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Contra el sionismo

La propaganda israelí y los grandes medios de comunicación occidentales insisten sistemáticamente en asociar toda expresión de antisionismo con el antisemitismo. Para desmontar esta falacia, señala el autor en su artículo, es preciso reconstruir críticamente el periplo histórico del pueblo judío y remontarse al surgimiento de la ideología sionista

Por José Ernesto Nováez Guerrero*

El problema del sionismo, de su naturaleza, gana nueva relevancia en el momento actual. Ante los ojos de la comunidad internacional, “Israel” perpetra un genocidio de magnitudes colosales, continuidad y colofón del genocidio que durante más de siete décadas viene perpetrándose en contra del pueblo palestino.

La propaganda israelí y los grandes medios de comunicación occidentales insisten sistemáticamente en asociar toda expresión de antisionismo con el antisemitismo. Para desmontar esta falacia, es preciso reconstruir críticamente el periplo histórico del pueblo judío y remontarse al surgimiento de la ideología sionista. Para este fin es de gran utilidad el libro La cuestión judía. Una interpretación marxista [1], escrito por el comunista judío belga, Abram Leon en 1942, mientras se ocultaba de la persecución fascista. Leon murió en un campo de concentración en 1944, pero su lúcida reconstrucción de la historia del pueblo judío y sus valoraciones sobre el sionismo tienen plena actualidad.

La cuestión judía

La violenta creación del estado de “Israel” en 1948 apelaba a la recuperación de los territorios históricos pertenecientes al pueblo judío. En esta perspectiva, “Israel” era la tierra prometida por Dios, perdida a raíz de la gran catástrofe que fue la toma y saqueo de Jerusalén en el 70 DC, iniciando la primera gran diáspora judía. Este relato, que comienza con la violencia brutal de un opresor extranjero, tenía su conclusión lógica en la violencia restitutiva de un nuevo estado de “Israel”.

Sin embargo, estudios históricos serios desmontan este relato. La consulta de documentos y testimonios de la época arroja que, mucho antes del saqueo de Jerusalén, ya los judíos se habían dispersado ampliamente por la cuenca del Mediterráneo. De hecho, tomando como ejemplo el caso de la próspera ciudad de Alejandría, en Egipto, Leon apunta:

«Varios siglos antes de la toma de Jerusalén [70 DC], la ciudad abarcaba a tres millones y medio de judíos, mientras que apenas un millón seguían viviendo en Palestina.» [2]

La dispersión de los judíos fue resultado de las condiciones geográficas de Palestina y el papel que estos pasaron a desempeñar en la economía del mundo antiguo. En sociedades donde predominaba la economía natural, o sea, donde la riqueza de cada sociedad dependía de sus capacidades de autoabastecimiento, la tierra de Palestina no reunía las condiciones para el desarrollo de una agricultura, y más aún con las técnicas de la época, que sustentara a una población creciente. Sin embargo, su ubicación geográfica privilegiada, en la confluencia de las principales culturas y civilizaciones, posibilitó que desde bien temprano los judíos asumieran un papel comercial que se mantendría a lo largo del mundo antiguo y en el medioevo.

Mientras muchos judíos se asimilaron culturalmente a las sociedades donde estaban insertos, por ejemplo los judíos de Alejandría solo hablaban griego y uno de ellos fue incluso nombrado como gobernador romano de la provincia, otros preservaron de forma más o menos definida su identidad. 

El antisemitismo del mundo antiguo guardaba relación, fundamentalmente, con los recelos propios de una sociedad donde predominaba la economía natural con respecto a una clase de comerciantes, vistos como meros especuladores. En muchas sociedades antiguas, de hecho, el comercio era patrimonio exclusivo de los extranjeros, nunca de los ciudadanos, que consideraban incluso indigno consagrarse a esta actividad.

En la sociedad medieval la situación de los judíos se complejiza y diversifica. En la medida en que las diferentes sociedades europeas van evolucionando a diversos grados de feudalismo. En Europa occidental, particularmente, comienza a verificarse el surgimiento y consolidación de los estados nación modernos, de la mano de una recuperación económica e industrial artesanal, provocando una marcada distinción entre la situación de los judíos en las diversas regiones del continente, al igual que en las funciones de estos.

En Europa Occidental, los judíos comienzan a ser desplazados del comercio y deben concentrarse en otras funciones económicas, siendo la más reconocida y detestada la de la usura. El proceso de unificación nacional de las naciones europeas occidentales tiene en la religión cristiana un elemento ideológico fundamental. Esto determina el rechazo creciente a pueblos y religiones no asimiladas, lo cual en el caso de los judíos se va evidenciar primero en un proceso de desplazamiento de la actividad económica que había sido su actividad central durante siglos y luego en un proceso de persecución y expulsión forzosa, como la llevada a cabo en España por los reyes Isabel y Fernando. Como resultado la población judía en Europa occidental sufre una disminución sustancial y muchas de las comunidades que sobreviven están sujetas a diferentes grados de asimilación. El antisemitismo moderno va a ser heredero de los procesos verificados en esta etapa histórica de emergencia de los estados nación.

En Europa Central y Oriental, por el contrario, el relativo atraso de las sociedades y la supervivencia del orden feudal mucho tiempo después de que en occidente ya ha iniciado la transición a formas capitalistas de organización de la sociedad, incide en la supervivencia de una amplia población judía que preserva su estatus económico y una identidad nacional fuerte.

Con la industrialización del siglo XIX emerge el proletariado como sujeto revolucionario en Europa y aparecen las ideas del socialismo en sus diferentes variantes, hasta llegar al marxismo como punto superior de la evolución y exposición del problema. Un proletariado judío y una intelectualidad marxista judía hacen que en la historia del pensamiento socialista, sobre todo en la segunda mitad del XIX y principios del XX, la denominada “cuestión judía” sea un punto central de debate. 

En un contexto de fortalecimiento de los nacionalismos en Europa, emerge el sionismo como una corriente que pugna por el restablecimiento de una patria para el pueblo judío en la tierra de “Israel”. El sionismo, que tiene diferentes corrientes, incluyendo el socialismo, es también la respuesta al crecimiento del antisemitismo en Europa Central y Oriental, región donde confluían tanto potencias emergentes como Prusia, que capitaneaba el proceso de unificación nacional alemana, como los decadentes imperios austrohúngaro y zarista. De hecho, en Rusia, era frecuente que la policía secreta, la ojrana, instigara los progromos en contra de los judíos como forma de canalizar el malestar social.

La revolución de octubre de 1917 dio una respuesta práctica al problema: la situación de los judíos fue normalizada dentro del nuevo estado soviético y pasaron a tener sus propias instituciones culturales con apoyo del estado si lo deseaban. O sea, los bolcheviques resolvieron el problema dándoles a los judíos plena participación dentro del proceso revolucionario, preservando sus prácticas y tradiciones. Política muy a tono con el principio de respeto a la autodeterminación de las nacionalidades, pero que desde el punto de vista de las corrientes más nacionalistas del sionismo dejaba el gran problema sin resolver: un estado judío en la tierra de “Israel”

Para el inicio de la II Guerra Mundial, se estima que la población judía en el mundo rondaba los 16,6 millones de personas. En torno al 40 por ciento de esta población fue masacrada por los nazis entre 1941 y 1945 [3]. Masacre a la cual sumaron páginas muy vergonzosas otros gobiernos “democráticos”, que en su momento incluso negaron el acceso a sus países de barcos repletos de judíos que huían del Holocausto, como es el caso de Gran Bretaña, EEUU y la Cuba de Fulgencio Batista, en su primer mandato. El sionismo nacionalista, fortalecido por esta gran catástrofe humana, y el interés de los gobiernos europeos y norteamericano por resolver, a su manera, la “cuestión judía”, propiciaron la solución violenta del problema de la existencia de un estado de “Israel” en 1948.

El sionismo

El sionismo como ideología política es hijo de tres procesos fundamentales en la Europa del siglo XIX: el ascenso del nacionalismo, la creciente violencia de los progromos en la Rusia zarista, donde residía la mayor parte de la población judía y la polémica internacional generada por el caso Dreyfus, que puso en evidencia la agudización de la problemática judía en el continente. 

Los primeros ideólogos sionistas comenzaron a defender la tesis del retorno a Palestina como única solución de la cuestión judía. Sin embargo, esta posición no fue indisputada. En el seno del sionismo confluyeron muchas corrientes. Desde aquellas que buscaban el restablecimiento de un estado judío en otras partes del mundo, dada la compleja geografía de Palestina, hasta un sionismo socialista, que si bien compartía algunos de los mitos fundamentales del sionismo, tenía divergencias en cuanto a las posibles soluciones.

