Cristina González y el puntapié definitivo hacia la Psiquiatría
Por Flor de Paz / Colaboración especial para Resumen Latinoamericano
La cotidianidad de la doctora Cristina Elena González De Armas, Jefa del Servicio de Adicciones de la Sala Rogelio Paredes”, del Hospital Psiquiátrico de La Habana Comandante y Doctor Eduardo Bernabé Ordaz Ducunge, transcurre entre su andar a prisa de un lado a otro, la asistencia a un enfermo en plena crisis o la atención a otro que la detiene a medio camino, y la responsabilidad inmensa de encabezar un equipo de médicos, psicólogos, terapeutas, enfermeras y personal de servicio.
Tiene solo 32 años y hace poco más de uno asumió la dirección de la Sala —luego de siete trabajando en el Hospital y cinco en este servicio—, encargo que entraña un inmenso desafío para su vida personal y profesional, “por la necesidad de superarme contantemente como médica y ser humano, y por no fallarle a los pacientes, que son mi motor impulsor”.
La Sala Paredes es espaciosa y todas las camas pueden visualizarse desde distintos ángulos, sin tabiques que lo impidan. Los pacientes pululan por sus predios. La Doctora Cristina, Máster en “Prevención del uso indebido de drogas”, atiende a los ingresados y a sus terapias individuales; también hace psicoterapia de grupo. En una misma jornada también trata a aquejados de otros trastornos psiquiátricos.
Disfruta de su profesión, “siempre hay descubrimientos, búsquedas, satisfacciones. Estas últimas llegan, principalmente, cuando alguno de mis pacientes logra un mes de abstinencia u otro me dice que ya no escucha voces».
̶¿Fue tu voluntad trabajar en el Hospital Psiquiátrico?
̶ Sí. Mi primer año de la residencia lo hice en el Galigarcía, pero en el segundo y tercero me enviaron para acá. Nunca antes había venido, aunque siempre pensé que este era el lugar para aprender. Cuando me gradué de especialista me ubicaron aquí y pedí quedarme en la sala de adicciones, donde había recibido gran parte de mi formación.
Comenta que trabajar en el Hospital Psiquiátrico es difícil: es muy grande, hay numerosos pacientes, y la mayoría viven en sus instalaciones. “Muchos tienen familia; algunas los visitan, los sacan de pase; otras no. Y son pocos los que se han reinsertado en la sociedad”.
—Quizás por todo eso aquí se me ha despertado una sensibilidad enorme por ellos, que suelen ser muy cariñosos, te besan, te abrazan. Caraballo, por ejemplo, a cada rato me regala un cuadro. Pone su firma, y debajo las siglas del Hospital.
—¿Por qué elegiste la Psiquiatría?
—Desde que decidí estudiar Medicina dije que iba a ser psiquiatra o cirujana. Creo que mi preferencia tuvo que ver con la apreciación de un fenómeno: lo que es capaz de hacer una persona que no conecta con la realidad que la mayoría percibimos. Y la verdad es que lo tuve bien claro en quinto año, incluso antes de que mi hermana se hiciera psiquiatra infanto-juvenil, aunque durante casi toda la carrera había sido alumna ayudante de cirugía. Además, por suerte, terminé y, por vía directa, empecé la especialidad.
Sin embargo, piensa que el puntapié definitivo lo recibió en la primera guardia que hizo en su rotación por psiquiatría como estudiante de medicina. “Ese día llegó una paciente, en medio de tremendo alboroto, con un montón de papeles y un fuerte olor a alcohol. Decía que quería inmolarse en la Plaza de la Revolución, pero que se le habían olvidado los fósforos. Aquello me impactó mucho.
“Después estuve en el Centro de Higiene Mental, donde me evalué con el caso de una mujer adicta al alcohol. Entonces pensé, quiero ayudar a las personas con estos problemas y a quienes padecen trastornos psiquiátricos, porque la mayoría son maltratadas y estigmatizadas”.
