Cuba

Pensar a Martí, a 127 años de su caída en combate

Por Marlene Vázquez Pérez.

Cada nuevo aniversario de la caída en combate de José Martí conduce a los seguidores de su obra y ejemplo a repasar su legado, que es el modo mejor de rendirle homenaje. Con él se cumple soberanamente  lo que dijera respecto a los ocho estudiantes de Medicina, en su discurso conocido como “Los pinos nuevos”, pronunciado en el Liceo Cubano, de Tampa, el 27 de noviembre de 1891: “Otros lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la levadura, y el triunfo de la vida.” Y más adelante en este propio texto: “[…] la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!”[1]

Independientemente de lo dolorosa y costosa que fue para la independencia de Cuba la caída en combate de Martí, ese aciago 19 de mayo de 1895, su manera de entender la muerte y el valor del patriotismo y el sacrificio, nos debe servir como estímulo para releer su obra a la luz del presente, y asumir con optimismo y entereza las enseñanzas presentes en ella.

José Martí es, tal vez, el único líder revolucionario que se enfrentó, simultáneamente a dos grandes potencias en pugna, en aras de la independencia de su patria. De un lado, el decadente colonialismo español, en el ocaso de su dominio continental, que mantenía a Cuba como su último reducto en el área; de otro, los Estados Unidos, entonces ya en tránsito a su fase imperialista. Debido a esa circunstancia especial, el cubano dejó múltiples consideraciones en textos muy diversos. También ideó y puso en práctica estrategias muy personales en el trabajo de aunar voluntades y preparar conciencias en pro de la independencia de Cuba y la salvaguarda de la Patria grande, de manera que con ello contribuía al equilibrio del mundo. Esos escritos y métodos, si bien responden a un momento específico, los finales del siglo XIX, contienen enseñanzas  valederas para el presente y el futuro de la región, pues la voracidad de las grandes potencias, prestas a enfrentarse entre sí, o a  abalanzarse sobre los pueblos menos desarrollados, sigue siendo  un hecho real, tangible, en nuestros días.

Dentro de su estrategia liberadora, el periódico Patria ocupa un lugar destacado, tanto por su calidad de arma política como por su originalidad literaria y comunicativa. Nacido “para juntar y amar y para vivir en la pasión de la verdad” [2], la prioridad indiscutible de esta publicación era la preparación de las fuerzas que participarían en la guerra que se avecinaba, y ello demandaba forjar la unidad, informar detalladamente, educar, fortalecer el patriotismo, tanto desde el punto de vista simbólico como estimulando el amor a  las glorias pasadas y apoyándose en la nostalgia  de la tierra natal, llena de ternura y remembranzas. Es una labor  ineludible que Martí, en tanto alma de la publicación, y redactor él mismo de la mayor parte de los textos, asume con entera responsabilidad y como un deber gustoso y sagrado:

Es criminal quien ve ir al país a un conflicto que la provocación fomenta y la desesperación favorece, y no prepara, o ayuda a preparar, el país para el conflicto. Y el crimen es mayor cuando se conoce, por la experiencia previa, que el desorden de la preparación puede acarrear la derrota del patriotismo más glorioso, o poner en la patria triunfante los gérmenes de su disolución definitiva. El que no ayuda hoy a preparar la guerra, ayuda ya a disolver el país. La simple creencia en la probabilidad de la guerra es ya una obligación, en quien se tenga por honrado y juicioso, de coadyuvar a que se purifique, o impedir que se malee, la guerra probable. Los fuertes, prevén; los hombres de segunda mano esperan la tormenta con los brazos en cruz.[3]

Cuando se mira de conjunto en el periódico Patria, se advierten de inmediato líneas temáticas que responden a esos objetivos de preparación. Pensemos, si no, en la publicación de los símbolos patrios, el Himno de Bayamo en primerísimo lugar, y su reconocimiento como Himno  nacional cubano. Recordar a los héroes de la Guerra de los Diez Años, en toda su  grandeza, fue otra de las maneras de robustecer el temple y elevar el entusiasmo. Publicar el prólogo del libro  Los poetas de la guerra,[4]  e insistir en que los poemas más valiosos no son los recogidos en ese volumen, sino los que escribieron con su actuación en el campo de batalla, enaltece las memorias de la contienda, insiste no en el aspecto doloroso, de pérdida y muerte que también tuvo, sino en el lado virtuoso, ejemplar, que debe ser recordado como una de las páginas más gloriosas de la historia nacional.  Ello está dirigido  a alentar en los lectores y cimentar en el imaginario colectivo, la voluntad de seguir el ejemplo  de  los predecesores, e imitarlos con valentía y honor en la guerra que se preparaba.

