Cuba

En el sustancial paisaje de lo materno

Por Yeilén Delgado Calvo.

No habría vida real, tangible, sin ese vientre que multiplica, pero tampoco sin las manos que arropan, alimentan, sostienen y alejan de los peligros, con fiereza.

Incluso el día en que los cuidados sean justamente repartidos entre mujeres y hombres, seguirá habiendo mucho de poético y sustancial en aquellas que pueden decir: «carne eres de mí, sangre mía, y de estos huesos vienes» –o «te amo como si así fuese»– y que andan por el mundo, mientras respiran, con el corazón repartido, latiéndole por fuera en el hijo o la hija.

Las madres no tienen edad; jamás parecen jóvenes o viejas a los ojos de quienes han criado. Son, en cambio, un ente protector, raigal, que remite al origen y a la ternura, y con quienes se puede mostrar siempre lo que se conserva de niñez.

No hay una única madre: mujeres diversas todas, con sus historias de vida, creencias y valores van armando el paisaje propio de su maternidad, casi siempre aprendiendo tanto como la persona que ayudan a crecer, y también errando, como sucede en todo trabajo humano.

Maternar es trabajar, y hacerlo huyendo del desamor y sus maltratos; porque más que un hecho biológico, es también una práctica continua de los afectos. Maternar es construir la nación, en toda su anchura.

Como ser que engendra y se da, la madre será siempre una honda metáfora de la Patria y sus alcances en el alma de quien le nace o la elige.

Bienaventurado el país que puede preciarse de tener la misma fuerza y terquedad con que una mujer insiste y resiste por su prole; de la limpieza de ese afecto; de la capacidad de amparar y de instalarse en el sentimiento, mediante hilos tan invisibles como fuertes.

Tomado de Granma / Foto de portada: Ismael Batista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *