Internacionales

Homenaje personal a Carlos Puebla y a Salvador (Chicho) Allende

Por Rogerio Moya*

Escribí está crónica en el siglo pasado.

Pasó el tiempo, y como el agua, rodea las piedras, farallones obstructivos, troncos y ramas, desbrozando caños en su devenir, el va tejiendo el lienzo de la vida.

Ellos -Carlos y Salvador- tienen un puesto distinguido en ese lienzo nuestro, que llamamos Historia.

EL TROVADOR Y EL PRESIDENTE

El salón abanderado lleno de luz. Ventanas abiertas, por dónde en torrentes, entra la claridad de la luz del sol. En dos filas largas, una frente a la otra, los Presidentes, Cancilleres, Ministros Plenipotenciarios, Embajadores, personalidades del mundo entero, invitados especiales.

Presentes también todos los perfumes y todos los sudores de la tierra.

Los heraldos soplan sus trompetas. El sonido es magnificado por los magna voces y lanzado por radio y televisión alrededor de la tierra.

Enceguecen los flashes, y en las cámaras fotográficas, y en las cintas se imprime la imagen del Presidente que acaban de investir como Presidente.

Un edecán susurra al oído del mandatario que ya debe recorrer el salón, para que salude a los representantes de todas las naciones del planeta, presentes en su investidura. Es el viaje de las felicitaciones. Amigos y enemigos, tontos útiles e inútiles, hombres y mujeres que lo respetan y admiran, o que lo observan como un buey mira a un piano, ofrecerán parabienes, votos de larga salud, suerte durante su mandato, palabras de confianza, observaciones incomprensibles y agudos consejos.

Un segundo antes de que el Presidente comience a caminar, en medio del silencio que precede a los grandes acontecimientos, cuando han terminado los aplausos, a micrófono y cámara abiertos, en vivo, en directo, el mundo escucha un vozarrón que grita:

-iCHICHO, MI HERMANO, YA ERES INMORTAL!!!

El hombre que ha desguazado el protocolo sale de la fila de invitados, y con los brazos abiertos, se planta, como una palma real, en mitad del pasillo.

Tiene seis pies y dos pulgadas de estatura. Tiene más de doscientas libras de peso. Viste una guayabera de lino color azul pálido, y en sus bolsillos viajan tabacos, pasaportes, caramelos de miel, lapiceros y lápices, medicamentos para controlar la presión arterial, alegría, mucha alegría y mucha música inundan sus bolsillos.

Su sonrisa es desarmante, y en sus brazos abiertos cabrían tres presidentes.

Ante el asombro universal los dos hombres se abrazan. Se separan para verse mejor. Se vuelven a abrazar -Ven acompáñame. Vamos a saludar a los distinguidos visitantes- dice Salvador Allende. Chicho para sus amigos y el pueblo Chileno y para todos los contertulios de LA BODEGUITA del Medio.

Y Carlos Puebla, el Trovador Cubano, acompaña a Salvador Allende, Presidente para siempre de Chile, el día de su investidura.

Era la continuación de una larga travesía, muchas veces en común, por estos dos hombres. Cada cual en su mundo, cada cual a su altura, pero con la voz común de la esperanza, de los sueños, que siembra en los hombres el deseo de triunfar y de disfrutar la vida a plenitud.

Carlos Puebla fue, por años, la voz musical de LA BODEGUITA, ese inigualable restaurante habanero, visitado por luminarias y bohemios de todo el mundo.

Cuando el canto de Carlos Puebla se universalizó -trovador radical defensor de la revolución cubana- lo hizo con la esencia del Mojito criollo, los chicharrones de puerco y la fraternidad humana de su pueblo.

Carlos fue un trovador genuino.

Fue amigo genuino de Chicho Allende.

Todo lo genuino aterra al gazmoño, molesta al dogmático, pone un toque urticante en la piel del burgués y tiene sabor de cantaridas. Pero lo genuino súper vive, porque el añejo que gana con el tiempo, decanta lo superfluo y fija sus valores clásicos.

¿Hace tiempo que usted no escucha las viejas canciones de Carlos Puebla?

!Pruebe!

Si no siente añoranzas, si no entorno los ojos y recuesta la espalda al butacón, yo estoy equivocado y le ofrezco excusas.

Aunque lo dudo, porque ahora mismo, en esta calurosa y clara mañana de Junio, bebo a sorbos mi ron solitario, recuesto mi espalda al butacón, y me dejó llevar por la voz de Puebla cuando canta:

!Se acabó la diversión Llegó el Comandante y mandó a parar!!

La Habana 1979.

(*) Rogerio Moya de Prensa Latina. Su crónica fue publicada también en diarios de Caracas, Buenos Aires y Bogotá. Permanece en los archivos de PL. 

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