Cuba

Velas de futuro

Por Miguel Barnet*

Por la naturaleza de mi espíritu y mi vocación por la antropología social y la poesía, que no es otra cosa que simiente de la ciencia, soy un defensor de las causas más nobles y justas. El pueblo cubano por su acendrada historia y su madurez intelectual, heredera del más sabio de lo cubanos y de su más digno discípulo merecía, desde siempre un proyecto que representara toda su complejidad y su dimensión humanista y ese proyecto ha sido la Revolución Cubana.

José Martí no se equivocó cuando escribió: “cuando se dice cubano una dulzura como de suave humedad se esparce por nuestras entrañas”. Don Fernando Ortiz supo como pocos interpretar ese sentir tan profundo del Apóstol y expresó que “una Cuba nueva nos espera con su bondad y su espíritu. Yo voy hacia ella, con ella y por ella”. Y logró con su colosal obra científica que cayeran muchos de los obstáculos que impedían la renovación de la Patria. Este pensamiento renovador, reformista y descolonizador junto al heroico ejemplo emancipador del cimarronaje, es para las nuevas generaciones un anclaje que fortalece el alma y la arraiga a la tierra. El cubano, ese especie singular e indefinible, ha sabido sortear su destino con lo más ríspido de nuestras contradicciones históricas y lo más adverso de las circunstancias vividas. Hemos sufrido un bloqueo genocida e ilegal que más que eso es; una guerra híbrida, económica, financiera, psicológica y política sin precedentes en la historia del continente y del planeta. Sin embargo, y pese a todo, asumimos a diario un proyecto de país más justo, más humano y más participativo. La edad de piedra pasó, la era de la dependencia colonial quedó atrás y nos asomamos a la gestación de un pensamiento humanista que nos ha colocado a la vanguardia del ideario moderno y descolonizador. Cambiar lo que tenga que ser cambiado como expresó Fidel en reconocimiento a la igualdad de todas las personas ante la ley, a fundar una sociedad integral sin rescoldos de un pasado manipulador y retrogrado. “Una sociedad unida por la semejanza de las almas es más sólida que unida por las comunidades de la sangre”, escribió José Martí. Ninguna afirmación más veraz y seductiva. Ninguna más retadora.

No le tenemos miedo a un nuevo devenir transido de equidad. El miedo, como he dicho otras veces, no es cubano. Superamos con gallardía la crisis de octubre, el llamado quinquenio gris, el período especial y todas las aventuras y desventuras de una Revolución radical y profunda. Aspiramos a ser un pueblo apegado a la innovación permanente y a los postulados científicos de hoy frente a la supremacía del discurso subjetivo en las nuevas tecnologías.

El mañana nos recibirá con los brazos abiertos. Daremos un ejemplo al mundo que será nuestro mayor orgullo. Ya lo es. No poseemos grandes riquezas naturales como no sea la condición de ser cubanos, ese modelo único que ha generado este país. Esa es nuestra mayor riqueza y seguramente la más poderosa e imbatible. La que ninguna disquisición científica podrá definir, la que ninguna corriente antropológica podrá colocar en su canon académico. Unir las partes, llevar los fragmentos a su imán ha sido ley de nuestra existencia y regla de oro en esta nueva batalla de ideas. Con ella honraremos a nuestros padres fundadores, los que aspiraron a desarrollar el concepto de nación pese a factores históricos de nuestra espiritualidad. No podemos olvidar el pasado bajo ningún concepto, aun cuando ese pasado sea turbio y enajenante porque como reza el axioma socrático dejaríamos huérfano el futuro. Esa es la más acariciada responsabilidad de los que hoy estamos aquí. No importa que otros no nos comprendan, ellos tendrán el privilegio, quizás sin saberlo hoy, de recordarnos con admiración cuando hayan pasado los años y el ejemplo de nuestra generación haya alcanzado la altura del más alto pico de la Sierra Maestra. Entonces nos darán la razón porque viviremos en un mundo mejor. Y ese será el más bello legado que les dejaremos. La república nos legó efectos nocivos, heredados de la colonia como el clientelismo, la corrupción y la evangelización del dinero, entre otros. Pero la Patria renació de sus cenizas con el aliento de hombres y mujeres que no claudicaron. Y la Patria es la cultura como dijo siempre Don Fernando. Hemos rescatado la Patria ética y cívica, la de los valores cespedistas y martianos. Fidel lo anunció, el autor intelectual del Moncada era él, el Apóstol. Y no se equivocó.

Nuestro deber hoy es imponer la verdad frente a la articulación perversa de las medias verdades y la flagrante mentira que respira a sus anchas en las redes sociales. Y esa verdad solo tiene un asidero que es la Cultura, piedra filosofar que marca nuestro destino. Descolonizar el gusto es el camino, desalienar las conciencias e ir a lo más profundo de nuestro ser. Ya que la tan cacareada posverdad nos ata al pensamiento prelógico y a la barbarie que no es otra cosa que el neofascismo, brazo ideológico de las fake news. La cultura nos salva, no es un lema, es una verdad monda y lironda. Nuestro ser vive y respira en la cultura. Lo dijo en piedra dórica el poeta griego Píndaro. “Sé cómo eres”, afirmó.

Los griegos siempre serán nuestros contemporáneos, dejó dicho Jorge Luis Borges. Ellos siempre tendrán la razón decimos nosotros. Que las velas de esta nave en que viajamos todos siga empujando a este país con vientos de futuro y alas de innovación.

(*) Novelista, ensayista y poeta cubano. Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Fundación Fernando Ortiz.

Tomado de Cubadebate.

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