Seguir a Fidel
Por Katiuska Blanco Castiñeira.
En la madrugada, cuando el silencio esparcía sus rumores de árbol en leve movimiento y la ciudad descansaba del bullicio, si ya me había retirado a casa, el timbre del teléfono avisaba que él permanecía en vela, repasaba despachos cablegráficos, veía discursos, escribía, leía libros o revisaba originales de imprenta y de súbito, necesitaba preguntar un dato primordial o una opinión acerca del curso de los acontecimientos y sobre las vidas que dependían de una denuncia pública o una articulación urgente de fuerzas en favor de una lucha popular y justa.
Integré el grupo de colaboradores del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, en la Secretaría de la Presidencia de la República de Cuba en 1999, cuando en la “distinguida y culta” Europa las bombas de la OTAN caían sobre Yugoslavia, apenas unos meses después de que el Comandante Hugo Rafael Chávez Frías tomara posesión como presidente de la entonces República de Venezuela y a escaso tiempo de que el niño Elián González Brotons fuera secuestrado en los Estados Unidos, circunstancias políticas que concentraron su atención durante años.
El más cercano ejemplo
Para entonces, yo había cumplido misión internacionalista en Angola entre 1987 y 1988; conocía hasta qué punto vital, Fidel hacía suyas las causas de los pueblos, era para mí no solo la leyenda de la historia reciente, sino también el más nítido, abnegado y cercano ejemplo de entrega. Tenía conciencia de que, para colaborarle como él merecía, lo primero era ser militante de las causas nobles y justas de este mundo, comprender el socialismo como única alternativa posible al capitalismo globalizado, realizar todos los esfuerzos posibles para contribuir con modestia y discreción a su trabajo, decir siempre la verdad y vivir honradamente. A partir de tales premisas, la principal cuestión a la que me dedicaba era la de estar informada al segundo de los hechos distantes o próximos de carácter político, económico, militares, sociales, naturales y científicos, solo así podría responder a sus múltiples interrogantes y con ello, ayudar. Si él apenas dormía ¿cómo podíamos hacerlo nosotros, más jóvenes y sin las responsabilidades que él llevaba sobre los hombros? ¿Cómo no prepararnos, si él que poseía una vasta erudición lo hacía perennemente? ¿Cómo no sacar fuerzas, si él las buscaba de donde no existían? ¿Cómo no soñar y perseverar? Si él soñaba, luchaba, hacía infatigablemente.
Noviembre de 1987 en Angola
Estando en Luanda, habían llegado sus precisas orientaciones cuando la amenaza a toda la línea sur por la región de Cuando Cubango y específicamente por el pequeño poblado de Cuito Cuanavale, en medio del despliegue del refuerzo solidario de tropas cubanas en el contundente número de más de 60 000 hombres y mujeres dispuestos a librar la batalla final, para vencer la invasión del racista régimen de África del Sur a tierras angolas, propiciar que se implementara la Resolución 435 de la ONU para la independencia de Namibia y al mismo tiempo, apoyar a los combatientes del Congreso Nacional Africano (ANC) y su líder Nelson Mandela, en la derrota definitiva contra el apartheid.
Las indicaciones de Fidel demostraban el apego irrestricto a la ética y a la voluntad de cada ser humano. Ponían sobre aviso hasta el último soldado cubano del peligro que se corría allí por el probable uso del arma nuclear por parte de Sudáfrica y señalaban el derecho de cada quien para decidir entre quedarse o retirarse en aquel momento crucial. (Por cierto, no recuerdo uno solo entre quienes conocía que se hubiera acogido a la posibilidad de replegarse o alejarse de la contienda).
En una grabación que escuchamos, Fidel explicaba profusamente la compleja situación político militar de modo que cada quien tuviera dominio de los peligros que acechaban y del probable curso de la guerra, y todo a su vez, con una convicción profunda en la victoria de quienes estábamos junto a los que protagonizaban una lucha anticolonial, inspirados en la nobleza de un principio: pagar nuestra propia deuda con la humanidad en favor de aquellos que en otro tiempo habían sufrido los desmanes de la trata de esclavos y que en nuestro Archipiélago y otras regiones del Caribe y Latinoamérica se enrolaron en los ejércitos libertadores contra el dominio español; convencidos también de las palabras del intelectual Frantz Fanon, quien afirmara desde la experiencia argelina contra la particularmente criminal dominación francesa que “el colonialismo no cede sino con el cuchillo al cuello”.
En el Palacio de la Revolución
En La Habana, durante meses de 1999, recibí de la misión cubana en Nueva York los materiales que varios especialistas buscaban en la prestigiosa biblioteca de la ciudad sobre la creación del Estado títere de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial y el campo de concentración de Jasenovac, sobre la política de los “Tres tercios” aplicada por los fascistas contra la población serbia con el propósito genocida de exterminar a un pueblo de confesión cristiana ortodoxa y de origen eslavo. En esa época intercambié con expertos cubanos especializados en la historia de esa región geopolítica, acerca de los antecedentes del conflicto que llevó incluso a una definición lingüística como “la balcanización”, gracias a ellos conseguí adentrarme en la temática.
Cada día, como tantos otros compañeros de diversas direcciones, centros de estudio, embajadas y especialidades, investigaba, aprendía, analizaba y finalmente, escribía informes para Fidel sobre aquellos contenidos que le permitían comprender aún más, fenómenos como el propio fascismo, y que él requería en su inagotable afán de luchar en favor de un pueblo que enfrentaba la agresión imperialista. Fidel desplegaba acciones de solidaridad continuamente, en sus discursos denunciaba una y otra vez el atropello de la que resultaba víctima la soberanía serbia en Kosovo, los bombardeos sin mandato de la ONU, el quiebre del Derecho internacional, y lo que ello representaba como precedente negativo para el futuro de la humanidad en general, así como sus nefastas implicaciones para el contexto regional más próximo.
Con Chávez y su Revolución Bolivariana siempre
En nuestras oficinas era costumbre recibir compendios actualizados de información cablegráfica de Cuba y el mundo, a lo largo de todo el día (9.00 am y 1.00, 3.00, 6.00 y 9.00 pm). Desde la visita del Comandante Chávez a Cuba en 1994, el Comandante Fidel supo aquilatar su capacidad de liderazgo para llevar adelante los ideales de independencia verdadera y emancipación social que alentaron a Simón Bolívar, y no sólo en su propio país, sino para toda Latinoamérica y el Caribe. Con el desarrollo vertiginoso del proceso transformador y de la contrarrevolución ultraderechista venezolana auspiciada por el imperialismo norteamericano, para Fidel resultaba indispensable el minucioso seguimiento de los aconteceres sociopolíticos en la hermana nación. Recuerdo una llamada desde la provincia de Holguín -donde a la mañana siguiente Fidel discursaría bajo una torrencial lluvia-. Pasada la medianoche, Chávez hablaba en el Palacio de Miraflores y él deseaba conocer cómo había transcurrido la llamada “interpelación al presidente” después del golpe de Estado del 11 de Abril y del triunfo popular del día 13 con el rescate y regreso de Chávez a Caracas, qué fuerzas políticas se habían reunido, qué preguntas habían hecho, qué había respondido Chávez, qué conclusiones podían derivarse… Conversamos largo rato; no supe responder una pregunta; le confesé que no tenía conocimiento sobre lo que indagaba pero que sin falta, recababa los datos y se los enviaba de inmediato, luego le di mi impresión de todo cuanto había visto hasta ese momento. Luego me dio su parecer basado en datos, reflexiones e informaciones más precisas; finalmente, restó importancia a la pregunta que había hecho y yo no había sabido responder. “Todo el recuento -me dijo- es más valioso”.
Y esa era otra característica de él, acucioso hasta el cansancio, conocía por anticipado que no podríamos responder absolutamente a todas sus preguntas. Mostraba respeto y delicadeza con quienes intentábamos, sin conseguirlo, seguirle los pasos agigantados. Apreciaba de manera particular el criterio propio, aunque no coincidiera con el suyo. Confiaba más en que luego, estudiaríamos con seriedad. Valoraba la sinceridad responsable, no aquella, justificativa e ingenua, que pretende eludir una falta de información, sino la que se sostiene con honestidad y convicción de que es preciso dedicarse más para servir mejor en la eterna batalla, como llamaba el entrañable amigo chileno Volodia Teitelboim al enfrentamiento al capitalismo y al fascismo. A esas horas, Chávez seguía hablando y Fidel continuaba expectante sobre el curso de los acontecimientos allá, sin dejar de prestar atención a la lucha popular en Cuba. Al día siguiente, tendría lugar una tribuna antimperialista de las que se habían originado dos años antes, con el propósito inicial de conseguir el regreso de Elián a Cuba.
Por un niño
El 1ro. de diciembre del propio año 1999, un atardecer, me comunicaron la visita de dos compañeros del MINREX, uno de ellos era alguien a quien estimaba mucho desde mi etapa de trabajo como jefa de la Oficina del Vocero en la Cancillería, el Embajador José Ramón Cabañas y un especialista de la dirección de Estados Unidos, quienes pusieron sobre mi mesa de trabajo toda la información disponible sobre el niño Elián. En ese momento, Fidel se encontraba reunido con el padre. Por indicaciones suyas debía escribir un editorial para el diario Granma con la denuncia del caso y los pasos que Cuba daría para el regreso del niño al seno de su familia, vecinos y amigos, a su casa, escuela y barrio, a su patria. Esa misma noche, me llamó a su despacho. Me dio su parecer sobre el material, me propuso un título contundente que afirmaba una verdad rotunda y justa: no correspondía a instituciones ajenas a Cuba, ni a instituciones jurídicas norteamericanas defender a Elián; lo haría el pueblo de Cuba. Luego insistió una y otra vez en que debía firmar mi trabajo. Como me resistía a hacerlo, no olvido su gesto de anotar con su pequeña y presurosa letra, mi nombre y apellidos en el original que enviaría a la dirección del diario, esa misma madrugada.
El desvelo de Fidel por la suerte de un niño cubano fue realmente sobrecogedor, algo que apreció todo nuestro pueblo, una muestra de sensibilidad humana que percibimos de cerca cuando a Fidel no le alcanzaban las horas del día para luchar. Era la esencia de Comandante, vivir para solucionar lo que él definía como el “drama humano”: el drama colectivo de los pueblos y la humanidad, pero también el de los seres sencillos, individuales, el de cada ser que respira y sufre en la Tierra.
(*) Katiuska Blanco Castiñeira (La Habana, 1964). Periodista y ensayista. Fue corresponsal de guerra en Angola y redactora del diario Granma durante más de diez años. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros. Paisaje familiar de Fidel Castro Ruz.
Fuente: Cubaperiodistas