La llave del retorno
Por Thaís Lombao
Desde 1977, cada 29 de noviembre el mundo conmemora el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. No es una efeméride cualquiera sino un mensaje claro de que la lucha por la vida y por la justicia continúan centrando todos los reclamos.
Diez mil 756 kilómetros separan a Cuba de Palestina. El idioma, la cultura y la religión resultan bastante distintos, pero, en la práctica, no somos tan diferentes. Más de 200 palestinos estudian medicina en estos momentos en nuestro país; muchos de ellos provienen de Gaza.
La vida en Gaza
Mohammed Suwan tiene 21 años y es nacido y criado en Gaza. Está en Cuba desde los 17, gracias a una beca para estudiar, primero en la Escuela Latinoamericana de Medicina, y luego en el Fajardo. Le gustaría hacer también, aquí, su especialidad en cirugía.
-¿Cómo es crecer en Gaza?
«Crecer en Gaza es difícil porque, como todos los niños, tenemos sueños, pero son muy difíciles de lograr. No puedes salir con tu familia a otra provincia, porque estás en un país ocupado. Creces con la noción de que puedes morir en cualquier momento. Todos los niños tienen que crecer conscientes de los misiles, así como de las crisis económicas y humanitarias.
«Pero la vida no se para. Hay que seguir. Vivir en Gaza me ha enseñado mucho, me ha enseñado a amar la vida. Por muy extraño que suene, en Gaza hemos llegado al punto de estar acostumbrados a los bombardeos. De hecho, hay una frase popular que dice: “Si escuchas el ruido del misil significa que estás vivo”.
«Gaza tiene 365 kilómetros cuadrados y somos, aproximadamente, 2.7 millones de personas. Como nuestros barrios son pequeños, todos nos conocemos. Por ejemplo, puedes pararte en cualquier lugar y preguntar por fulano o su familia, y enseguida los vas a encontrar.
«Las bombas no caen a toda hora, pero el peligro es real siempre. En 2008 yo estaba en la escuela en un día de examen, en segundo grado, y comenzaron a bombardear. Tuvimos que ser evacuados a un lugar seguro. Cuando paran las bombas todos siempre corren al lugar donde cayó la bomba, para ayudar o para ver si tus amigos o conocidos están bien. Cada vez que arrecia la guerra, las familias preparan una maleta con lo más importante para salir corriendo».
– ¿Cómo te sientes con lo que está pasando actualmente allí?
«Es muy difícil explicar lo que yo siento. Por un lado, me da pesar estar en un país seguro, mientras mi familia está allá, aunque, en cierto sentido, nosotros estamos acostumbrados a las pérdidas. Cuando pierdes a alguien es muy impactante, pero casi no tienes tiempo de sentirlo, porque las malas noticias siguen llegando. No nos podemos enfocar en eso. Tienes que tratar de estar lejos del peligro.
«Todo el mundo ha perdido a alguien. Lloran un poco, pero se tienen que enfocar en sobrevivir. Cuando todo se calma es que nos damos cuenta del shock. Cuando puedes regresar a la casa es que sientes el vacío, la ausencia. Estás en la casa, pero tu padre no está, tu hermano no está, y es, entonces, que piensas en cómo vivir, cómo comer, cómo reconstruir.
«Mi familia, desde el quinto día de la guerra, logró huir del norte al sur. Donde ellos están hay Internet, pero no siempre. Se va mucho la señal y, a veces, no me puedo comunicar con ellos. Es muy difícil pasarse tres días seguidos sin saber nada de tu familia en esta situación. Estuve muy preocupado. No podía ni pensar. Tenía un estrés tremendo esperando una noticia, una llamada.
«Por suerte, los palestinos que estamos aquí nos apoyamos. Cuando yo perdí a mi tía y mis primas, varios de mis compañeros vinieron a darme las condolencias. Siempre estamos en contacto. Todos los de Gaza nos conocemos y sabemos dónde viven las familias y, si te enteras que bombardearon esta área, enseguida le escribes a quienes son de allí.
«La última vez que fui a Gaza fue hace tres meses. Lo encontré muy lindo todo, los mercados, la gente. Tengo recuerdos con mi familia en cada calle. Hace poco estuve viendo los videos y fotos de esas salidas con mi familia, con mis primas, mi tía. Es muy triste saber que las personas con quienes estaba hace tres meses ya no están, y que esos lugares ya no existen».
