La maldición y los héroes
Por Arleen Rodríguez Derivet.
Envejecer tiene sus ventajas. Los hechos se miran con las viejas pupilas que han visto tanto que casi lo han visto todo y se sopesan o valoran con un cúmulo de memorias y experiencias suficientes para espantar supersticiones y salvar la esperanza en los peores momentos.
Lo pienso y lo escribo mientras zapeo entre Cubavisión y TeleSur.
En el canal cubano -como también en las redes- jóvenes periodistas se baten como cujeados profesionales con una trasmisión en vivo que no cesa y que por momentos tiene de fondo el humo negro del incendio y por momentos el sereno azul de la bahía matancera, como símbolo de lo que se sufre y de lo que se espera. Con reportes directos y comentando crónicas online, los muchachos van de un punto a otro de la geografía del heroísmo joven, con historias de vida que emocionan profundamente y con noticias que aclaran el humo, esperanzando a la gente.
No veo a un pueblo castigado o maldecido por Dios. Veo a un Presidente, a un Primer Ministro, a ministros y generales, a una Secretaria del Partido y a un Gobernador provincial, fajados junto a su pueblo, por quitarle oxígeno al fuego.
Veo una provincia que se ha convertido en un país y a un país desbordado en una provincia, solidariamente. Veo a un mundo que nos mira con admiración y respeto, que nos ofrece recursos y esfuerzos, y en primera fila los hermanos de Latinoamérica, que vienen a compartir nuestra suerte.
Desde TeleSur, la toma de posesión de Gustavo Petro parece reclamar que resucite el Gabo para contar lo que ni él mismo pudo imaginar: en el centro de la plaza de Bolívar en Bogotá, Francia Márquez, la primera mujer y primera persona de piel negra que llega al Gobierno en este país de tradición conservadora, es investida como Vicepresidenta de la nación y Petro, ex guerrillero, asume la Presidencia con un acto de desafío a su derechista antecesor: saca del Congreso la espada libertaria de Simón Bolívar (Duque lo había prohibido) y la coloca al centro, para anunciarle al planeta que Colombia comienza a intentar su segunda oportunidad. Y grita entre aplausos: “Que se acabe la división de América Latina”.
Tantas veces dijeron que Colombia estaba condenada a vivir en violencia y América Latina a la división de sus pueblos, tanto insistieron en que solo la oligarquía manda en Colombia, que parecen más sueño que verdad las escenas de este domingo en la plaza bogotana.
Por más que le corten los pasos en el camino de la historia, Nuestra América insiste en la ruta bolivariana, una y otra vez. La sueña, la pelea, la anuncia. Poco a poco la irá consiguiendo. Y Colombia es clave en ese empeño.
La maldición, reverso de las bendiciones, tiene también sus ventajas: desafía a los que no creen en supersticiones a batirse con ellas. Y a quienes hemos vivido un poco más de tiempo, nos permite reparar en ciertos detalles de los que han querido distraernos con falsos presagios y otros pretextos:
Allá, el ciclo progresista de América Latina vuelve con un giro extraordinario desde la extrema derecha hacia la izquierda. De Bolívar y la unidad se habla en Colombia, finalmente.
Aquí, una nueva generación de cubanas y cubanos deslumbra con su valor, sencillamente. Dijeron tantas veces que todos los jóvenes se van, que su compromiso no existe, que conmueve hasta las lágrimas cada rostro joven metido en la pelea por la suerte de Matanzas, que es la suerte de Cuba y estremece cada joven que lo cuenta mejor que como lo contamos otras veces.
Nuestra juventud existe, es brava y es digna de la historia que hereda.
Olviden las maldiciones. Lo héroes las entierran.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Ricardo López Hevia.