Leon sostiene que el sionismo surgió como reacción de la pequeña burguesía judía ante la creciente ola de antisemitismo que se vivía en el continente europeo. Como todos los nacionalismos, el sionismo considera el pasado histórico a la luz del presente. Por eso «el sionismo intenta crear el mito de un judaísmo eterno, eternamente expuesto a las mismas persecuciones. El sionismo ve en la caída de Jerusalén la causa de la dispersión y, en consecuencia, el origen de todas las desventuras judías del pasado, del presente y del futuro.» [4]

Para sostener su lectura histórica, fue preciso fundar también el dogma del eterno antisemitismo y la idea, fundamentada bíblicamente, de ser un pueblo escogido por Dios, lo cual da a su misión un carácter divino y justifica por adelantado cualquier curso de acción. Al proyectar el antisemitismo moderno sobre toda la historia, advierte Leon, el sionismo se ahorra la molestia de estudiar y explicar las diversas formas del antisemitismo y su evolución. 

Por su naturaleza pequeña burguesa, el sionismo es reaccionario y no antagónico con el capitalismo. De ahí que el nuevo estado de “Israel”, nacido brutalmente en 1948, se insertara orgánicamente en la estrategia imperialista para Medio Oriente y siga siendo, aún hoy, el principal baluarte de esos intereses en la región.

El sionismo es entonces una ideología nacionalista que ha usufructuado el antisemitismo en beneficio de una agenda reaccionaria y proimperialista. Aceptar que asuma la representación de la totalidad del pueblo judío, es equivalente a aceptar que la ideología nazi y su culto a la raza aria superior representa a la totalidad del pueblo alemán. Sionismo y nazismo comparten, además, el hecho de que ambos han construido un aparataje mítico-teórico-seudocientífico para sustentar su superioridad y justificar el exterminio de los pueblos sometidos.

Contra el sionismo

La lucha contra el sionismo pasa hoy no solo por denunciarlo como una ideología colonial y supremacista, sino también por asumir el combate activo en su contra. La disputa de ideas debe venir de la mano con la disputa simbólica de todos los mitos y símbolos que usufructúa, batalla en la cual los judíos no sionistas tienen un papel fundamental.

Es preciso continuar con las manifestaciones masivas, como forma de presionar a los gobiernos, sobre todo los de los países centrales del imperialismo contemporáneo, a asumir posiciones más fuertes para detener la escalada israelí. Lograr que el costo político de apoyar a “Israel” sea demasiado alto.

Pero también es preciso ejercer el internacionalismo proletario (un término hermoso que la ideología liberal ha querido llevar al olvido). Es preciso mediante huelgas, boicots y cualquier otra forma de lucha, detener o ralentizar todo el inmenso mecanismo comercial e industrial que hoy funciona en beneficio de “Israel”. Las armas que hoy matan a los niños palestinos son hechas, muchas de ellas, en fábricas occidentales, por obreros occidentales, cargadas en puertos o aeropuertos y transportadas hasta  Medio Oriente para alimentar el sangriento mecanismo de muerte que es el ejército de “Israel”. 

Lo he dicho en numerosas ocasiones y lo reitero: permanecer indiferentes ante lo que ocurre en Gaza y Cisjordania hoy, implica ser cómplices de genocidio. La batalla por Palestina es una batalla de los pueblos, de las conciencias, de los que hemos tomado partido. Vivir es tomar partido, advertía Antonio Gramsci. Tomemos entonces el partido de la vida, en contra del horror, la barbarie y el sionismo.

[1] Cfr. Abram Leon (2020) La cuestión judía. Una interpretación marxista. Pathfinder: Nueva York.
[2] Cfr. op. cit. p.99
[3] Cfr el prólogo de Dave Prince al libro de Abram Leon antes citado, p. 19
[4] Cfr. op. cit. p.272 Al respecto el propio Leon se pregunta: «(…) ¿cómo creer que el remedio para un mal existente desde hace dos mil años pudo descubrirse recién al final del siglo XIX?» p.270

(*) Escritor y periodista cubano. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Coordinador del capítulo cubano de la Red en Defensa de la Humanidad. Rector de la Universidad de las Artes.

Tomado de Al Mayadeen.

 

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