Cuba

Cuba: Teófilo Stevenson, El Teo, un insustituible

Por Nelson Domínguez.

El 11 de junio de 2012 se nos fue un insustituible, una leyenda, un íntegro, el gran boxeador cubano Teófilo Stevenson Lawrence, de la exclusiva trilogía de quienes lograron la hazaña por tres ocasiones de resultar campeones olímpicos y mundiales; los otros fueron el húngaro Laszlo Papp y el también cubano Félix Savón.

El Teo nació en el central Delicias, Puerto Padre, provincia de Las Tunas, el 29 de marzo de 1952. Sus padres fueron Teófilo Stevenson Parsons, un inmigrante anglófono oriundo de la isla de San Vicente que emigró a Cuba en la década de 1920 para dedicarse al corte de la caña, y Dolores Lawrence, cubana de padres también inmigrantes anglófonos de la isla de San Cristóbal. Ésta fue la razón por la cual hablaba fluidamente el inglés.

La vena boxística le vino por su padre, quien por razones económicas llegó a realizar unas siete peleas de boxeo. También de niño Stevenson asistía a ver las peleas organizadas en la glorieta del parque de su pueblo natal.

Un día el maestro llamó al padre y le dijo: “Lo mejor que tú haces es mandar al muchacho a aprender a boxear porque siempre se está fajando en el colegio, lo que él quiere es eso”. Y así resultó finalmente.

Me lo presentaron físicamente, porque ya lo admiraba como fanático de sus cortas y fulminantes peleas sobre el ring, el 25 de abril de 1992 en casa de otro magno, “Manolón” González Guerra, quien fungiera por muchos años como presidente del Comité Olímpico de Cuba y miembro del Internacional.

Celebramos juntos en aquella ocasión, como siempre, el cumpleaños de Manolón, que entonces era el 78.

Tan pronto “El Teo” llegaba a cualquier tipo de escenario, no solo el cuadrilátero, su presencia atrapaba la atención de todos, dada su inmensidad y fortaleza pero sobre todo por una franca sonrisa, y el carácter bonachón y noble.

ENTEREZA Y SEGURIDAD

Emanaba entereza y seguridad a pesar de su notoria y casi exagerada timidez, la misma que le retardaba el uso indiscriminado de su impactante mano derecha sobre el ring por temor de dañar irreversiblemente al contrario.

El maestro Alcides Sagarra se lo repetía hasta la saciedad en los training y en los combates, llegando hasta propinarle pequeñas bofetadas en la esquina del ring en los intermedios para que reaccionara y ejecutara, lo que todos presenciábamos y hasta aprobábamos desde la televisión o en vivo en el coliseo.

Sin embargo, no le faltó decisión y arrojo para utilizarla contra un grosero provocador la última vez que salía de los Estados Unidos durante un trámite migratorio, lo cual siempre nos hizo suponer cuán grande seria la afrenta, presuponiendo contra quién el atrevido la dirigió.

Cuando ya estaba alejado de las peleas, desde 1986, integraba como personalidad invitada, por propio derecho, las delegaciones del deporte cubano en los escenarios de mayor envergadura.

Coincidimos varias veces; recuerdo su actitud en Mar del Plata, Argentina, durante los Juegos Panamericanos de 1995, empeñado en escarmentar a un scout cazatalentos, el más afamado de todos por su falta de escrúpulos y su asociación con la contrarrevolucionaria Fundación Cubano Americana como pusimos al descubierto después, cuyo nombre no vale la pena ni mencionar.

Tan pronto “El Teo” apreció desde lejos su presencia y acercamiento a figuras noveles, le espantó: “Oye tronco de hijo de puta, espérate ahí, so cabrón…”. No llegó a terminar su acción porque el mercader puso pie en polvorosa, al igual que sus guardaespaldas, quienes siempre lo acompañaban.

Otra ocasión fue durante la Olimpiada de Atlanta en el verano de 1996, cuando el presidente norteamericano, Bill Clinton, le otorgó un reconocimiento importante y único de carácter mundial, el Premio al mejor boxeador de todas las Olimpiadas con la copa Ransberger, junto a otros dos atletas norteamericanos por sus imperecederas hazañas deportivas.

Un periodista mercenario europeo se atrevió a decir algo en contra del Comandante en Jefe Fidel Castro al paso hacia la tribuna, entonces El Teo se volteó y ásperamente le ripostó; hubo hasta que empujarlo para que avanzara y no demorara la presentación pues ya se le hacía por los micrófonos.

Durante aquellos célebres Juegos Olímpicos, donde obtuvimos un preciado octavo lugar, el Comité Olímpico Internacional lo hospedó donde le correspondía, en el piso 29 de un deslumbrante hotel de cinco estrellas, cercano al Stadium donde se efectuaría la ceremonia inaugural.

Estaba incómodo e insistía en hospedarse junto al resto de la delegación cubana en la Villa Olímpica; no le quedaban pretextos que exponer y hasta se refería a lo molesto que le resultaba tener que tomar dos ascensores distintos dentro de la misma instalación para llegar a su suite.

Terminada la ceremonia donde se le entregó la lujosa copa de plata por su condición de tricampeón olímpico y mundial, prácticamente se fugó del lujoso albergue y se nos apareció en uno de los cuartos de la dirección de la delegación cubana.

Tuvimos que acomodarlo casi enmascaradamente para que no se interpretara por las autoridades olímpicas como un desaire. Por supuesto que no había cama en que aquel inmenso y corpulento negrazo cupiera, ni tampoco se contaba con ninguna adicional dentro de las habitaciones porque de solicitarla se evidenciaría su presencia.

Uno de los nuestros, Fechoría de sobrenombre, le cedió “gustosamente” la de él aunque le salieran por fuera las pantorrillas y los pies que no le cabían en aquella cama de tamaño normal.

Pasión por la Revolución Cubana y Fidel

Su pasión por el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro, era inconmensurable y me atrevo asegurar que también le era incumbida. En cuanto escenario que el Comandante en Jefe lo vislumbraba, le hacía ademanes para que se le acercara y cuán gustosamente lo citaba a los presentes poniéndolo de ejemplo de nuestros atletas incorruptibles, de una integridad a toda prueba.

El ejemplo clásico: cuando le ofrecieron en 1978 cinco millones de dólares para que le disputara en la llamada “pelea del siglo” el título mundial del boxeo profesional a Muhammad Alí, respondió serenamente: «Prefiero el cariño de ocho millones de cubanos. Y no cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que me puedan ofrecer».

El contexto de la ya referida Olimpiada de 1996 en Atlanta demostró cuán acertada fue su decisión. Allí se saludaron, Muhammad y él en la misma tribuna; eran buenos amigos, el yanqui profesionalizado de siempre, preparado para prender la llama olímpica, no atinaba por el Parkinson de su temblor generalizado en el cuerpo, secuela del estilo del box profesional, y Stevenson, amateur perenne, todo erguido y radiante a pesar de sus ya 44 años y estar también alejado de las cuerdas desde hacía 10.

Recuerdo que en una fiesta en la Plaza por el año 1992, de las que organizaban los jóvenes comunistas, denominada Sí por Cuba, compartimos con él; ya había decidido años atrás, desde 1986, colgar los guantes, y había bebido algún que otro trago.

Tan pronto el Comandante en Jefe arribó y lo divisó, le hizo señas para que se le incorporara. Un compañero de la escolta me hacía mímicas para que intentara demorarlo, para que Fidel no percibiera que bebió.

El Teo no solo hizo caso omiso a mis insinuaciones, sino que me expresó en un susurro: “Cuando a mí Fidel me llama, ni muerto dejo de acudir a él y nunca me comportaré mal”.

Efectivamente, se transformó y con compostura erecta sin balbucear, con prontitud y destreza respondió a todas las preguntas de Fidel, además, como si fuera poco, después se acercó al escolta y le murmuró: “Compay, no se da cuenta que ese es mi padre y yo no le puedo fallar”.

Coincidimos por vez última en el homenaje que la familia del célebre pintor y amigo de Cuba Oswaldo Guayasamín ofreció al aniversario 80 del Comandante en Jefe. Frente al Museo de Bellas Artes se agrupaba una gran cantidad de personalidades cubanas y extranjeras para participar en la inauguración de unas esculturas que artistas plásticos como Fabelo, Kcho, Oliva, Nelson Domínguez y otros entregaban.

Me entretuve presentando al “Cuate” empresario mexicano dueño de la emblemática embarcación Granma al cardenal Jaime Ortega Alamino, también allí presente, cuando una inmensa mano negra se posó sobre mi hombro sin articular palabra alguna para no interrumpir y no llamar la atención.

Así era de caballeroso y modesto. Al voltearme mi expresión de euforia no se hizo esperar: Ahhhhhhh, si es mi hermano, El Teo.

Tomado de Prensa Latina.

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