Cabe preguntarse también por qué habla Martí, como de un riesgo cierto e inminente, de la posible disolución del país, si no tenían lugar la guerra y su preparación concienzuda en aquellos momentos. La respuesta es simple: persistía, y era cada vez mayor, la amenaza imperialista, y las fuerzas anexionistas y autonomistas no cejaban en el empeño de obstaculizar el camino a la independencia, que era, en definitiva, el camino a la consolidación de la Nación y a la puesta en práctica de la república futura. Una vía que iba, simultáneamente, en dos direcciones, pues como había comprendido desde la década del ochenta, y había declarado explícitamente en una de sus crónicas sobre la Conferencia  Panamericana: “De la tiranía de España supo salvarse la América española; y ahora, después de ver con ojos judiciales los antecedentes, causas y factores del convite, urge decir, porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia. “[5]

Para Cuba, en cambio, ese llamado significaba independizarse de España, y prever todo lo que fuese necesario, para no caer bajo la égida estadounidense finalizada la guerra. Los esfuerzos de Martí se encaminaron, como es conocido, a lograr ese objetivo, pero su trágica muerte, poco después de incorporarse al campo insurrecto, y muchas otras condicionantes que no es del caso mencionar ahora, dieron al traste con ese empeño. No obstante, ahí está su obra escrita al respecto, que merece ser atendida a la luz de nuestros días.

Cada cubano tiene claro, desde que estudia en la enseñanza primaria,  el contenido antiimperialista de la obra de José Martí. 

“La verdad sobre los Estados Unidos,” uno de los textos cenitales  para comprender en profundidad el alcance de su prédica,  resulta menos conocido. Ello se debe a que aparece publicado en Patria el 23 de marzo de 1894, pero no volverá a reeditarse hasta su inclusión en el tomo 28 de sus Obras completas, salido a la luz en 1973.

Con este artículo culmina y sintetiza  Martí inquietudes de muy larga data. Sus antecedentes más antiguos en la producción del cubano están presentes en aquel apunte de juventud, donde expresa con claridad meridiana y profundidad de juicio que no se corresponden con sus dieciocho años, su visión personal del poderoso vecino, al que aún no conocía directamente, y el cual concluye de manera lapidaria: “Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa! “[6]

Cuando comienza su labor sostenida de alerta a nuestra América, ya desde las primeras crónicas para la prensa hispanoamericana, continuará insistiendo en los peligros presentes en la vecindad con el país del Norte, pero sobre todo, el riesgo está, a su juicio, más que en la cercanía geográfica, en la admiración desmedida hacia un país que dista mucho de ser perfecto.

Luego de más de una década de aviso sistemático y prudente, con el ánimo de poner en guardia a los países de nuestra América, es evidente que a la altura de 1894 creyó llegado el momento de una declaración más explícita, como la que contiene “La verdad sobre los Estados Unidos.” Estaba entonces inmerso en la preparación de la guerra independentista, y la publicación de este texto es una prueba palmaria de sus recelos y angustias en torno a la posible intervención de los Estados Unidos en el conflicto, y la subsiguiente sumisión de Cuba a los designios de un nuevo imperio, como realmente ocurrió. Por ello decide poner en claro sus criterios, pues a los pueblos hay que decirles la verdad para que se movilicen a rechazar las probables agresiones. Era este, según declaración del autor, el artículo inaugural de una sección en Patria que se llamaría “Apuntes sobre los Estados Unidos”. Una decisión editorial de esta naturaleza refuerza la importancia que tal asunto tenía dentro de su proyecto liberador, y merece la pena hacer un alto en ella, siquiera someramente, para luego continuar con el análisis del artículo.

La sección “Apuntes sobre los Estados Unidos” apareció por primera vez en el no. 105, del 31 de marzo de 1894. En ella se publican traducciones de noticias procedentes de la prensa estadounidense, sobre todo de diarios prestigiosos, como The Sun y The New York Herald, en las que se habla de hechos violentos en diversos estados de la Unión.  Se destacan un secuestro y un motín en medio de elecciones para instancias territoriales de gobierno; muertos en una pelea entre dos facciones de republicanos, que concluyó a tiros,   en un distrito electoral;  disturbios callejeros; el asalto al ayuntamiento en la ciudad de Denver, Colorado, por el ejército, entre otras nuevas sorprendentes.  Sobresale en este número el linchamiento de un joven negro, acusado de asesinato, que esperaba el juicio en una cárcel de Pennsylvania. Se publica además el grabado, en cuyo pie reza, para mayor horror,  que un niño preparó la horca.

