución militar y social que derrotó a los ejércitos de Francia, España y Gran Bretaña. En 1804, condujo la Revolución a la proclamación de la primera república negra en el mundo y a la abolición de la esclavitud por la fuerza de las armas, no por decreto desde estancia superior.
Así como, los haitianos transformaron las consignas de la Revolución Francesa de la retórica de discurso a la práctica. Simplemente afirmaron: ¨Si la libertad es un derecho universal, también nos incluye a nosotros¨. Con ello, inauguraron una nueva concepción de la libertad, no como un otorgamiento de una élite ilustrada, sino como un derecho que debía ser verdaderamente conquistado.
Sin embargo, las potencias coloniales no toleraron este revés del golpe. Francia impuso enormes “indemnizaciones» a Haití a cambio de reconocer su independencia, mientras que Estados Unidos y Europa impusieron un prolongado bloqueo político y económico como castigo colectivo y mensaje disuasorio para el resto de los esclavos del mundo: cualquiera que se atreviera a conquistar su libertad pagaría un alto precio.
Sin embargo, este ejemplo haitiano no ha desaparecido; sigue rondando la conciencia y el pensamiento filosófico occidentales.
El historiador Michel-Rolph Trouillot describió la Revolución Haitiana como un «acontecimiento impensable» en el imaginario occidental porque rompió la jerarquía que colocaba a los blancos como amos y a los negros como súbditos.
Susan Buck-Morss vinculó la Revolución Haitiana con la dialéctica amo-esclavo de Hegel, demostrando que la libertad no es una idea abstracta, sino una práctica que surge de una lucha sangrienta entre un tirano y un esclavo.
Hoy, después de más de dos siglos, la misma contradicción regresa a Gaza. Durante más de diecisiete años, dos millones de personas han estado sometidas a un bloqueo total que las priva de las necesidades más básicas para vivir, las guerras reiteradas y la más reciente de las cuales es la guerra genocida que estalló en 2023, han convertido a Gaza en un laboratorio moderno para las violaciones más atroces del derecho internacional: el bombardeo de hospitales y escuelas, la hambruna sistemática y la privación de agua, medicamentos y electricidad. Mientras Occidente enarbola la bandera de los derechos humanos en su retórica, ignora esta catástrofe e incluso participa en alimentarla con armas y cobertura política.
Pero la paradoja es que Gaza, como Haití antes, está escribiendo una universalidad alternativa, le recuerda al mundo que el palestino asediado no es simplemente una «cuestión humanitaria», sino un ser humano con plena dignidad, y que la verdadera universalidad no se formula en los centros de poder, sino nace de la resistencia de los esclavizados.
Lo que conecta a Haití con Gaza es un hilo conductor único y continuo: desenmascarar la contradicción entre el discurso de la libertad y la práctica de la exclusión. Los esclavos negros, excluidos de la definición de «humanos», fueron quienes obligaron al mundo a reconocer su humanidad. Los palestinos, quienes deberían estar fuera de la historia, imponen su presencia en la conciencia mundial con su firmeza. En ambos casos, la humanidad se expandió solo gracias a quienes que fueron considerados indignos de ella.
La cultura juega un papel fundamental aquí, la Revolución Haitiana ha vivido no solo en los libros de historia, sino también en la literatura caribeña de Aimé César y otros, quienes la convirtieron en un símbolo de liberación de las personas negras y de los marginados.
Los palestinos, a su vez, a través de Mahmoud Darwish, Ghassan Kanafani y otros, forjaron una memoria poética y narrativa sobre Gaza y Palestina, convirtiendo la tragedia en parte de la conciencia mundial y no solo en una noticia política pasajera. La literatura y el arte transforman las heridas en testimonio y dan voz a las víctimas más allá del silencio que se les impone.
Por lo tanto, la universalidad de los derechos humanos no es un logro completo, sino un campo de lucha constante. Existe una universalidad desde arriba, formulada por los centros imperialistas para justificar su hegemonía, y existe una universalidad desde abajo, nacida de las luchas de los pueblos esclavizados por afirmar su derecho a existir, la primera se rige por el lenguaje de las instituciones, mientras en la segunda se escribe su historia con sangre, memoria y resistencia.
La lección que une a Haití con Gaza es que la libertad no se otorga, sino se conquista. Los derechos humanos solo son universales si incluyen a todos sin excepción. Por lo tanto, la verdadera universalidad no reside en lo que está escrito en las declaraciones de organizaciones y conferencias internacionales, sino en lo que los esclavizados imponen a la historia. Así como Haití obligó al mundo a reconocer la humanidad del esclavo negro, Gaza obligará al mundo a reconocer la humanidad del palestino oprimido.
La libertad debe ser para todos, de no ser así, no sería libertad en absoluto.
*Marwan Abdel Aal, escritor, novelista, artista plástico y político palestino, miembro del Buró Político del Frente Popular para la Liberación de Palestina.
Nota de RL:
1 “Smotrichsmo”: Referencia a Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas de ultraderecha del gabinete isrselí que proclama la anexión de Gaza, Cisjordania y toda Palestina ocupada. Es un mesiánico que invoca el derecho divino y se autodefine como «homófobo-fascista», al igual que el genocida Netanyahu llama a los palestinos «animales humanos».

