Nuestros niños reclaman y alertan
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Enseñan nuestros abuelos que ningún cuidado con los niños es suficiente, y que la preocupación y atención a los hijos no termina nunca. La vida se encarga de confirmarlo y el empeño por su felicidad nos pone a sus pies.
Nuestros niños, niñas y adolescentes nos reclaman amor, acompañamiento, afecto, consejo, protección, conocimiento, calor, confianza, atención, control, armonía, comprensión y muchas otras atenciones que son indelegables e impostergables. Nos tocan y son obligatorias, oportunamente, para poder tributar a su bienestar y al desarrollo personal.
Mientras que los contextos, etapas, relaciones y tiempos en que viven alertan de los peligros que les acechan, y de todo lo que tenemos que hacer para protegerlos, sin ingenuidades, exceso de confianza, descontroles o descuidos. En prever está todo el arte de salvar, nos inculcó José Martí, y cuanto más temprano lo hagamos mejores serán los resultados. No hay tiempo que perder en la educación familiar.
Cuba trabaja desde hace más de seis décadas el tema de la prevención y la protección de las niñas, niños y adolescentes, una prioridad de la Revolución, siempre ejercida mediante instrumentos pedagógicos y desde una perspectiva científica, profesional, pero sobre todo profundamente humana y preventiva, como parte de un proceso en el que la familia desempeña un papel fundamental.
Precisamente, preparar a la familia y alertarla de los riesgos es una de las prioridades del sistema cubano de prevención, en una sociedad que apuesta por la educación familiar basada en relaciones estables y armónicas entre las personas.
La Ley No. 156, el Código de las Familias, recoge en el artículo 2.3 que «los miembros de las familias están obligados al cumplimiento de los deberes familiares y sociales sobre la base del amor, el afecto, la consideración, la solidaridad, la fraternidad, la coparticipación, la cooperación, la protección, la responsabilidad y el respeto mutuo».
El artículo 4 establece «el derecho de que las niñas, niños y adolescentes crezcan en un entorno familiar de felicidad, amor y comprensión». Mientras el 5, inciso g, defiende el derecho de la infancia y la adolescencia en el ámbito familiar, a «crecer en un ambiente libre de violencia, y a ser protegido contra todo tipo de discriminación, abuso, negligencia, perjuicio o explotación».
Blindar a la familia para evitar la ocurrencia de hechos que afecten el normal desarrollo de las niñas, niños y adolescentes está en el centro de las políticas y programas del Estado cubano, para que las familias reciban la asistencia apropiada en el desempeño de sus funciones y las puedan cumplir adecuadamente.
La teniente coronel Noemí Morales Guirola, jefa del Centro de Protección a niñas, niños y adolescentes de La Habana, ha dedicado su vida a salvar y a proteger, a reconquistar alegrías y a recomponer familias, y concede la máxima prioridad a la prevención y la educación familiar como elementos decisivos para minimizar los riesgos de abuso sexual infantil.
Para el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), el abuso sexual infantil está mediado por una relación desigual de poder, que implica a un niño, niña o adolescente como víctima, y a una persona adulta o coetánea como agresora. Se trata de un problema social, de salud y de violación de los derechos de la niñez.
Afecta, especialmente, el derecho a decidir sobre su cuerpo y sexualidad; el derecho a que sea respetada la privacidad e intimidad, y el derecho a vivir libre de violencias.
De acuerdo con la experiencia profesional de la teniente coronel Morales Guirola, este modo de abuso responde a una tipicidad delictiva que puede ocurrir en cualquier medio, no solo en familias disfuncionales o ambientes hostiles, por ello debemos estar alertas y preparados en función de la prevención.
Se debe tener en cuenta que el agresor sexual no es el típico delincuente, ni el antisocial o vulgar que genera odio, sino que puede ser cualquier persona con un reconocimiento social o familiar, que se aprovecha del menor, y no nos percatamos porque aparentemente es un individuo de buen comportamiento, «cariñoso» con los niños, aunque siempre hay indicios para la sospecha.
Entre los indicios de que los niños pueden estar siendo abusados se encuentran los cambios bruscos en sus comportamientos o en la esfera de la sexualidad, como estimularse en edades muy tempranas; el bajo rendimiento escolar; que se tornen agresivos, hagan rechazo a personas o se aíslen.
Insiste la especialista en la necesidad de «enseñar al niño a cuidar su cuerpo; inculcarle que nadie se lo puede tocar; hablarle sobre temas de sexualidad de manera que conozcan y puedan defenderse desde el conocimiento, sin caer en la pornografía, al mostrarles cosas relacionadas con el sexo más allá de lo que necesitan saber a su edad». Alerta de que a veces hay padres que cometen el grave error, pensando que ayudan al menor, pero en realidad les perjudican, y caen en la comisión de un delito.
Mencionó como factores de riesgo, la falta de cariño, confianza o afecto de los padres; el exceso de confianza con personas de los lugares donde el niño vive, visita o permanece a solas con otros; el descontrol familiar sobre sus actividades; el empleo inadecuado del teléfono celular, los sitios a los que accede en internet y los contactos que establece; la permanencia solos con otros niños, sin la supervisión de un adulto; así como el desconocimiento de sus hábitos diarios, los lugares que visita y con quién, y sus verdaderos comportamientos.
El antídoto para estar en mejores condiciones de prevenir es crear un clima de confianza para aclarar las preocupaciones de los infantes y adolescentes sin temor a represalias, y hacerles saber que pueden recurrir a personas de confianza (madres, padres, otros familiares, docentes, personal médico, trabajadores sociales…) en caso de que lo necesiten.
Tomado de Granma/ Foto de portada: Cubadebate