Con la vergüenza de los cubanos: breve historia de la matria
Por Raúl Antonio Capote.
Cuenta la leyenda que, en tiempos de la colonización española de las Antillas, un cacique llegó a Cuba proveniente de una de las islas vecinas, para advertir a los taínos sobre quiénes eran realmente los conquistadores europeos y los peligros que representaba el arribo de ellos a sus territorios.
Los principales jefes acordaron reunirse en la Laguna del Tesoro, al sur de la provincia de Matanzas, para escuchar al recién llegado, que les informó de la experiencia vivida en su tierra y de la necesidad de resistir y vencer a los intrusos.
El cacique les dijo que a los forasteros el oro les provocaba una sed insaciable y enloquecían en su presencia, por lo que era mejor deshacerse de todo vestigio del mineral. También les contó sobre los crímenes y atropellos que cometían y les llamó a unirse para enfrentarlos.
Narra la leyenda que recogieron todos los adornos de oro que encontraron y los arrojaron a la laguna, luego hicieron un juramento: «morir antes que ser esclavos».
Sea verdadero o no el relato, lo cierto es que el voto recorrió siglos de resistencia, materializándose a lo largo de la historia hasta ser raíz y alma de la nación.
Africanos, chinos, hijos de la península española… mezclaron, en la tierra de los taínos y siboneyes, la sangre generosa que convirtió en realidad la posible ficción, porque es mejor dejar de ser que ser esclavos.
A morir o lograr ser libres llamó, a los descendientes de aquellos primeros, un abogado y poeta, a bardos soldados, antiguos esclavos, guerreros casi desarmados, quienes desafiaron el poder de un poderoso imperio.
De cara al sol alzó el vuelo en Dos Ríos, no un Ícaro de alas de cera, sino un hombre que hizo de la libertad de Cuba el sentido de su vida. En el ascenso le acompañó el titán de la épica protesta, luego muchos otros se fueron sumando a lo largo de aquellos años de parto y sementera.
Vergüenza contra dinero fue el lema de un partido, del que germinó una juventud dispuesta no solo a pasar la escoba para barrer el mal, sino a lanzarse a la carga para acabar la obra de las revoluciones.
Con la vergüenza se fueron a la Sierra, cayeron en el llano y las ciudades, y vencieron más que a un ejército o a una dictadura, derrotaron un destino, una doctrina, un fatalismo aherrojado por años de neocoloniaje.
El decoro de muchos hombres y mujeres fue el valladar para hacer realidad el sueño de siglos, ese que ahora algunos quieren borrar o al menos adulterar, porque es letal para toda clase de ignominia, porque en él no cabe la derrota o el humillante destino del esclavo.
Cuentan que Ignacio Agramonte, durante la Guerra de los Diez Años, asistió a una reunión convocada por algunos compatriotas cansados de la lucha, les saludó «frío y ceremonioso», y escuchó detenidamente sus argumentos.
Uno de ellos le preguntó: «¿Con qué vas a seguir esta lucha sangrienta, tú solo, careciendo de armas y municiones?». Como un látigo restalló en el salón la respuesta del bardo: «¡Con la vergüenza!».
La respuesta de Ignacio no necesita comentario alguno, es la respuesta de todo un pueblo, entonces y hoy, el juramento sigue en pie.
Tomado de Granma / Foto de portada: PCC.