El rastreo y  caracterización de cada una de las secciones que se publicó  bajo este título, y el análisis subsiguiente de las traducciones, para determinar la autoría martiana,  ameritarían  un estudio detallado, que no es el momento de acometer. Solo deseo llamar la atención sobre este hecho, para proseguir con la valoración del artículo, pues  en él Martí se planteó responder con precisión y certeza a cada acusación que se nos echara en cara a los latinoamericanos, hallando su equivalente justo en los Estados Unidos.

Estamos en presencia de un artículo conciso, aunque no esté ajeno al poderoso estro poético del Apóstol. Desde las líneas iniciales el lector habituado a lidiar con la prosa martiana y sus hechizos, advierte el intercambio dialógico con antecesores textuales  de mayor alcance temático y expresivo, como el ensayo “Nuestra América” (1891), y el discurso pronunciado el 19 de diciembre de 1889, en la velada que la Sociedad Literaria Hispanoamericana ofreciera a los delegados latinoamericanos  al Congreso de Washington, y al que se le ha denominado “Madre América”. Es útil comentar el inicio:

“Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad sobre los Estados Unidos. Ni se debe exagerar sus faltas de propósito, por el prurito de negarles toda virtud, ni se ha de esconder sus faltas,  o pregonarlas como virtudes. No hay razas: no hay más que modificaciones diversas del hombre, en los detalles de hábito y forma que no les cambian lo idéntico y esencial, según las condiciones de clima o historia en que viva.”[7]

El extenso párrafo que sigue a estas líneas se asienta en el análisis histórico   paralelo de las dos Américas, tal y como hizo en el discurso aludido, e insiste en el mismo problema de lo insostenible de una visión fatalista, asentada en la falsedad de las razas “superiores” o “inferiores”, tal y como ocurre en el ensayo del 91. Ello da fe, una vez más, de la coherencia intrínseca de la obra y el pensamiento martianos, pues cada aserto suyo, aunque se modifique, perfeccione o sintetice, en virtud del momento en que haya sido pronunciado o escrito, y conforme a la naturaleza dialéctica de su intelecto, es siempre el mismo: en Martí varían las formas, nunca la esencia.

Al cubano le alarma la visión idílica que se tiene de los Estados Unidos al sur del río Bravo y  sobre todo entre los cubanos, que a la altura de ese año están cada vez más empeñados en conseguir a toda costa la soberanía de la Isla. Entre las muchas verdades que hay que decir, conocer y difundir, está el hecho de lo muy diversa y fracturada que es internamente la nación del Norte, de lo cual hubo una tremenda prueba en su Guerra de Secesión pocas décadas antes. Por eso escribe, aún dentro del muy extenso primer párrafo:

Es de supina ignorancia y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados   Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas: semejantes Estados Unidos son una ilusión, o una superchería.[8]

Seguidamente se extiende en describir las distancias que median,  en lo concerniente al modo de vida,  entre las comarcas remotas, que recién se incorporaban a la Unión en esa época, y las grandes ciudades, de deslumbrante prosperidad. Como para que contraste mejor con esta última, borda con tintes expresionistas las zonas menos favorecidas, como esa “[…] tienda de holgazanes, sentados en el coro de barriles, de los pueblos coléricos, paupérrimos, descascarados, agrios, grises, del Sur.”[9]

El deber del hombre honrado -léase el que escribe este artículo-, es advertir y divulgar que “[…] no han podido fundirse, en tres siglos de vida en común, o uno de ocupación política, los elementos de origen y tendencia diversos con que se crearon los Estados Unidos […],”sino que además, “[…]la comunidad forzosa exacerba y acentúa sus diferencias primarias, y convierte la federación innatural en un estado áspero, de violenta conquista.”[10]

Junto a estos problemas y derivados de ellos, ocurren otros, de talla mayor, y que debieran interesar a los cubanos y latinoamericanos de entonces – y de ahora. Las causas de la unión tienden a debilitarse, los odios afloran, la democracia se corrompe, la miseria se extiende, y es más intolerable por lo injusta  cuando se la ve alternar con la opulencia. Y como cierre de este inmenso primer párrafo, por el contenido y por la extensión, acude a  la misma línea con que lo inició: “Es preciso que se sepa en nuestra América la verdad sobre los Estados Unidos.” Una prueba de que quería reforzar al máximo este mensaje, pues es sabido que la última frase siempre es la más recordada cuando se procesa un texto escrito o se escucha oralmente determinado discurso.

