¿Dónde lavan las mujeres?
Por Marxlenin P. Valdés *.
Cada 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, una efeméride que debe su existencia a la sostenida batalla por la emancipación de las mujeres y niñas y por la conquista plena de sus derechos.
Si bien la historia de la humanidad es la de sus luchas de clases, inherente a ella ha tenido lugar la lucha por la “igualdad” entre mujeres y hombres y en contra de la discriminación de género.
La dictadura de las efemérides encierra una dinámica peligrosa, sobre todo para aquellas que nacieron revolucionarias pero que en la repetición esquemática pierden ese componente subversivo y caen en combate. Se vuelven, o mejor, las volvemos, efemérides distorsionadas que nos arrastran como presas de su propia fuerza centrípeta mientras desdibujamos su esencia.
Olvidamos así el proceso que las llevó a ser, para concentrarnos apenas en fijar una combinación numérica que en el mejor de los casos asocie correctamente día, mes, año y titular, un pase de lista ante un calendario predeterminado para ser siempre el mismo.
Operamos una especie de metonimia que divorcia el contenido del continente, fragmentando el relato en partes aisladas que pierden sus conexiones dentro de un movimiento histórico que, además, se deja en pausa hasta el siguiente año. En este proceso de división y aislamiento de sentidos, quedamos a disposición del recuerdo o del olvido, de acuerdo con la función social que le pidamos cumplir.
¿Qué consideramos y qué marginamos en cada efeméride? ¿Cuál es el criterio de selección desde el que valoramos y elegimos qué atender y qué excluir en una fecha determinada? ¿Al día siguiente seguiremos dando importancia a lo que celebramos o conmemoramos “ayer”? ¿Sobre qué vamos a reflexionar este 8 de marzo?
Como cada año, habrá quienes recuerden y vinculen la fecha al tremebundo suceso por el que perdieron la vida más de 100 mujeres encerradas deliberadamente en una fábrica estadounidense; por lo que este texto no tomará ese sentido.
En cambio, es menos frecuente asociar el día internacional que en su origen fue “… de la Mujer Trabajadora” con la idea del comunismo y, por tanto, del socialismo. Hacia allí quiero dirigir la atención en las próximas líneas, hacia la relación entre la liberación de la mujer, el patriarcado y el comunismo.
En conmemoración de este día, pero del año 1917, el periódico bolchevique Pravda reconocía la decisiva labor de las mujeres trabajadoras, primeras en asaltar las calles de Petrogrado; sujeto revolucionario, componente esencial para la revolución que ellas comenzaron y que luego triunfó en octubre. Tanto entonces como ahora, no tenía sentido fragmentar la batalla. No se trata de dos luchas distintas y divorciadas, sino de una: la de la liberación de la humanidad de todo signo de discriminación y opresión que, en definitiva, es la esencia de la revolución comunista.
Cada fragmentación en los esfuerzos revolucionarios, cada distinción acrítica que bautiza causas nuevas pero las disocia de la causa común, no consigue más que aislar y confundir que, por ejemplo, la liberación de la mujer solo puede completarse si se le concibe como parte de la superación de todas las opresiones contra la especie humana en general. Porque no hay liberación posible de la mujer si no se le concibe dentro del mismo movimiento de liberación absoluta de la sociedad.
Es un único proceso, aquel mediante el cual las sociedades se alejan de reproducir relaciones de explotación y opresión. No hay dos, tres o varias luchas, sino una: la de la especie humana por una vida de realización digna y plena de todas sus capacidades espirituales y materiales. Conclusión primera: el revolucionario no puede ser machista.
Así como todas nuestras actitudes ante la vida, el patriarcado y el machismo también tienen un carácter político y de clase. No surgen de la nada, no son aleatorios o casuales y, lo que es más importante, no son naturales ni ahistóricos. Significa que son
resultado de un grupo de condicionamientos y de un tipo de actividad humana sobre los cuales podemos y debemos actuar para su transformación. Luchar para superar el patriarcado y el machismo es también una actitud ante la vida, y como tal puede ser pasiva o activa o, en otras palabras, reaccionaria o revolucionaria. Pero, ¿cómo enfrentar algo que muchas veces no somos capaces de distinguir? Mal no nos vendría un “manualito para reconocer machistas”.
Recuerdo una ocasión en la que, departiendo con un grupo de amigos de distintas provincias del país, uno de ellos nos contaba sobre su última incursión en la albañilería de su casa, pero no lograba recordar la palabra precisa para nombrar aquello que había azulejado. Los demás tratando de adivinar, a coro le mencionábamos partes de la casa que fueran “azulejables” como el fregadero, el vertedero, el baño, la cocina… Hasta que él, impaciente y eufórico, interrumpiéndonos, nos dijo: “Donde lavan las mujeres”. Sucedió la comunicación al fin: todos supusimos que había azulejado el lavadero.
Ahí estaba el nocivo sentido común, esta vez disfrazado de machismo, cargado de imágenes y acciones concretas. Poco importa si se lava en el lavadero, la lavadora o en el río Toa, lo grave vendrá siempre que la fotografía en nuestras cabezas solo identifique o reconozca la tarea como función únicamente de las mujeres.
