Mate y habano
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Se ha hablado tanto de la muerte del Che, que me honra escribir sobre su nacimiento. Sobre «el nacedor», como lo llamó Eduardo Galeano.
Nació en el periodo de entreguerras, y hoy, en pleno siglo 21, vuelve a nacer.
En el entreguerras, cuando él nace, EE. UU. ocupa definitivamente el lugar del viejo Imperio Británico. En los 50 y 60, cuando él actúa, se desata la Guerra Fría. Y hoy, que vuelve a nacer, hay un mundo que está surgiendo.
Solo por casualidad nace en Rosario, ya que sus padres estaban de paso hacia Buenos Aires, para el parto. Pero durante sus primeros años crece en el noreste argentino, cerca de las fronteras con Brasil y Paraguay, en unos yerbatales que su familia tenía; quizá presagios de que en su vida lo acompañarían el internacionalismo y el mate.
Luego, el asma lo trae a las sierras de Córdoba, pero a principios de los 50 sale en bicicleta a recorrer los caminos de Argentina, y más tarde en moto los de Sudamérica. Una fría tarde de julio de 1953, sus padres van a la estación de trenes para la última despedida. Cuando la locomotora se pone en marcha, él apura el paso hacia el estribo y levanta el puño izquierdo gritando: «Acá va un soldado de América».
A fines de los 40 y principios de los 50 el nuevo poder imperial occidental se muestra tal cual es. Crea instituciones: CIA, SIP, OEA, ONU, FMI, BM y tantas siglas más que lo único que hacen es darle legitimidad a la barbarie imperialista. Iniciando los 50, ese imperio lleva su barbarie al plano concreto con la Guerra de Corea (1950-1953), con la infiltración de la Revolución Boliviana (1952), con el golpe en Guatemala (1954) y con los ataques a gobiernos populares en Brasil (Getulio Vargas) y en Argentina (Juan Perón).
Ese momento lo encuentra en Guatemala, y él arma el rompecabezas en su cabeza y en su corazón. A todo lo que había visto y vivido en sus viajes, al conocimiento de esos pueblos postergados, oprimidos, pero soñadores y rebeldes, le agrega la teoría ideológica y la comprensión política. Conoce a los Castro y se convierte en el Che.
¡Qué paradoja! Decir «el Che» es como decir «el argentino». Pero en realidad, para llegar a ser «el Che», este hombre tuvo que sumar las experiencias chilena, peruana, venezolana, guatemalteca, mexicana… Ya es un internacionalista y, sobre todo, un antimperialista.
Cuando podía se tomaba unos mates, pero tenía más a mano los cigarros cubanos. Porque, como dijimos, nació en Rosario, pero creció en Misiones. Estudió en Córdoba, y se fue al mundo. Hasta que se autopercibió cubano, porque uno es del pueblo al que le entrega sus desvelos. Y él era de la humanidad.
El gran poeta misionero Ramón Ayala me contó que en 1962 fue a Cuba, invitado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos, y en un encuentro, el Che le dijo: «Yo cantaba tus canciones, sobre todo El Mensú, en los fogones, allá en la Sierra Maestra». Y que el Che amaba la parte que dice: «Paz para mi tierra, cada día más roja con la sangre del pobre mensú». El mensú es el obrero rural que en semiesclavitud produce la yerba mate. Quizá el Che, en cada sorbo de mate, pensaba en los mensúes del yerbatal donde creció.
Y en el oriente boliviano, todavía hoy en Samaipata, se canta lo que los paisanos llaman «la zamba del Che», que no es otra que la Zamba para no morir. La letra dice: «Mi razón no pide piedad / Se dispone a partir / No me asusta la muerte ritual / Solo dormir, verme borrar / Una historia me recordará… vivo».
No se trata del temor a morir, sino a morir sin haber hecho lo que uno tiene que hacer. Y el Che cantaba esa zamba en Samaipata, muy cerca de La Higuera, adonde acudirá con una tremenda dignidad y una consciente inexorabilidad. Es un internacionalista hasta el fin. Aunque cantó siempre cosas de su tierra, desde la Sierra Maestra hasta El Chapare.
Hoy, de él aprendemos cómo ser internacionalistas. Antes que todo, siendo antimperialistas. Me imagino un anciano de 95 años que, entre mate y habanos, me explica cómo y por qué se está reconfigurando geopolíticamente el mundo, y de qué lado tienen que estar los antimperialistas.
Hoy, como hace 60 o 65 años, el imperio sigue siendo Washington. Y hoy, como lo eran en su momento los pueblos africanos o asiáticos, hay pueblos que se levantan y ponen un freno.
El socialismo siempre va a ser el objetivo final. Pero en el mientras tanto, con todos los que se enfrenten al imperio, tendremos que caminar. ¿Cuánto? Ya se verá. Hasta la vida, siempre.
Tomado de Granma