Fina es su poesía
Por Patricia María Guerra Soriano.
El día que Fina García Marruz preguntó “¿De qué silencio eres tú silencio?” esparció en su abismo azul muchas verdades interrogadas que la persiguen y hacen que todavía se le escuche: “¿qué hacemos en tu seno, hijos de la palabra como somos?”.
Las respuestas están en su existencia porque aprovechó todo el silencio vivo y escribió sobre el misterio de lo cotidiano; dijo lo que quiso su mano, dibujó intuiciones y habitó la vida como un bosque de fe.
Por eso, un encuentro en la Casa Eusebio Leal Spengler para continuar con el amplio programa de las celebraciones por su centenario, no pudo escurrirse, este 7 de febrero, tras la palabra homenaje. Dice José María Vitier, su hijo menor, que se trata de un jubileo cuyo significado bíblico lo explica como una fiesta sagrada, espiritual, sencilla, una donde los pedazos de recuerdos no dejan que se disuelva su memoria.
Frente a una sala pequeña, un piano, unas cuantas sillas, familiares, amigos, conocidos, ella y Cintio, ellos y Lezama, ella, Sergio y Laura, todos en fotos y también ahí, reencarnan con su “alegría solemne como el mar” y Fina parece que canta como Edith Piaf en la Dans Ma Rue de su viejo Montmartre.
Ariel Gil, director de la Casa Eusebio, habla sobre la gota de agua que “está siempre allí – escribió Fina – suspendida como una amenaza” y que este martes sirvió para bautizar a los presentes “en su triple esencia” y festejar “el blanco y el azul detenidos en la vidriera”, los mismos colores que tiñen los recuerdos de la infancia de Josefina de Diego en la casa Villa Berta, en Arroyo Naranjo.
Allí se reunía toda la familia los domingos. No faltaban los danzones y las zarzuelas y si llegaba Felipe Dulzaides, la fiesta era mayor. Fina bailaba tap con el Swanee! How I love you, how I love de Al Jolson.
Yita, como le llamaba a su hermana Bella, era junto a Cintio su escudo protector, un resguardo mutuo que las arropó siempre y a tal magnitud que Josefina no olvida el rostro de su madre, ya en los últimos tiempos de vida, alumbrado al ver a su hermana.
La tradición de reunirse los domingos nunca desapareció. Ya en la casa de La Víbora, el almuerzo, que muchas veces incluía – recuerda Silvia Rodríguez, una de sus nueras – pulpeta, frijoles negros y el mejor pie de limón imaginable hecho por Fina, era el pretexto perfecto que Sergio Vitier, el hijo mayor, aprovechaba para colar los cuentos más graciosos y los nombres más insospechados. Así afloraban las historias de Mongo familia; Ramón, el calvo; Alberto, el pata y un extenso etcétera al final del cual Fina podía añadir: “Él es mi hijo, pero es autodidacta”.
Para quien la palabra es ceremonia no resultó difícil encontrar el mejor refugio en la poesía y en la música. Su voz joven y afinadísima quedó grabada y ese día en la sala, con José María al piano, regaló algunas notas de sus canciones francesas, una especie de “atrevimientos musicales” que compuso cuando aprendió algo del idioma después de unas clases de Cintio.
Su sabiduría con luz abierta a la verdad, responde – de acuerdo con el filósofo y profesor cubano, Gustavo Pita – a un espíritu juvenil y soberbio del que también hablan el Héroe de la República, Antonio Guerrero, la directora del Centro de Estudios Martianos, Marlene Vázquez y la bibliógrafa Aracely García Carranza.
Fina encarnó la poesía. Y de eso, Cristián Vitier, uno de sus nietos, no tiene dudas mientras dice que para ella fue un modo de vida, hasta el punto de sufrirla como cuando, en alusión a uno de los dos libros del “absolutamente moderno” Arthur Rimbaud, expresó con dolor: “No se puede vivir una temporada en el infierno”.
Abuela, hoy te visité sin que te dieras cuenta / Te pregunté sobre la poesía y me respondiste (casi sin darte cuenta) / “Eso es algo muy grande que uno tenía” / Entonces sin darte cuenta / Pusiste tu mano sobre mi hombro y me reconociste / Tu mirada atravesó mi calma y supe la verdad / Abuela, permíteme darme cuenta por ti / Que no es la poesía algo grande que tenías / Sino que tú eres algo grande que la poesía tiene.
Tal vez, tras esos versos de Cristián, se esconda uno de los secretos de la escritora: el arte de encontrarle el sentido más frágil y humano a la realidad y ponerlo en las manos de las personas queridas en el intento de proteger la sensibilidad, de procurar máscaras verdaderas, de salvar – como escribió una vez el Monseñor Carlos Manuel de Céspedes – su “poesía infartada en al arco de la vida y en la dirección de la flecha” porque “Fina es su poesía y su poesía es ella”.
Tomado de Cubaperiodistas.