Ahí estaba lo común compartido, la idea preconcebida y reproducida que asocia las tareas domésticas como reino estricto de las mujeres. O, en general, una comprensión machista de la pareja y sus obligaciones que organiza la cotidianidad no sobre la base del acuerdo mutuo y justo, sino atendiendo al género. Así es que, desde pequeños, escuchamos a más de un familiar o amigo que nos “enseña” qué pueden y qué no pueden hacer las niñas y los niños y cuán decepcionada estaría la sociedad en caso de que violásemos semejante “moralidad” preestablecida.
Es de esta forma que la lucha contra el sometimiento por concepto de género se vuelve necesariamente la lucha contra todo tipo de opresión. Es una cuestión de principios: el desarrollo pleno del ser humano sin distinción de género, raza, credo, etc. No sería ético estar en contra solo de un tipo de discriminación al tiempo que justificamos otras, de modo que no se puede ser a la vez comunista y machista en tanto el patriarcado y el machismo representan también un tipo de violencia y opresión.
No es casual que una de las militantes más importantes de la revolución bolchevique, Alexandra Kollontai, insistiera en sus discursos sobre la necesidad de rechazar el doble estándar de moralidad, uno de los tantos males heredados de la sociedad burguesa. En 1921 publicó que la nueva sociedad que se aspiraba a construir estaría fundada en el reconocimiento de derechos recíprocos entre los sexos, “en el arte de saber respetar, incluso en el amor, la personalidad de otro, en un firme apoyo mutuo y en la comunidad de colectivas aspiraciones”.
Por ello, no hay receta más que apelar a la dignidad como personas, tanto individualmente –es decir con nosotros mismos– como colectiva, dígase el yo en relación con los demás. “La dignidad plena” de las mujeres y los hombres debe ser el denominador común, la verdad absoluta sobre la cual construirnos y a nuestras relaciones. A partir de aquí, forjar el pacto de cada “pareja”, en el cual iremos incluyendo todo cuanto estemos dispuestos a dar y recibir, así como aquello en lo que no transaremos, porque depende de valores no negociables.
El machismo no es un mal exclusivo de los hombres. A diario, tropezamos con la “mujer machista” que se anula como sujeto y que subordina su vida como objeto del otro, ya sea esposo, ya sea novio, ya sea hijo, ya sea nieto… Como mujeres, muchas veces reproducimos estereotipos patriarcales que se nos escapan, desde el pensamiento y el lenguaje o a través de nuestras acciones. Por ejemplo, el lenguaje, que nunca es neutral, nos juega a menudo trampas, como cuando, sin reflexionarlo, pensamos y exclamamos en tono de reconocimiento que el otro en la pareja no es machista, porque “ayuda” muchísimo en la casa.
Por ello, hay que estar dispuestos, en primer lugar, a revolucionarnos a nosotros mismos, mujeres y hombres, porque esta no es una batalla de un solo sexo, para en el mismo intento subvertir la dinámica de nuestras familias y parejas. Dejar de ver la relación como atadura y fin de mis derechos y anhelos individuales, para construirla como el lugar al cual voy también a realizarme y donde no me agoto como ser. Una relación entre personas que no pierden sus identidades, sino que participan de un proyecto común de crecimiento, convencidas de que mientras más fuerte sea la “pareja” como colectivo, mayores posibilidades se tendrá para ser felices juntos y como sociedad. Afiancemos los vínculos de libertad en detrimento de los sentimientos de propiedad que nos cosifican.
En esta labor, no veamos como cosa menor o del pasado nuestras condiciones de vida, me refiero a todo lo conquistado en favor de las mujeres y las niñas tras el triunfo revolucionario de 1959 hasta hoy. En el marco de una revolución socialista, donde nuestra subjetividad ha sido condicionada para anhelar la emancipación de toda la sociedad, la de las mujeres y las niñas ha de poder expandirse y comprenderse, sin distinción, por todos, como uno de los frentes más nobles por los que continuar batallando. Sin perder de vista, como decía Lenin, que la igualdad ante la ley todavía no es la igualdad frente a la vida.
Cuando ya no sea 8 de marzo y otra efeméride se imponga en el imaginario colectivo, y la felicitación del día ya no sea para nuestras madres, abuelas, hijas, sobrinas, maestras, esposas, novias, vecinas o amigas, no olvidemos que la lucha por la emancipación de todas ellas, de todas nosotras, continúa. Evitemos caer en la reducción y reificación de los hechos, de los procesos, de los condicionamientos histórico-concretos, de sus interpretaciones, de las relaciones sociales y, por tanto, de sus hacedores y partícipes.
Y, sobre todo, no olvidemos que las efemérides por sí solas no cambian el mundo, sino a condición de recordarnos que depende de cada uno de nosotros que revolucionemos cotidianamente nuestra realidad. No espere al próximo año para pensar y actuar contra el machismo, el patriarcado, y a favor de la liberación de la mujer. Soñemos juntos el comunismo y hagámoslo posible desde la praxis.
(*) Dra.C. y profesora Titular de Marxismo.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Misiones diplomáticas / MINREX Cuba.