Así concluyó su vínculo con la cirugía. Y, en sexto año, optó por Psiquiatría y se la otorgaron. De lo contrario, hubiera estado dispuesta a hacer los dos años de Medicina General Integral y luego volver a escoger esta especialidad. “Ya no tenía dudas, como cuando terminé el preuniversitario: solo pedí Medicina”.
Su tesis de Máster se tituló “Depresión y suicidabidad en pacientes alcohólicos ingresados en el Servicio de Adicciones Rogelio Paredes, enero-agosto del 2019”, un campo de vital importancia en la actualidad y un reto asistencial de primera línea para los profesionales de la salud mental.
La depresión —precisa— es un estado emocional mórbido que se caracteriza por la afluencia de ideas destructivas y demoledoras sobre uno mismo y sobre la vida. La persona se sume en una disposición malsana donde aparece la falta de actitud necesaria para emprender las obligaciones del día a día. “Implica alto grado de sufrimiento y, en los casos severos, afecta a todas las áreas vitales.
“Entre los síntomas de depresión, están los pensamientos recurrentes de muerte, conocidos como ideaciones suicidas, lo cual puede llevar a una persona a atentar contra su vida. Esta situación se agudiza aún más si el que la padece presenta también una dependencia alcohólica”.
La dedicación asistencial más importante de la Doctora Cristina está centrada en este terreno, pero le fascina la atención a todo tipo de paciente psiquiátrico. En cuanto a los afectados por las adicciones, considera que padecen una enfermedad es muy complicada.
Como médica, dice, intento ponerme en su piel, en sus zapatos, acercarme a lo que ellos y sus familiares sufren. “Hay quienes los tildan de descarados, antisociales, pero realmente les cuesta asumir que están enfermos y esa es la primera ayuda que necesitan”.
Explica que muchos pacientes alcohólicos piensan que pueden salir de su situación y llegar a ser consumidores sociales. “Sin embargo, no es posible: su padecimiento es incurable. En la abstinencia total radica la rehabilitación.
“Me consagro, sobre todo, al tratamiento de los pacientes hombres. Aunque mi tesis de especialista estuvo centrada en los trastornos depresivos y de ansiedad en mujeres adictas. Ellas son más estigmatizadas todavía. Muchas empiezan a consumir alguna pastilla o alcohol mientras hacen las tareas del hogar. A veces son capaces de reconocer el problema con prontitud, pero les cuesta más trabajo recibir ayuda, por la discriminación que sufren de parte de las personas que la rodean. Además, la mayoría de los centros de atención a adictos están orientados a hombres”.
—¿Cómo es tu interacción con los pacientes y sus familiares?
—Trato de entregarles todo lo que sé, con amor, de modo que consigan asumir el problema, sin imponérselo. En el caso específico de la adicción, les trasmito la idea de que sí pueden lograr salir de la enfermedad.
“Además, intento imaginar lo que sienten y sufren. Y nunca les digo: pon de tu parte ¿Qué parte van a poner si están mal? Cuando una persona se siente deprimida, no puede satisfacer determinadas demandas sociales, no puede trabajar. De lo contrario, no fuera a pedir ayuda. Entonces hay que ser muy empáticos con ella. Dar amor para recibir amor».
—Y ahora, con la pandemia de la Covid, ¿cómo hacen?
—No podemos trabajar igual por las limitaciones que impone la situación epidemiológica. El año pasado formé parte del equipo de salud mental en la cuarentena que se realizó en el Hospital, una de las acciones preventivas para evitar el impacto de la Covid-19 en la institución, pues tenemos una población vulnerable por la edad de los pacientes y las comorbilidades que presentan. En estos momentos estoy apoyando también el trabajo en la Sala Guiteras, en la que permanecen los pacientes una vez que retornan de otro hospital o que por alguna situación han tenido que salir de nuestro centro. Allí permanecen hasta que tienen el resultado negativo del PCR y son trasladados a su sala.
Cristina Elena González De Armas nació el 25 de octubre de 1988. Nunca fue al círculo infantil, cuidó de ella su abuelita Aurora, quien la dormía en las tardes y siempre la consintió mucho, además de contribuir a su educación. Junto a sus padres y hermana, son las personas que más han influido en su vida.
