A la nueva edición de La Historia me absolverá en Colombia
Por Elier Ramírez Cañedo.
Esta nueva edición de La Historia me absolverá para Colombia es motivo de orgullo y satisfacción. Un país con el cual el autor de este documento histórico mantuvo una relación especial desde sus tiempos de líder estudiantil en la Universidad de La Habana. Como es conocido, en abril de 1948 el joven Fidel Castro Ruz se encontraba en Bogotá organizando un congreso latinoamericano de estudiantes de marcado carácter antiimperialista —que reclamaría la devolución del Canal de Panamá y de las Malvinas, exigiría la independencia de Puerto Rico y denunciaría la dictadura de Trujillo— cuando quedó inmerso en el estallido social conocido como el Bogotazo, provocado por el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán.
Aunque aquel movimiento de masas careció de un liderazgo y un programa capaces de conducirlo hacia una verdadera revolución, Fidel estuvo dispuesto a compartir su destino, incluso su vida, con el pueblo colombiano. Así se lo expresó al periodista Arturo Alape: “Yo en ese momento tengo un pensamiento internacionalista y me pongo a razonar: ‘Bueno, el pueblo aquí es igual que el pueblo de Cuba, el pueblo es el mismo en todas partes, este es un pueblo oprimido, un pueblo explotado’ —yo tenía que persuadirme a mí mismo—: ‘Le han asesinado al dirigente principal, esta sublevación es absolutamente justa, yo voy a morir aquí, pero me quedo”.

Aquella experiencia resultaría crucial para Fidel al organizar, años después, las acciones del 26 de julio de 1953. Tras el triunfo revolucionario, destaca el interés por la paz en Colombia y su histórica contribución a ella, recogida en la obra La paz en Colombia. También perdura el recuerdo de su entrañable amistad con el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Como latinoamericanista convencido, nada de Colombia le fue ajeno. Por ello, la publicación de esta nueva edición en Bogotá de La Historia me absolverá, en el marco de la conmemoración del Centenario de su natalicio, resulta tan oportuna: un acto de justicia histórica y de fraternidad latinoamericana.
Los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, fueron la respuesta moral de una generación que se negó a dejar morir al Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, en el año de su centenario. Una generación que, como se definía en el Manifiesto del Moncada —escrito por Raúl Gómez García y leído por Fidel antes de partir a la acción—, se sabía continuadora de la revolución inacabada que “iniciara Céspedes en 1868, continuó Martí en 1895, y actualizaron Guiteras y Chibás en la época republicana”.
Mas, como señalara el poeta Cintio Vitier: “El primer acto de Fidel Castro contra el golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952, fue un acto jurídico”. En un escrito dirigido al Tribunal de Urgencia de La Habana apenas dos semanas después, denunciaba la traición perpetrada y, basándose en el Código de Defensa Social, afirmaba que Batista había “incurrido en delitos cuya sanción lo hace acreedor a más de cien años de cárcel”. Frente a la tesis acomodaticia del hecho como generador de Derecho, precisaba: “Sin una concepción nueva del Estado, de la sociedad y del ordenamiento jurídico, basados en hondos principios históricos y filosóficos, no habrá revolución generadora del Derecho”.
“Los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 26 de julio de 1953, fueron la respuesta moral de una generación que se negó a dejar morir al Apóstol de la independencia de Cuba, José Martí, en el año de su centenario”.
Es esta verdad, en su lado positivo, la que se hará patente en La Historia me absolverá, un discurso que parece anunciarse en las siguientes palabras de aquella denuncia: “Si frente a esa serie de delitos flagrantes y confesos de traición y sedición no se le juzga y castiga, ¿cómo podrá después ese tribunal juzgar a un ciudadano cualquiera por sedición o rebeldía contra ese régimen ilegal producto de la traición impune?”.
Aquellos jóvenes valerosos se lanzaron el 26 de julio de 1953 a tomar el cielo por asalto y a derribar los muros del imposible, desafiando dogmas como aquel que señalaba: “con el ejército, sin el ejército, pero nunca contra el ejército”. “26 de julio; rebelión contra las oligarquías y dogmas revolucionarios…”, valoraría años después, desde la selva boliviana, el guerrillero heroico Ernesto Che Guevara.
Aquel día luminoso, que abrió una nueva época en la historia de Cuba, fue un parto sangriento. Falló el factor sorpresa y la mayoría de los asaltantes fueron torturados y asesinados. A pesar de la derrota militar, el hecho en sí ganó la simpatía de amplios sectores del pueblo cubano y, en un sentido estratégico, se convertiría en victoria cuando Fidel asumió su propia defensa y pronunció el discurso —a la vez denuncia y programa revolucionario— conocido como La Historia me absolverá. Su distribución posterior constituyó un golpe propagandístico demoledor para la dictadura de Fulgencio Batista.

