Cuba

La madre del niño que no sabe crecer

Por Leslie Díaz Monserrat

Cada tarde a la misma hora, con la precisión del Sol cuando se esconde, una madre entra al baño con su cubo azul. Toca el agua y la deja en la temperatura exacta. Comienza a desvestir a su eterno Peter Pan. Le quita la ropa y le recorre con los dedos la cara. Le pone jabón, busca la máquina de afeitar y se la pasa por cada centímetro hasta decapitar al más mínimo pelo que se asome.

Ya no es la joven que tomó a su bebé en sus manos, zarandeada por el amor y la angustia. En sus manos se nota el paso del tiempo. Las fuerzas menguan, pero cada tarde, por 26 años, ha hecho siempre lo mismo: bañar a su hijo. Lo enjabona. Habla con él. Inspecciona su piel, lo enjuaga. Luego lo seca. Dedica especial atención a los pies. Le pone las medias, lo viste, le da un beso.

En la cocina ya todo está listo. El plato y la cuchara pasados por agua hirviendo. La comida fresca y saludable. Todo para ella puede ser una señal de alerta. No puede contener la angustia si solo lo siente toser. Nunca pudo recuperarse del miedo que experimentó con la operación del corazón. Estuvo por meses en un hotel, con los gastos pagados, como resultado de una idea de Fidel para intervenir quirúrgicamente a los niños con afecciones del corazón que, debido al bloqueo y a la imposibilidad de adquirir insumos muy específicos, estaban a la espera de la intervención.

Cuando por fin llegó el día, una enfermera, al llevarse al pequeño, le pidió que le diera un beso. Entraba al salón y había posibilidades de que no pudiera verlo nunca más. Las oraciones llegaron al cielo y pudo estrecharlo en un abrazo un día después.

Desde entonces lo ha cuidado con esmero. Han sido muchas las mañanas lavando bajo el resplandor, en una batea, los cubos de ropa hirviendo, el cloro por doquier. Al mirarla, nadie puede imaginar todas las batallas que ha peleado. Es una mujer hermosa, elegante, con personalidad. Nunca se ha dejado doblar por el dolor, pero carga cada una de sus cicatrices. Tiene un niño de 26 años, del que cuida. Un cromosoma peculiar lo ha convertido en un Peter Pan en su propia tierra de Nunca jamás. Su cuerpo envejece, pero él no sabe crecer.

Ella le lava los dientes, lo viste y lo peina. Siempre anda impecable. Lo mima, lo besa. Cada tarde, mientras millones de personas hacen cualquier otra actividad sublime o insignificante, la madre de Peter entra al baño con su cubo azul, toca el agua y la deja perfecta. Toma a su niño, le quita la ropa, le afeita el rostro, lo enjabona. Lo enjuaga y lo besa en la frente. Ella es más que una mujer con su cubo azul. Ella es MADRE y ni siquiera en esa palabra en mayúsculas cabe un puñado de todo su amor.

Tomado de Granma/ Ilustración de portada: Vector Pro

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