La muralla que marcó la historia de China
La historia hay que sentirla con la piel decía un periodista cubano mientras se quitaba brevemente los zapatos y las medias para caminar por un tramo de la Gran Muralla China, y es que subir sus inclinadas escaleras, con pendientes que muchas veces superan los 45 grados, y sus escalones irregulares, significa abrirse paso por 21 siglos de la historia china.
Su majestuosidad se levanta en el norte del país y recorre las regiones de Jilin, Hunan, Shandong, Sichuan, Henan, Gansu, Shanxi, Shaanxi, Hebei, Quinhai, Hubei, Liaoning, Xinjiang, Mongolia Interior, Ningxia, Beijing y Tianjin.
En su plenitud, la muralla midió más de 21.000 kilómetros desde la frontera con Corea del Norte, al borde del río Yalu, hasta el desierto de Gobi, cruzando el territorio de este a oeste a través de montañas, ríos y pantanos.
Su construcción estuvo a cargo de tres dinastías imperiales chinas, Qin, Han y Ming, la última separada de las otras dos por miles de años. Los gobernantes utilizaron materiales locales para edificar esta obra de ingeniería considerada actualmente como una de las siete maravillas modernas del mundo.
Doscientos años antes de Cristo, Qin Shi Huang, primer emperador de China que unificó el país anteriormente dividido, planificó y ordenó la construcción de la Gran Muralla China.
La barrera tendría como propósito proteger y defender la frontera norte en principio de los Xiongnu y luego de los mongoles, ambos pueblos nómadas que atacaban y saqueaban las aldeas agrícolas en la zona limítrofe.
Bajo poder de Qin Shi Huang se realizaron los primeros 5.000 kilómetros de la obra a base de tierra comprimida y gravilla al no contar todavía con ladrillos. En este tramo que tardó una década se utilizó la mano de obra de los disidentes del emperador y delincuentes que eran sentenciados a trabajos forzados y convertidos en esclavos.
La muerte del emperador y una guerra civil de varios años abrió paso a la dinastía Han que gobernó al gigante asiático desde el año 202 a.C. hasta el 220. d.C. Durante este período, la infraestructura se extendió hacia el desierto de Gobi, usando ramas de sauce rojo y gravilla para compactar la tierra.
Además de cumplir con su tarea defensiva, el nuevo trayecto facilitó la custodia de la llamada Ruta de la Seda, a través de la cual China comerciaba seda, oro, especias, lana y piedras preciosas con Estados asiáticos, pero también con Persia, Egipto, Grecia y Roma.
El intercambio de productos provocó que las ciudades ubicadas en las inmediaciones de las puertas de la muralla por donde entraban y salían las mercancías se convirtieran en prósperas y pacíficas.
El comercio apuntalado por la protección que brindaba la Gran Muralla y los soldados que la reguardaban fortaleció la economía e igualmente impulsó el intercambio cultural entre China y otras regiones del mundo.
Con la dinastía Han la estructura se convirtió en un mecanismo de comunicación, debido a que los mensajeros podían cruzar con mayor rapidez el territorio o en su defecto se enviaban señales de humo durante el día y fuego en la noche para informar algún acontecimiento.
En el año 1.368 d.C. la dinastía Ming tomó el control del país, luego de que sus antecesores de la dinastía Yuan, de origen mongol, fueran expulsados del territorio.
Los gobernantes Ming construyeron los últimos 7.200 kilómetros de la Gran Muralla China. A diferencia de los dos tramos previos este trayecto fue levantado con ladrillos, además se le agregaron miles de torres de vigilancia y cañones para la defensa entre otros elementos que la hacían casi inexpugnable.
El esfuerzo tenía como meta frenar definitivamente las incursiones de los mongoles en la frontera norte. Con la caída de los Ming después de la invasión Manchú a China en 1.644 la muralla perdió su valor militar, sin embargo, parte de ella se conserva hoy en día como un atractivo turístico, que simboliza la riqueza cultural, así como el poderío tecnológico y militar del país.
Tomado de TeleSUR/ Foto de portada: Revista Muy Interesante.