Buenaventura
Por Patricia María Guerra Soriano / Colaboración especial para Resumen Latinoamericano
En el distrito costero de Buenaventura, situado en el próspero departamento colombiano del Valle del Cauca se respira agonía. Para los bonaverenses hace tiempo que vivir con sosiego es la utopía en un país de violencia y cicatrices, en un país ruidoso, en el que-decía el cronista Alberto Salcedo Ramos- “dentro de lo ruidoso, a veces se minimizan las voces de dolor de algunas personas que están sufriendo” o se les sube el volumen para que esos gritos se escuchen aleatoriamente. Luego pasan de nuevo a la penuria del silencio.
La violencia que sacude a esa región, donde se encuentra el puerto más importante de Colombia por el cual se mueve el 60 por ciento de la mercancía que entra al territorio, ha provocado, además de un arreciamiento del miedo, desplazamientos forzados de su población en un intento por escapar del conflicto armado entre organizaciones criminales por el control territorial.
La Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes) publicó que, durante 2020, más de 32 000 personas fueron desplazadas de sus territorios, lo cual hace un total de 150 000 que han sido expulsadas de sus regiones desde la firma de los acuerdos de paz en 2016.
De acuerdo con el director de ese organismo, Marco Romero, el 2021 es el comienzo más violento vivido después del pacto entre el Ejército de Liberación Nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo. Solo en Buenaventura, más de 400 personas han tenido que abandonar sus hogares, de ellas, alrededor del 50 por ciento, no cuentan con ningún tipo de protección, es decir, no poseen “un subsidio de familias en acción o subsidios no condicionados” con los que puedan mantener una mejor calidad de vida.
Según una investigación realizada por la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, casi el 70 por ciento de los desplazados se encuentran en situación de pobreza, mientras solo el 15 por ciento puede acceder a una educación formal en el país.
La actual crisis que vive la región es una consecuencia directa del enfrentamiento entre “Los Shotas” y “Los Espartanos”, dos estructuras ilegales en las que se dividió la organización criminal y de narcotráfico, con alcance internacional, conocida como “La Local”, grupos que actúan por el control territorial contra otro llamado “Bustamantes” o “La empresa”, y es también una consecuencia indirecta de la inacción del Gobierno de Iván Duque frente al incremento de extorsiones y asesinatos. Su posición le otorga uniformidad al desinterés en la historia colombiana por parte del Estado para que la construcción de la paz se convierta en realidad, fenómeno que debilita las instituciones, amenaza la participación social y limita el acceso a la justicia.
Un balance presentado por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz con respecto al conflicto armado en Buenaventura precisa que, en los primeros 29 días del año, se han registrado 22 homicidios y la desaparición de 13 personas. Además, la Defensoría del Pueblo alertó que 170 000 habitantes de ese distrito se encuentran en riesgo de vulneraciones a los Derechos Humanos e Infracciones al Derecho Internacional Humanitario.
Víctor Hugo Vidal, alcalde de Buenaventura dijo este viernes, durante el lanzamiento de una estrategia distrital de paz, que ese municipio vive una prolongada violencia, expresión de una estructura criminal nacional que desea tener acceso a los negocios principales de la región. Por eso, insistió que la autoridad local no aceptará que los estigmaticen y enfatizó: “Nos han dicho de manera reiterada a los bonaverenses que hemos armado una guerra y no es así”.
En Buenaventura las alarmas también se encienden por la más reciente declaración del obispo Rubén Darío Jaramillo, quien en una entrevista con la emisora colombiana “La FM” aseguró que “las casas de pique” no han retornado al puerto, pues nunca se fueron. Esos sitios, utilizados para torturar, asesinar y desmembrar a las víctimas buscan-recalca Jaramillo-imponer el terror “como una medida para amedrentar a bandas y a otras personas que intenten ingresar a determinados lugares del municipio”.
Mientras la realidad de ese distrito costero destila incertidumbre y dolor, sus pobladores formaron una cadena humana de 21 kilómetros para reclamar la paz y la seguridad a la que constitucionalmente tienen derecho.
Leonard Rentería, un joven artista que tomó el liderazgo entre sus compañeros, lamenta la violencia que llena de luto los hogares y considera que aún falta una intervención social capaz de incluir al sector de la educación para que los jóvenes puedan acceder a otra forma de ver el mundo. Jaramillo también lo cree y dijo a la agencia EFE, que esa ciudad, donde han rodado tantas lágrimas, tanto dolor y tanta sangre, se levanta y se une por la paz.
Desde punta Gallinas hasta Leticia, desde Buenaventura hasta Puerto Carreño, todos los colombianos conocen y cantan “Colombia, tierra querida”, su himno popular compuesto por Lucho Bermúdez y que ha sido interpretado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá, por conjuntos de vallenatos, por bambuqueros, en aire de chirimía o música llanera o cumbia.
“Colombia, tierra querida, himno de fe y armonía/Cantemos, cantemos todos grito de paz y alegría/Vivemos, siempre vivemos a nuestra patria querida/Tu suelo es una oración y es un canto de la vida”. Y así cantan, y así sueñan. Ojalá algún día sea solo la tierra de la paz y la vida.
Foto de portada: Tomada de El colombiano