Finlandia, la ‘penúltima’ prueba del potente giro a la ultraderecha en Europa
Por Luis Gonzalo Segura.
Cuando comenzó la guerra de Ucrania, los grandes diarios occidentales comenzaron a comparar a Rusia con la Alemania nazi y a Vladímir Putin con Adolf Hitler. El listado de semejante disparate, en cualesquiera de los sentidos que se plantee, es interminable: Antony Beevor, ‘Putin, el reflejo distorsionado de Hitler’; Jordi Amat, ‘El ‘esquizofascismo’ de Adolf Putin’; Lluís Bassets, ‘Como Hitler con el arma nuclear’; Pere Vilanova, ‘Putin, Hitler y los Estados de facto’; o Antonio Elorza, ‘La razón y el sueño’. Un argumento imposible de sostener en términos históricos, políticos o geopolíticos en cualquier parte del mundo, pero en especial en Europa. Porque el viejo continente es, desde la última década, por derecho propio, la región del planeta en la que gobiernan los admiradores de Hitler, Mussolini y Franco.
Finlandia, en los últimos días, se ha convertido en el penúltimo Estado europeo en el que un partido ultraderechista gobierna, participa o sostiene un gobierno. Penúltimo porque no será el último. De hecho, España puede sumarse al tétrico listado el próximo mes —el 23 de julio son las elecciones—.
Finlandia, de la OTAN a la ultraderecha
Si reflexionamos, Finlandia ha seguido un camino de lo más natural. En primer lugar, se ha unido a la OTAN, una organización militar al servicio de EE.UU. que en el pasado aceptó como miembros de pleno derecho a las dictaduras portuguesa y griega, y que, como Washington, fue cobijo de multitud de nazis y neonazis.
De hecho, sin ánimo de ser exhaustivo, bastaría con señalar que el general nazi Adolf Heusinger llegó a dirigir la OTAN. No fue un caso aislado. Y en segundo lugar, tras su ingreso en la Alianza Atlántica, Finlandia ha conformado un gobierno en el que la ultraderecha controlará hasta siete ministerios. Muy natural.
Finlandia, en los últimos días, se ha convertido en el penúltimo Estado europeo en el que un partido ultraderechista gobierna, participa o sostiene un gobierno. Penúltimo porque no será el último.
Entre los ministerios que controlará el Partido de los Finlandeses, euroescéptico y xenófobo, se encuentran Economía, Finanzas, Justicia, Interior, Sanidad y Asuntos Sociales. Lo que provocará no solo el gobierno más ultraderechista de la historia reciente de Finlandia, sino un cambio en cuanto a la política económica y social. Reducción de impuestos y gasto público, incluyendo los subsidios por desempleo o las ayudas al alquiler. Es decir, adiós al Estado de bienestar y hola a la jungla ultraliberal del más fuerte. Si eres finlandés, ya puedes asegurarte de que te vaya bien porque nadie más va a hacerlo por ti.
Sin embargo, necesitamos contexto a este ascenso ultraderechista, ya que Finlandia, como Ucrania o España, es un Estado en el que los movimientos nacionales tuvieron una gran relación con el nazismo, el fascismo o el franquismo. Y por ello, no es casualidad que los admiradores de Hitler, Mussolini o Franco gobiernen o estén muy cerca de conseguirlo.
Un continente ultraderechista
El ascenso de la ultraderecha europea durante el presente siglo ha sido más que notable. Primero, fue Austria en el año 1999 la que configuró un gobierno con los ultraderechistas. Sin menor rubor, incluyeron a un partido fundado por un antiguo miembro de las SS. Casi nada. Poco después, Jean-Marie Le Pen consiguió en el año 2002 llegar a una segunda vuelta en las elecciones francesas. Solo era el comienzo.
Finlandia, como Ucrania o España, es un estado en el que los movimientos nacionales tuvieron una gran relación con el nazismo, el fascismo o el franquismo.
En los últimos años, la hija de Le Pen, Marine, consiguió pasar a la segunda vuelta tanto en 2017 como en 2022, mostrando un claro ascenso. El año pasado consiguió el 41,46 % de los votos. En Alemania, los ultraderechistas entraron con fuerza en el año 2017, con el 12,6 %, y no parece que vayan a desaparecer de la escena política, sino todo lo contrario. Como en España, donde Vox está configurando gobiernos municipales y autonómicos estos días junto al Partido Popular (PP), y en solo unas semanas, el 23 de julio, podrían formar parte del gobierno. Como en el resto de los partidos ultraderechistas europeos, Vox es un partido aceptado con normalidad.
Una normalidad que aterra. En Suecia, el aumento de Demócratas de Suecia —que formó una alianza con el Partido Moderado, que es liderado por el primer ministro Ulf Kristersson— le ha llevado a convertirse en el segundo partido más votado; en Portugal, Chega se convirtió en la tercera fuerza política en 2022; en Letonia, los gobiernos se sustentan desde 2011 en Alianza Nacional, un partido ultraderechista; y en Grecia, Solución Griega acaba de conseguir representación parlamentaria.
Y no podemos olvidar las conquistas ultraderechistas más importantes: Italia, Hungría y Polonia. Países en los que gobiernan y en los que, nuevamente, como los casos ya reseñados de Ucrania, Finlandia o España, las raíces nacionalistas surgen de la semilla nazi o fascista.
Una normal anormalidad
El caso europeo es una normal anormalidad. Los europeos estamos ya acostumbrados, pero lo cierto es que la tendencia mundial no tiene nada que ver con la tendencia europea. Un caso representativo lo encontramos en América Latina, donde el viraje hacia la izquierda ha sido generalizado y notable en los últimos cinco años. Es decir, en la misma dirección, pero en sentido contrario. Pero, ¿por qué?
Como ha ocurrido durante siglos en Europa, el origen del problema lo encontramos en los egoísmos, a muy distintos niveles, y en la falta de perspectiva. Que el viraje a la ultraderecha se produjera después de las crisis, económica de 2008 y migratoria de 2015, no es casualidad. La primera crisis fue resuelta apretando el cuello de los ciudadanos, lo que ha provocado que hoy haya en Europa más de 20 millones de niños pobres —con España en el podio—; y la segunda crisis fue resuelta vendiendo a los migrantes a Turquía por 6.000 millones de euros y pagando a otros países, como Marruecos, para que controle a los migrantes de la forma que sea —incluyendo la brutalidad, los malos tratos o el asesinato—.
Y es que Europa lleva la ultraderecha en sus genes: los métodos nazis durante la II Guerra Mundial, aunque duela reconocerlo, solo fueron un ejemplo más de la brutalidad europea. Una brutalidad de la que pueden dar testimonio el resto del planeta: de la conquista de América a la esclavitud en EE.UU. o el colonialismo europeo en África y Asia.
¿Y cuál es la solución?
Difícil saber si Europa será capaz de superar esa falta de perspectiva que provocó las dos guerras mundiales que llevaron al continente a perder la hegemonía mundial y ese egoísmo que apuesta por la xenofobia en lugar de la integración. Que contempla a los migrantes como una amenaza en lugar de una oportunidad.
Difícil saber si Europa será capaz de conseguir una unión política, social, fiscal o judicial que la convierta en un actor geopolítico mundial en lugar de una marioneta norteamericana. Difícil. Muy difícil. Sobre todo, porque los admiradores de Hitler, Mussolini y Franco ya gobiernan demasiadas partes de Europa.
Tomado de RT/ Foto de portada: Reuters.