Tal era su intención de enfatizar estas verdades tremendas sobre el coloso vecino, y su voluntad de responder con moderación y argumentos firmes cada una de las acusaciones respecto a la supuesta inferioridad y vicios de nuestros pueblos, que en la sección “Apuntes sobre los Estados Unidos”, del número 107, del 10 de abril de 1894, cita como exergo un extenso fragmento de este artículo. El mismo comienza así: “En una sola guerra, en la de Secesión, que fue más para disputarse entre Norte y Sur el predominio de la república que para abolir la esclavitud, perdieron los Estados Unidos, […] más hombres que los que en tiempo igual, y con igual número de habitantes, han perdido juntas todas las repúblicas de América […]”[11] luego de haberse independizado de España.  Se  extiende en las líneas sucesivas hasta el momento en que dentro de ese mismo párrafo se habla de los propósitos editoriales de “Apuntes…” Seguidamente  se publica, entre otros textos,  la traducción de una reseña del libro de Theodore Roosevelt “Historia de la  ciudad de New York,” y se comenta el índice del mismo, alusivo al comportamiento egoísta, antipatriótico y violento de la ciudad, sus habitantes e instituciones durante la Guerra Civil, dejando al desnudo con los hechos que se describen las verdaderas causas del conflicto, y no la mirada romántica que predominó sobre él en aquella época.

Martí puede dar fe de ello, pues ni siquiera él, con su especial sagacidad política, escapó a la perspectiva  idílica, sobre todo en la década anterior. Entendió  entonces a la Guerra Civil estadounidense  como el sacrificio desinteresado de toda  una nación en aras de abolir la esclavitud, tal y como lo expresa en “El general Grant” (1885), y otros textos de esa etapa. En la ejemplar semblanza del militar dice: “Bien está que medio millón de seres humanos muera para mantener seguro a los hombres su único hogar libre sobre el Universo.”[12] Un año antes la había definido como  “[…] la guerra poémica de Norteamérica.”[13]

Con su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos”, publicado en Patria, un periódico en que no debía eludir censura alguna, porque era el suyo, deja aún más clara su posición antiimperialista, pues la realidad de aquella sociedad está expuesta en todos sus matices, de manera que sirva de antídoto al deslumbramiento ante el poderío del vecino voraz y amenazante.  Su comprensión de la naturaleza agresiva, y mercantilista  de ese país se ha hecho más radical y por tanto es capaz de ahondar en las verdaderas causas socioeconómicas de sus contradicciones internas y de su relación con el resto del mundo, especialmente con Nuestra América.  El contenido y propósitos editoriales de este texto paradigmático son una lección permanente de política previsora y responsabilidad ciudadana.

[1] JM: OC, t. . 4, pp. 283-284.

[2] JM: “Nuestras ideas”, Patria, Nueva York, 14 de marzo de 1892. OC, t. 1, p. 315.

[3] Ibidem, p. 315-316. Cursivas de la autora.

[4] Publicado en Patria, Nueva York, 1893. OC, t. 5, pp. 229-235.

[5] JM: “Congreso Internacional de Washington, su historia, sus elementos y sus tendencias.”, OC, t. 6, p. 46.

[6] José Martí. “Cuaderno de apuntes no. 1”. OC, t. 21, p. 15-16.

[7] José Martí. “La verdad sobre los Estados Unidos.” En: José Martí En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Edición Crítica. Coordinación de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez. Colección Archivos- Casa de las Américas, 2003, p.1753.

[8] Ibídem, p. 1754.

[9] Ibídem.

[10] Ibídem.

[11]  José Martí. “La verdad sobre los Estados Unidos.” En: José Martí En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892. Edición Crítica. Coordinación de Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez. Colección Archivos- Casa de las Américas, 2003, pp. 1755-1756.

[12] JM: “El general Grant”, OCEC, t. 22, p. 167.

[13] OCEC, t. 19, p. 24.

Tomado de Cubadebate / Foto de portada: Irene Pérez / Cubadebate.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *