El mundo estaría mejor sin la OTAN
Si usted cree los dos principios centrales del dogma y la propaganda occidentales sobre la guerra de Ucrania, a saber, que la invasión rusa no fue provocada y que Moscú tiene ambiciones imperiales más allá de las fronteras de Ucrania, entonces naturalmente considerará a la OTAN como la mejor defensa contra dicha amenaza.
Sin embargo, si usted presta atención a la historia, a lo que las autoridades rusas realmente dicen y han hecho, y a su actuación deliberadamente limitada en esta guerra (al menos inicialmente), llegará a la conclusión de que Rusia fue provocada a invadir Ucrania por su inminente absorción en la OTAN y por la limpieza étnica llevada a cabo contra los rusoparlantes en el Donbás, una agresión que se incrementó enormemente a principios de 2022.
Si usted analiza los hechos y no las ficciones, observará que el relato de las ambiciones imperiales de Moscú fue maquinado con posterioridad al golpe de Estado neonazi de 2014 en Kiev, que contó con el respaldo de Estados Unidos. Antes de ese momento, como ha señalado el profesor John Mearsheimer, Putin no era considerado un imperialista. Pero una vez que la OTAN se instaló, repleta de armas, en el porche delantero de Rusia, la retórica del Moscú imperialista resultó muy útil. La OTAN creó un peligro que requería más OTAN para resolverlo. Ahora ese embrollo descabellado ha masacrado a cientos de miles de soldados ucranianos y a decenas de miles de rusos y, gracias a la OTAN, Estados Unidos está a punto de declararle la guerra a Rusia, mientras la humanidad se tambalea sobre el abismo nuclear.
Nada de esto hubiera pasado sin la OTAN y su incesante y demencial expansión oriental hacia Rusia, rompiendo con ello todas las promesas oficiales occidentales de no hacerlo. Moscú llevaba décadas clamando que si Kiev se unía a la Alianza Atlántica, Rusia destruiría Ucrania. Y eso es lo que está pasando. ¿Por qué? Porque Moscú considera la entrada de Ucrania en la OTAN como una amenaza existencial, y probablemente tiene razón. La verdad es que la OTAN debería haber muerto cuando acabó la Guerra Fría. Así lo expresaron multitud de intelectuales de la defensa y luminarias de la seguridad nacional estadounidenses. Pero en lugar de clavar una estaca en el corazón de este vampiro, Occidente le permitió seguir con vida, drenando el dinero de sus miembros, engordando las carteras de los especuladores de la guerra y los magnates de las armas y causando estragos en lugares como Yugoslavia, Afganistán, Libia, ahora Ucrania y pronto, según nos informa el vampiro, el Mar de China. La OTAN incluso ayudó a paralizar la democracia, tal y como era, en Estados Unidos.
¿Cómo? Recreando la amenaza de Rusia tras la caída de la Unión Soviética. Instalándose en Kiev tras el golpe de Estado respaldado por la CIA en 2014. Convirtiendo a Putin en el hombre del saco hasta el punto de que Hillary Clinton y Barack Obama se sintieron cómodos urdiendo la basura del Rusiagate para explicar la humillante derrota demócrata en la elección presidencial de 2016. Este frenesí de rusofobia, a su vez, convirtió al crédulo público estadounidense en terreno privilegiado para que floreciera la mentira de que Moscú pretendía conquistar Europa. También permitió más evasivas –específicamente, durante la campaña electoral de 2020, la enorme mentira de ex funcionarios de inteligencia de EE.UU. de que el ordenador portátil de Hunter Biden era [parte de una campaña de] desinformación rusa. No lo era. Incluso Hunter Biden lo dice. Pero esa falsedad entregó las elecciones a Joe Biden en un momento en que el contenido del portátil podría haberle derrotado. También incitó otro torbellino de histeria sobre la artera manipulación rusa de estadounidenses crédulos y desprevenidos.
Y es todavía peor. Aprovechando los delirios rusofóbicos, la Casa Blanca y el FBI censuraron las redes sociales. La seguridad del Estado sofocó a su vez las pruebas de corrupción de la familia Biden en sus tratos comerciales con Ucrania. Así que ahora tenemos lo que muchos estadounidenses consideran un delincuente posiblemente senil y muy impopular como presidente, instalado por el FBI y la CIA, sin que se vislumbre el final de esta canallada. Y la raíz de este mal, la OTAN, anida junto a la putrefacta podredumbre de un gobierno controlado por donantes corporativos, mientras que la sed de sangre fresca de la OTAN requiere un enemigo ostensible, es decir, Moscú, que casualmente posee más armas nucleares que nadie en el planeta.
Esta catástrofe nos aflige al mismo tiempo que la principal alternativa presidencial es el temerario y acusado ante la justicia Trump, que incluso podría hacer campaña desde una celda, y que claramente pretende imponer la ley marcial, convertirse en presidente vitalicio y llevar a cabo juicios amañados para sus enemigos. La única forma de salir de esta trampa que nos ha tendido el duopolio es un candidato de un tercer partido –y resulta que hay uno excelente disponible, a saber, Cornel West– o que Biden haga finalmente lo correcto, dé un paso al frente y se eche a un lado.
Pero Biden aún no se ha enterado de que está aplastando lo que queda de la democracia estadounidense. Y esto es particularmente exasperante porque él sabía que era vulnerable a una acusación de soborno, concretamente a un supuesto pago de 5 millones de dólares, y sin embargo su ambición presidencial y su narcisismo le llevaron a arriesgarse a envolver para regalo este garrote con el que la extrema derecha le apalea ahora a él y, por extensión, a todos los que están a su izquierda. Tal vez pensó que podría superar esta acusación, esta ciénaga de argucias financieras que apesta intensamente, pero ahora está claro que no puede. Debería tener la decencia, en el ocaso de su vida, de despojarse del oportunismo enfermizo que le llevó a animar y engrasar las ruedas de la criminal guerra de Irak, a aumentar el gulag carcelario de la nación a dos millones de miserables almas y a empujarnos, desde 2021 hasta hoy, al precipicio del holocausto nuclear con Rusia. Debería predicar con el ejemplo y hacerse a un lado y, con un poco de suerte, Trump también se quedaría en el camino. El partido republicano sencillamente no es una alternativa. Cualquier conglomerado político con un plan de 1000 páginas para acabar con todas las normas y leyes que abordan el colapso climático, como lo ha hecho el partido republicano de Trump, no es un partido. Es un enemigo de la humanidad.
Mientras tanto, tras haber drenado la sangre de Yugoslavia, Afganistán, Libia y ahora casi acabado con el cadáver de Ucrania, la OTAN vuelve su mirada hambrienta hacia Taiwán. A pesar de la conocida y escandalosa historia del vampiro, Taiwán no se ha percatado. También está destinado al cementerio. Por increíble que parezca, numerosos peces gordos de la política estadounidense han llegado a barajar la idea de bombardear la industria taiwanesa de chips informáticos, antes que dejarla caer en manos chinas. ¿Cuál es la respuesta de la isla a estas amenazas de caos? «Haremos lo que usted diga, amo. Envíen armas». ¿De verdad? ¿Si esto no es suicida, qué es?
Tal vez, solo tal vez, con un gobernante distinto a Biden o a un halcón republicano, esta incursión en el Lejano Oriente no tendría lugar. Tal vez, una vez más, la humanidad se vería libre de la trampa nuclear. Tal vez esos Dr. Strangelove* del Pentágono ansiosos por la guerra naval y dispuestos a bombardear ciudades chinas se sentirían decepcionados. Quizá Estados Unidos podría incluso reducir su imperio y deshacer el daño de la OTAN. Pero tal vez eso sea esperar demasiado. Tal vez el vampiro de la OTAN no haya terminado de beber nuestra sangre y no lo hará hasta que el mundo estalle en llamas nucleares.
Bajo el mandato de Biden, Rusia ha invadido Ucrania en dos ocasiones: cuando estaba a cargo de la cartera de Ucrania como vicepresidente, y de nuevo en 2022 como comandante en jefe. En ambas ocasiones, Moscú fue provocado. Tal vez sea hora de que Biden acepte el veredicto de la historia de que él es parte del problema, que contribuyó a esas dos espantosas invasiones y que, por tanto, no puede ser la solución. Es hora de que Biden haga lo correcto y lo más elegante: retirarse. Salvaría vidas en Ucrania, en Taiwán y quizás nos salvaría al resto de nosotros del invierno nuclear. Pero, a juzgar por el historial de este presidente, ¿Cuándo le ha hecho cambiar ese cálculo altruista?
N. del T.: Personaje de la película de Stanley Kubrick “Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love de Bomb”, que en España fue traducida como “¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú”. El Dr. Strangelove (Peter Sellers) es un excientífico nazi y asesor del presidente de EE.UU. que le convence de lanzar una bomba atómica contra Rusia que desencadenará la destrucción del mundo.
Tomado de Rebelión/ Foto de portada: Antti T. Nissinen (Grafiti: “Esta estrella significa guerras”)