Los desplazados
Ihab El Masri y Ghaith Alfarahna son una dupla inseparable. Tienen 23 y 22 años, respectivamente, y estudian en La Covadonga, Hospital Clínico Quirúrgico Salvador Allende. Ambos son de Cisjordania. Para ellos, tener que rehacer tu vida en otro sitio no es nada nuevo. La familia de Ihab ha vivido, desde su nacimiento, en Belén, Hebrón y en Ramallah. Por su parte, la familia de Ghaith se encuentra ahora en Jordán.
«Los refugiados que viven fuera de Palestina tuvieron que abandonar sus casas, en muchas ocasiones sin nada. Tuvieron que dejarlo todo atrás. Es un sentimiento extraño. A veces nos preguntamos: “¿qué estoy haciendo en este lugar mientras los que se quedan en Cisjordania sufren arrestos?” Cada familia palestina tiene su mártir o prisionero. Por eso, todos sufrimos, aunque los que más sufren son los de Gaza», cuenta Ihab.
Más allá de las bombas, vivir en Palestina resulta complejo por muchas otras razones, puesto que pueden considerarse refugiados dentro de tu propio país. Es complejo ir a la escuela, incluso, obtener una documentación que les acredite como ciudadano del lugar en el que nacieron.
«Yo he vivido toda mi vida en Palestina, y, como soy de un pueblo pequeño, tenía que pasar por tres puntos de control para ir a la escuela. Es un proceso difícil, porque esos lugares te roban mucho tiempo. Para pasar por uno de esos puntos de control puedes demorarte tres o cuatro horas. A veces matan a muchos jóvenes por sospechas, e incluso, cuando descubren que no tienen nada, les “plantan” un arma o un cuchillo para justificarse», cuenta Ghaith.
Ellos, como muchos otros, han sufrido gran parte de su vida el racismo y la segregación. Ihab piensa que el gobierno de Israel no los considera seres humanos. «El primer ministro de Israel nos ha comparado con animales. Para la gente de Occidente, de Estados Unidos, ese racismo los hace justificar el asesinato de mujeres, ancianos y niños».
La llave del retorno constituye un símbolo de lucha del pueblo palestino. Es aquella que guardan los ancianos, como símbolo de lo que una vez fue la entrada a sus hogares. Ghaith relata que muchas personas creen que, cuando mueran los más longevos, las nuevas generaciones van a olvidar.
«Nosotros no olvidamos. Nunca vamos a olvidar la llave del retorno de nuestros abuelos, porque duele ver la casa donde vivió tu familia y no poder entrar. A veces, ni siquiera demuelen las casas. Las toman como están, las transforman y viven allí. Pero eso no tiene que ser así. Antes del colonialismo británico, judíos, cristianos y musulmanes vivían en paz.
«No es lo mismo ser judío que sionista. Mi abuelo tiene amigos judíos de antes de la ocupación. Pero la idea del estado israelí para los sionistas se basa en el racismo. Lo que comenzó el día 7 es una escalada de la promesa de Balfour, hecha hace mucho tiempo, que se basa en darle a un pueblo sin tierra, una tierra sin pueblo, pero esa nunca fue la realidad».
Cuba y los deseos de regresar
A pesar de sentirse acogidos en Cuba y mostrar gratitud por ello, Suwan, Ihab y Ghaith coinciden en que les gustaría volver a Palestina como médicos, y poder vivir, allí, en paz.
«Cuando me gradúe pienso volver, aunque me da un poco de miedo. Me gustaría tener hijos, una familia, pero también hay cosas más importantes para nosotros, porque la vida no significa nada sin libertad. Por eso hay que resistir. Nosotros queremos una vida con paz, que sea incondicional, no una paz donde haya mártires o arrestos todos los días. Eso no es paz», explica Ihab.
Ghaith aspira a convertirse en médico, graduarse y especializarse, «porque nuestro principal objetivo es ayudar a nuestro pueblo y lograr la liberación de nuestra tierra». Por su parte, Swan dice que: «Vaya a donde vaya, viva donde viva, yo quiero regresar a Palestina, yo quiero morirme en Palestina».
Tomado de Alma Máter/ Foto de portada: EFE