Cuba

Mercenarios caníbales, una historia de la derrotada Brigada 2506 (II)

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

Entre los hallazgos en el barco, aparecieron unos avíos de pesca, pero carecían de carnada. A uno de ellos se le ocurrió poner como cebo algo brillante, sujeto al anzuelo, la idea fue exitosa en poco tiempo pescaron un bonito mediano, que fue devorado entre los hambrientos peregrinos. Las bromas no se hicieron esperar, uno de ellos, José García Montes, teorizó, que en el Japón, comer un pez crudo era un manjar suculento.

El resultado, los estimuló y al día siguiente día usando el bonito pescaron un dorado. Con la cabeza del dorado como carnada, un anzuelo más grande y una pita más gruesa, engancharon un tiburón saludable de regular tamaño, que asustó a varios. El animal se dispuso a defender su vida, comenzaron a luchar para capturarlo. Algunos se lanzaron al mar para matarlo. Le dieron cuchillazos, tablazos, piñazos y todo cuanto pudieron para capturarlo. El acosado escualo dio un tirón y se alejó velozmente. Se quedaron con las ganas, la pita y el anzuelo inservible. Después, una recua voraces tiburones, les sirvió de escolta mortal, prestos a pescarlos. Como el viento, la suerte giró para mal y el fatal augurio reinó entre los diezmados asalariados.

Habían pasado varios días, los efectos acumulativos de la falta de agua y comida comenzó a sentirse, las insolaciones quebraron el cuerpo y la voluntad de vivir. Las enfermedades hicieron mella en los más viejos, Desesperados, algunos desafiaban a los tiburones y seguían nadando para refrescarse, pero el salitre curtía y agrietaba la piel. En silencio y a escondidas se mitigaba la sed bebiendo el orine, que intoxicaba el organismo con los desechos de los riñones.

Pasaron aviones, y se les hacían señales con las pocas ropas que les quedaban, algunos estaban desnudos a merced de inclemente sol. Se divisaron algunos barcos distantes, en ocasiones espejismos traicionaron la esperanza de los ya náufragos funcionales. De noche aparecían luces, estrella fugaces surcaban el cielo. Gritaban, hacían señales, pero nada. No comprendían lo difícil que era ver una nave del tamaño del “Celia”, en ese mar inmenso. En una ocasión vieron un barco, parecía de pesca, de gran tamaño, a corta distancia y que la ilusión hizo creer que los había visto. Navegó cerca por unas dos horas. De pronto se alejó, y no se le volvió a ver.

La muerte como solución apareció en la mente de varios. El primero en caer rendido fue el referido Vicente García. Se tendió en el piso de la nave y comenzó a emitir sonidos roncos e incoherentes. Lo atendieron y vieron que por sus ojos, nariz y boca, destilaba un líquido amarillo-verdoso. Su agonía duró solo unas horas. Cuando quedó inmóvil, ya estaba muerto, el hecho consternó a todos los que integraban aquella aventura. La desesperación hizo cundir el pánico, no se sabía hacia donde iba la nave.

Esperaron un día después de su muerte y se decidió echarlo al agua. Impresionante fue cuando lanzaron el cadáver al agua. Se hundió lentamente en el mar, fue una tumba de agua, los brazos levantados, el cabello largo, flotando por encima de su cabeza, un retrato dantesco.

De ahí en adelante, el tema de la muerte se apoderó de todos, fue recurrente. Cómo sobrevivir era la interrogante, obsesionaba. Los que se tomaban sus propios orines y buches de agua salada, tuvieron vómitos y diarreas, que hacían más difícil la convivencia, todos pensaban, en quien sería el próximo en morir. El salitre y el sol, se impregnaban en la piel, cuarteada. El frío de la noche, y las gotas de agua que los salpicaban, eran como látigo mortal. También recogían algas marinas, que flotaban en el mar, se masticaban y tomaban el sumo que producían, algunos las ingirieron y las vomitaban, eran amargas y saladas.

El barco tenía una construcción marinera, resistió los embates del mal tiempo, por momentos parecía que se voltearía, pero recuperaba su posición. Un día amaneció el mar como un plato. Había una calma siniestra. La vela, ya un poco raída, estaba inerte. La desesperación, los impulsó hacer unos improvisados remos. Utilizaron las botavaras, unas tablas del piso, y los amarraron fuertemente con pitas. Comenzaron a remar por turnos, con las fuerzas que da el sentirse estar al límite. Como a las 2 ó 3 horas, el mar comenzó a moverse otra vez.

Una noche de calma llovió con intensidad, enloquecieron de alegría, pensaban que era un milagro que antecedía al final. Tomaron toda el agua que pudieron acopiar, se “bañaron” disfrutando el festín acuático. En esa locura, escampó y se les olvidó almacenar agua.

Después de la muerte de Vicente, la desesperación comenzó a apoderarse de todos, se tocaban los ojos, la nariz y la boca, en busca de alguna supuración.

La muerte empezó a recolectar entre aquellos que más fuerzas perdían, nadando y moviéndose intranquilos. Así fueron muriendo uno a uno, hasta un total de 10. El mismo proceso de supuración o secreción y un ronquido por voz. Iban perdiendo el control. Se quedaban postrados hasta que morían. Había dos hermanos, Isaac y Joaquín Rodríguez. Isaac perdió el control y dijo que él no quería morir en el bote con esa supuración. Se lanzó al agua, con el ánimo de suicidarse. Su hermano Joaquín, le suplicaba que volviera al barco. “¿Qué le voy a decir a mamá?”, Isaac insistía en que lo dejaran. Prefería morir ahogado. Maniobraron para sacarlo del agua. Al fin los dos sobrevivieron.

En otra ocasión, alguien argumentó, que debería usarse la sangre de los muertos para calmar la sed. Algunos se opusieron. Uno explicó, que había leído relatos, de náufragos que apelaron a esa solución, y después se volvieron unos contra otros, matándose entre sí. Cuatro estuvieron en contra, pero no eran mayoría. A esta historia le faltan datos, está mal contada, de ahora en lo adelante, todo será lo que parece, otros testimonios dan fe, que no solo sangre de los fallecidos sació la sed, también los estómagos se sintieron aliviados por la ingesta de porciones de carne humana, en un vitalizado banquete caníbal. Continuará…

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto de portada: Archivo / Granma.

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