Cuba

Cinco de agosto de 1994: La gran victoria del pueblo

Por Raúl Antonio Capote

Utilizar la estrategia del caos para intentar debilitar al adversario y justificar acciones coercitivas e incluso una intervención militar, ha sido un recurso ingénito de la guerra sucia del gobierno de EE. UU. para poner fin a la Revolución Cubana.

La política oficial de Washington, de utilizar el delicado asunto migratorio como arma de su amplio arsenal contra Cuba, ha provocado profundas heridas que afectan a la familia y a la sociedad en general.

Instigando y trabajando con la contrarrevolución, la entonces Oficina de Intereses del Gobierno de Estados Unidos en La Habana actuó como operadora de los sucesos ocurridos el 5 de agosto de 1994, en áreas del Malecón habanero y sitios aledaños.

Mientras, la mal llamada Radio Martí dramatizaba historias de vida de recién llegados y promovía, como incentivo a las salidas irregulares, los privilegios contemplados en la Ley de Ajuste Cubano.

Los desórdenes de aquel verano se crearon a partir de la manipulación de grupos que se movilizaban para robar embarcaciones, con las cuales trasladarse a Estados Unidos, donde eran recibidos como héroes.

Saltando la distancia creada por el surgimiento de nuevas tecnologías, la similitud con los sucesos del 11 de julio de 2021 es obvia. El enemigo aprovechó, entonces, el descontento creado por el reforzamiento del bloqueo, de la política hostil de EE. UU., y una coyuntura específica; en ese caso la situación interna creada por la desaparición del campo socialista, para mandar a la calle a sus peones pagados y al lumpen.

En aquel memorable agosto de 1994, una turba, astutamente manipulada, se lanzó a romper vidrieras, a apedrear a la policía, a saquear comercios, mientras algunos, muy bien posicionados en diferentes lugares del malecón, filmaban la escena que mostraba al mundo a una muchedumbre que protestaba de manera «espontánea» contra el Gobierno.

Querían provocar un enfrentamiento sangriento entre cubanos, perseguían desatar la represión del Gobierno y que se vieran compelidas las fuerzas del orden a usar las armas.

Todo parecía que les iría bien a los organizadores del caos, el guion se estaba cumpliendo; pero llegó Fidel, en el momento más peligroso, desarmado él y los que le acompañaban.

Su primera orden fue que no debía haber un solo tiro, y que si había un muerto quería ser él.

En cuanto arribó al epicentro de los disturbios, se produjo una especie de metamorfosis entre algunos de los tirapiedras, mientras otros preferían alejarse a toda velocidad. Una gran ola comenzó a generarse en el Malecón, un gran coro del que solo se escuchaba: Fidel, Fidel, Fidel.

El pueblo cubano, con su Comandante en Jefe al frente, como tantas veces, aplastó a la contrarrevolución sin disparar un tiro.

Tomado de Granma

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