Cuba y los niños de Chernóbil, 37 años después
Por Tanalís Padilla
La especialista del Instituto Tecnológico del estado de Massachusetts, recordó que, mientras algunos países enviaron ayuda técnica para contener y sellar el reactor que explotó el 26 de abril de 1986 con un número incalculable de muertos, en 1990, cuando la tragedia dejó de ser noticia, Cuba envió médicos a evaluar las secuelas sanitarias de la radiación.
Se encontraron con una situación en la cual los niveles de cáncer en los niños se incrementó en 90 por ciento, lo que los motivó a emprender una asistencia médica aun difícil de dimensionar: de 1990 a 2011 atendió a 26 mil personas –22 mil niños– solventando los gastos médicos, de comida, vivienda y recreación para los menores y sus acompañantes, añadió.
Los primeros 139 niños de Chernóbil, agregó, llegaron a Cuba el 29 de marzo de 1990 y fueron recibidos por Fidel Castro. Las imágenes son conmovedoras, el mandatario mira y saluda con atención a los padres y acaricia con ternura a los pequeños. Les promete la mejor atención médica.
Los pequeños de Chernóbil siguieron llegando por más de dos décadas. Tarará, localidad a 20 kilómetros de La Habana, fue seleccionada para atenderlos. Ubicada a la orilla del mar, antes de la Revolución era destino vacacional de la clase media alta, continuó el texto.
El Gobierno revolucionario la transformó en campamento de verano juvenil. En 1990 se adaptó para atender a los niños de Chernóbil. Además de tener dos hospitales y una clínica, el campamento contaba con comedor, espacios recreativos y culturales, escuela, teatro y parques.
“No era como estar en un hospital –recordó Roman Gerus, quien estuvo de chico en Tarará– hasta los niños más enfermos lo pasaban bien.” Khrystyna Kostenetska, quien también fue tratada allí, describe: Recuerdo un mar increíble, las olas, los atardeceres, la naturaleza y los helados; también me acuerdo de niños con graves problemas de salud.
Todos fueron tratados bajo la lógica integral del sistema médico cubano, cuyos equipos incluían pediatras, oncólogos, siquiatras y dentistas. Esta iniciativa cubana, que ha sido caracterizada como el programa humanitario más largo en la historia, se efectuó durante uno de los momentos más difíciles para Cuba.
La desintegración de la URSS a principios de los 90 había eliminado su principal socio comercial y la economía de la isla sufrió una brutal contracción. Escaseaba todo, menos la solidaridad.
Cuando el historiador John Kirk –escribió el libro Salud pública sin fronteras sobre esos niños de Chernóbil– preguntó al director de Tarará cómo Cuba podía ofrecer esta ayuda en momentos tan difíciles, éste respondió: Son niños, niños muy enfermos. ¿Cómo íbamos a no tratarlos?
Además de padecer males físicos, muchos vivían con el trauma de haber sido evacuados de sus hogares. Xenia Laurenti, vicedirectora del Programa de Tarará, afirmó con contundencia: “Si le preguntas a un niño ucranio qué quisiera, no te responde ‘juguetes’, sino ‘salud’.
No se puede poner precio a este esfuerzo por sanar. “Esto no es una ayuda solamente médica –expresó una madre– es una ayuda moral muy grande para mi pueblo”. Fue, como tantas otras iniciativas del gobierno revolucionario cubano, una inigualable globalización de la solidaridad.
Tomado de PL