Un aniversario de la injusta y criminal invasión a Panamá (I)
Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
En los momentos convulsos actuales, cuando Estados Unidos, insiste en traer la guerra a la declarada zona de paz del Caribe; retoma la política de las cañoneras; aplica con todo rigor la oprobiosa doctrina Monroe; se inmiscuye e impone sus candidatos en países de la región, con métodos intervencionistas, amenaza a Venezuela, Cuba y Nicaragua, declarados “ejes del mal”, es obligado recordar la injusta y criminal invasión a la hermana República de Panamá, ocurrida el 20 de diciembre de 1989.
Más de tres décadas han pasado desde que en horas de la noche del 19 de diciembre de 1989, comenzó la décima tercera invasión de los Estados Unidos a Panamá, una de las más ensayadas desde 1855, cuando comenzaron a profanar la soberanía del país istmeño.
Daba inicio la Operación Justa Causa (Just Cause[1]) con el supuesto objetivo de sacar del poder al general Manuel Antonio Noriega, sindicado de ser narcotraficante, quien había asumido la conducción del país el 16 de diciembre de ese año. Numerosos documentos hoy confirman que este fallecido militar había prestado reconocidos servicios a varias agencias estadounidenses, en primer lugar a la CIA y al DEA.
En 1984, Noriega, guiado por el clamor de los panameños había reiterado y exigido a Estados Unidos, que se honrarán los tratados canaleros y solicitado que entregaran el canal de Panamá a la soberanía panameña.
En 1977 se habían firmado los referidos tratados canaleros entre el general Omar Torrijos Herrera y el presidente estadounidense James E. Carter, pero la entrega no se había hecho realidad debido a dilaciones imperiales para conservar el poder en la vía interoceánica, preservar la dominación más allá de la entrega formal.
En la noche del 19, la invasión, tan ensayada durante meses, comenzó, las postas mixtas integradas por militares estadounidenses y panameños, fueron remplazadas por tropas regulares de Estados Unidos, desarmados los miembros de las Fuerzas de Defensa y se escuchaban los preliminares de la agresión.
Cientos de soldados del imperio se habían posesionado de la capital desde mediados de ese año, alquilado inmuebles, pasaban inadvertidos inmersos en el estudio de las capacidades defensivas panameñas, actualizaban el teatro de las venideras operaciones preparatorias.
Al terminarse el día 19 y dar inicio al nuevo día el entonces presidente George H.W. Bush, anunciaba al mundo desde la Casa Blanca, que esa nueva operación quirúrgica contra un pueblo hermano, que había derramado su sangre en varias ocasiones en contra de la presencia militar norteamericana en su territorio, instalado durante décadas por medio de más de una docena de bases militares dislocadas a las puertas de su capital en el océano Pacífico y otras en el Caribe, había comenzado.
Desgarraduras recientes en la incursión en la diminuta e indefensa isla de Granada, en 1983; una década de guerra no declarada contra la Nicaragua sandinista desde 1979, que involucró a países centroamericanos, con la participación de mercenarios de origen cubanos instalados en Estados Unidos, atacar a Panamá era la consumación del intervencionismo imperial.
Bastaba cruzar el Puente de las Américas, para encontrar las bases navales, aéreas y de todo uso, desde donde, en esa década, habían partido miles de operaciones de espionaje contra países de la región.
Desde las bases Rodman, Koobe, Howard, Albrook Field, partían las incursiones militares en los meses precedentes a la invasión, también se produjo la provocación contra el cuartel central de las Fuerzas de Defensa panameñas, que ocasionó la muerte, en extrañas circunstancias, de un militar estadounidense, hecho que tensó aún más la situación y creó las condiciones para la incursión militar.
El recinto castrense panameño estaba ubicado en el humilde barrio de El Chorrillo, arrasado después, innecesariamente, por las devastadoras armas norteamericanas que se estrenaron en ese escenario bélico y que causó miles de víctimas colaterales, cientos de ellas desaparecidas en fosas comunes diseminadas por la capital. Decenas de los panameños asesinados fueron incinerados, con el pretexto de evitar brotes epidémicos al estar insepultos durante días.
Mientras el invasor ocupaba sin motivo todo el país, en la base militar norteamericana, Fort Clayton tomó posesión la troica, que había concurrido a las urnas en las elecciones presidenciales en mayo y de esa forma espuria se hicieron del poder, bajo la fuerza y el terror de los soldados de la 82 División Aerotransportada y de 193 Brigada de Infantería con asiento en ese enclave castrense, así como otras fuerzas de varias armas que ocuparon el país en toda su extensión, para someterlo y cambiar su rumbo político, dejando a su paso la destrucción de instalaciones, la muerte de ciudadanos y causando secuelas indelebles en muchos panameños.
Fue un acto político que deslegitimó la presidencia panameña, impuesta por medio de las armas estadounidenses.
En los días inmediatos a la invasión, el mando militar norteamericano y en particular en general de brigada Marc Anthony Cisneros[2], había expresado con sorna y desprecio, que al comenzar el ataque artero a Panamá, se estaría tomando una cerveza y al terminar su punitiva labor regresaría tan rápido, que aún esta, estaría fría.
Pero los cálculos del estratega norteño se enfrentaron a la resistencia popular nacional, que dio muestras de coraje y valentía a pesar de la superioridad numérica en hombres y en armas. La acción de Panamá sirvió además de laboratorio para el empleo de novedosos armamentos sofisticados como del bombardero “invisible” Stealth F-117, los helicópteros del tipo Blackhawk, Apache y Cobra, además de misiles, cañones, blindados de fuego rápido y otras maquinarias de última generación. Se ocupó el país y se masacró a su pueblo sin una causa justa, fue innecesario y con gran derroche de terror
Los mencionados aviones, irrumpieron en el espacio aéreo panameño causando pavor. Se puso en práctica los últimos adelantos del complejo militar industrial, para causar la muerte. Dos años después lo harían con letal eficacia en la llamada Guerra del Golfo.
A pesar del tiempo transcurrido es imposible entender y admitir que la Operación “Causa Justa”, justifique la muerte de más 7000 panameños, algunos todavía hoy desaparecidos y haber empleado 27 000 soldados cuando todo estaba ensayado para un mero paseo. el ensañamiento dio lugar que lo previsto no fuera tal, ante la brutalidad de las acciones, hubo resistencia en varios lugares más bien en defensa propia, pero el descomunal poderío se impuso.
Otra lectura que dejó este acto genocida fue el método de las fuerzas norteamericanas de permitir durante días el pillaje, que provocó el caos en la ciudad y desvió la atención hacia lo que acontecía. El saqueo de los almacenes de la concurrida Vía España, de las áreas comerciales de El Dorado y otros puntos, fueron objetos del vandalismo, que pretendía inmovilizar y desviar la firmeza de los opositores.
Los blancos a atacar fueron cuidadosamente seleccionados, no solo militares, sino también civiles como el mencionado barrio, que devino en mártir y fue virtualmente desaparecido con sus humildes casas de madera, recuerdo de la construcción del canal. También pulverizaron el Centro Recreativo Militar, CEREMI, instalado cerca del aeropuerto internacional de Tocumen, llevado a escombros por la aviación invasora por suponer que Noriega se había refugiado ahí; o la base aérea de Río Hato, que recibió un impacto desproporcionado de los agresores.
El barrio trabajador de San Miguelito, opuso tenaz resistencia al ocupante desde el inicio de la invasión, en otros puntos de la capital y el país los focos populares causaron bajas a los intervencionistas, que habían sido persuadidos por sus jefes de que sería un episodio de puro trámite y que los pobladores agradecidos los recibirían con banderitas y flores.
Continuará…
[1] Nombre que el mando militar invasor dio a la agresión.
[2] De origen mejicano, nació el 5 de abril, su primera experiencia en agresiones la tuvo en Vietnam, donde estuvo durante la ofensiva insurgente del Tet.
(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.
Foto de portada: BBC.