“Mi mamá, muchísimo. Es mi patrón a seguir. Le tocó estar a cargo de las enseñanzas de las reglas, de las responsabilidades de la vida. Cuando le dije que quería estudiar medicina me apoyó, sin obviar la alerta de que esa carrera iba a demandar mucho esfuerzo de mí parte, desde su experiencia como especialista en Obstetricia y Ginecología.
“Con mi papá también he podido contar siempre. Es especialista en Medicina Interna. Ellos se separaron cuando yo era muy pequeña. Recuerdo cuando empecé el preescolar, mi hermana, cinco años mayor que yo, iba a verme al aula a cada rato, y todos los días me llevaba a casa. Yo seguí sus pasos. Mis dos abuelos también han sido muy cercanos en los momentos importantes.
“¿Amigos? Tengo buenos amigos. Siempre han sido muy necesarios para mí. Y los he mantenido. Algunos desde la secundaria, el preuniversitario, la carrera, y ahora también. Son personas que aprecio por sus valores. Tengo una amiga desde el prescolar, en la escuela Felipe Poey, ubicada en los límites de mi Centro Habana natal, que se fue a vivir a otro país, pero continuamos muy cercanas”.
El futuro de esta joven médica de 32 años, especialista en Psiquiatría, es tan cierto como la ternura con la que trata a sus pacientes y el tiempo sin fin que les dedica. Pero en su empeño por enriquecer el camino que ha elegido cuenta además con la categoría docente de Profesora instructora desde julio de 2017, y está a punto de convertirse en Profesora Asistente.
“Imparto clases a los alumnos de quinto año de Medicina en su rotación por Psiquiatría, a los que realizan el internado vertical en esta disciplina, a los residentes de la especialidad y a los de la carrera Trabajo social, de nivel técnico superior”.
A la Doctora Cristina la docencia le parece ideal para su afán de transmitir los conocimientos con que cuenta, “no solo a los alumnos o colegas de la especialidad, sino también a los pacientes (y a los familiares y amigos de estos); también, a todos los que estén dispuestos a ayudarlos en su proceso de rehabilitación”.
Es miembro de la Sociedad Cubana de Psiquiatría y en su currículo constan publicaciones científicas, autorías docentes y participación en eventos de la especialidad, así como su presencia en el Comité Organizador del Congreso PsicoHabana, un evento científico que se realiza cada dos años.
—“¿Relación de pareja? Con Armando, desde hace cuatro años. Es ingeniero eléctrico. Dos puntos de vista diferentes”.
Escuchar música, ir al cine, al teatro, a exposiciones de pintura, compartir con los amigos en cualquier espacio, y con su familia en casa un fin de semana, está entre sus preferencias.
“Y relacionarme con el colectivo de la Sala en otros ambientes. Porque el trabajo con las adicciones conlleva un desgaste importante. La Psiquiatría, como tal, implica esfuerzo, pero con las adicciones es aún mayor. Los pacientes llegan carentes en lo material, pero sobre todo en el aspecto afectivo y darles el apoyo que necesitan demanda mucho tiempo y energías. A veces ya estoy lista para irme, con la cartera en la mano, y alguno de ellos me llama. Entonces viro, me siento y le pregunto: ¿qué sucede?”
El olor a antisépticos y desinfectantes condicionó el olfato de Cristina Elena González de Armas. Muchas horas de sus juegos infantiles transcurrieron en consultas donde sus padres, médicos, daban asistencia, incluso en meses de vacaciones escolares.
Intranquila, traviesa, aplicada en la escuela; la hermana menor, así se caracteriza. También, sensible ante las angustias de sus pacientes, hasta el punto de que alguna vez, en una psicoterapia, se le salieron las lágrimas.
“Hay circunstancias que te movilizan más que otras y no puedes controlar la emoción, asegura. Y me es difícil manejarlas. Pero he aprendido a delimitar un poco los problemas profesionales del resto de mi vida, porque lo contrario no es saludable”.
Foto de portada: Cortesía de la entrevistada