Si bien La Historia me absolverá respondió a las coordenadas de su tiempo, por su contenido y proyección programática trascendió su época. No en vano ha tenido múltiples ediciones en el mundo y se considera uno de los documentos más importantes del pensamiento revolucionario cubano y latinoamericano, susceptible de ser analizado desde muy diversas aristas: histórica, jurídica, política, filosófica e, incluso, desde la literatura y el arte de la oratoria.
Su lectura sigue sorprendiendo hoy, así como la imagen de aquel joven de apenas 26 años que, en las circunstancias más adversas —aprisionado, aislado, sometido a represión física y psicológica, después de conocer la tortura y el asesinato de muchos de sus compañeros—, jamás se dio por vencido. Con dignidad y valor, asumió su autodefensa, logrando convertir a los acusadores en acusados.
Luego, desde las mazmorras del Presidio Modelo en Isla de Pinos, reescribiría las palabras pronunciadas el 16 de octubre de 1953, durante el juicio de la causa 37, celebrado en un pequeño local del hospital civil de Santiago de Cuba, custodiado por guardias con bayonetas caladas. Valiéndose de zumo de limón para escribir entre líneas en cartas a sus familiares, y de trozos de papel que lanzaba a las celdas de otros moncadistas, Fidel burló la censura y puso en circulación sus ideas. La hazaña de cómo se logró imprimir y distribuir La Historia me absolverá está excelentemente narrada por la periodista Marta Rojas en su libro Pequeña Gigante. Historia de La Historia me absolverá (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010).
“Si bien La Historia me absolverá respondió a las coordenadas de su tiempo, por su contenido y proyección programática trascendió su época”.
En su alegato, Fidel expuso los crímenes cometidos contra sus compañeros y los seis problemas más acuciantes del oprobioso sistema neocolonial instaurado en la Isla: “El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo”. A la solución de estos seis puntos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política, se habrían encaminado resueltamente sus esfuerzos.
Definió con precisión quién es el pueblo: “Nosotros llamamos pueblo, si de lucha se trata, a los seiscientos mil cubanos que están sin trabajo […] a los quinientos mil obreros del campo que habitan en los bohíos miserables[…] a los cuatrocientos mil obreros industriales y braceros […] a los cien mil agricultores pequeños […] a los treinta mil maestros y profesores […] a los veinte mil pequeños comerciantes […] a los diez mil profesionales jóvenes… ¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje!”. Y aclara: “A ese pueblo […] no le íbamos a decir: ‘te vamos a dar’, sino: ‘¡aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!’”.

Mas no se trataba solo de enunciar problemas. En su alegato, Fidel delineó el Programa de la Revolución, conocido como Programa del Moncada. Entre las leyes que serían proclamadas inmediatamente figuraban: la vigencia de la Constitución de 1940 como ley suprema del Estado; la concesión de la propiedad de la tierra a los que la trabajaban; el derecho de los obreros a participar de las utilidades de las grandes empresas; y la confiscación de los bienes mal habidos por los gobernantes corruptos. Una vez terminada la contienda, y previo estudio, se proclamarían la Reforma Agraria, la Reforma Integral de la Enseñanza y la nacionalización de los trusts eléctrico y telefónico. Se declaraba, además, una política de estrecha solidaridad con los pueblos democráticos de América, haciendo de Cuba un baluarte de la libertad y no un eslabón vergonzoso de despotismo.
En La Historia me absolverá no aparece la palabra socialismo; sin embargo, el influjo de las ideas socialistas está presente no como cuerpo teórico, sino como aspiraciones prácticas. Ya aquí se vislumbra la maestría en el arte de hacer política que siempre acompañó a Fidel, así como su manera de asumir el marxismo: como guía para la acción, como filosofía de la praxis, nunca como dogma. El propio Fidel lo ratificó años después: “Cualquiera que lea lo que nosotros expresamos en aquella ocasión, verá que muchas cosas fundamentales de la Revolución están expresadas en ese documento. […] había que tratar de que ese movimiento fuera lo más amplio posible”. Sumar a todas las fuerzas posibles y neutralizar a las que pudieran convertirse en obstáculo era la clave para alcanzar la victoria. La historia le dio la razón.

El valor y la trascendencia de La Historia me absolverá residen también en la manera en que fue cumplido como Programa del Moncada a partir del triunfo de la Revolución en enero de 1959. Ya en octubre de 1960, en una comparecencia televisada, Fidel daba por cumplido ese programa: en apenas veinte meses, el Gobierno Revolucionario había hecho más que en sesenta años de república neocolonial. A partir de ese momento, la Revolución abrazaría como programa la Primera Declaración de La Habana, un programa abiertamente antimperialista y socialista preludio de la declaración oficial del carácter socialista, que se proclamaría el 16 de abril de 1961, en momentos en el pueblo se movilizaba para enfrentar la invasión mercenaria que horas después se enfrentaría en las arenas de Playa Girón. “Hoy se ha cumplido ya una etapa —diría Fidel—. En veinte meses de Gobierno Revolucionario se ha cumplido el programa del Moncada, en muchos aspectos, superado. […] Entramos en una etapa; los métodos son distintos. Nuestros principios están hoy sintetizados en la Declaración de La Habana”.
Hasta entonces, nunca había existido en Cuba un Gobierno de tal altura ética, donde el discurso se correspondía con la acción y la transformación de la realidad, teniendo a la justicia como brújula y al pueblo como protagonista. Agradecemos al movimiento de solidaridad con Cuba en Colombia y a todos los que hicieron posible esta edición. Que la lectura de La Historia me absolverá siga inspirando la lucha por la justicia y la soberanía de los pueblos de Nuestra América.
Nota: Este texto es el prólogo de la edición colombiana de La Historia me absolverá.
Tomado de La Jiribilla.

