Encuentros y desencuentros con Santa Claus
Por Abel Prieto.
Creo que Rilke tenía razón cuando dijo que la verdadera patria es la infancia. Hay, sin duda, en ese lugar mágico de nuestra memoria, algo único que nos define como individuos, como miembros de una familia, de una comunidad, de una generación, de una historia.
Cuando iba a escribir estas notas, me pregunté si Santa Claus había sido un personaje importante para mí en aquel Pinar del Río de los años 50 del siglo pasado. Con toda franqueza debo decir que no. Los Reyes Magos, en cambio, sí lo fueron. Los recuerdo con afecto y también con una pizca de rencor, a causa de una especie de deuda que les quedó pendiente. Les escribí muchas cartas, quién sabe cuántas, para convencerlos de que yo era un niño estudioso, aplicado, que merecía como regalo el Tren Eléctrico que se exhibía —deslumbrante— en la primera tienda por departamentos de la ciudad. Me trajeron otros juguetes; pero ese Tren jamás.
Vi a Santa Claus por primera vez en la referida tienda por departamentos. Pero nunca le escribí. Ninguno de mis amigos lo hizo. Seguíamos dirigiéndonos con mayor o menor fortuna a los Reyes Magos. No acabábamos de simpatizar con aquel gordito sonriente que vendría supuestamente en un trineo halado por renos para deslizarse a través de las supuestas chimeneas de nuestras casas.
“Trabajemos incansablemente para fomentar entre nosotros una mirada revolucionaria, anticapitalista, anticolonial, antimperialista, que desmonte las manipulaciones y haga una cotidiana ‘Vindicación de Cuba’”.
Muchos años después, volví a toparme con Santa en un lugar insólito: una pequeña biblioteca de un pueblito oriental de Cuba. Yo trabajaba por entonces en el Ministerio de Cultura, estaba haciendo un recorrido por distintas provincias y municipios y quise conocer de primera mano el proyecto “El personaje del mes”. Según me habían explicado, en esa biblioteca escogían cada mes a un personaje histórico para que los niños buscaran información e hicieran dibujos y redactaran textos sobre él. Ya habían pasado por Rafael María de Mendive, Heredia, Finlay, Guiteras y otras figuras memorables. Pero estábamos en diciembre y “El personaje del mes” era nada menos que Santa Claus.
Para mí fue un momento difícil. Aquellas bibliotecarias creían en lo que hacían y me mostraban con orgullo los dibujos y los textos de los niños protagonizados por el gordito de sonrisa permanente y gorro y traje rojiblancos. De hecho, fui muy cuidadoso: las animé a seguir adelante; aunque me permití insistir en que evitaran en lo posible “los personajes imaginarios”, eso dije, para centrarse en aquellos que han marcado la historia de Cuba y la de Nuestra América.
Antes de salir del pueblito, tuve un último encontronazo inolvidable. En la fachada de un edificio pretencioso, encristalado (lo que llamábamos en la época “La Shopping”), brillaba el mismísimo Santa Claus, con trineo, renos, cascabeles, risa, sonrisa y todo lo demás.
Ahora, en La Habana, en diciembre, se ha multiplicado hasta el delirio este símbolo de “modernidad” yanqui en las fachadas de restaurantes y de todos los negocios imaginables, en monigotes, inflables, en formatos muy diversos. Se supone que el gordo risueño y rojiblanco atraiga público, consumidores, dinero.
No olvidemos la advertencia martiana: “Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!”
Tenemos que volver siempre a Martí, a su denuncia de la “prosperidad” envenenada de los Estados Unidos. Es un componente central de su legado, del legado de Fidel, de Raúl, de Díaz-Canel.
Trabajemos incansablemente para fomentar entre nosotros una mirada revolucionaria, anticapitalista, anticolonial, antimperialista, que desmonte las manipulaciones y haga una cotidiana “Vindicación de Cuba”.
Tomado de La Jiribilla / Foto de portada: Juan Carlos Borjas.

