Cuba: Anécdotas con Renán Montero Corrales
Por Noel Domínguez * / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
De supuesto verdadero nombre Andrés Barahona López, mucho más conocido por sus pseudos de Renán, Iván o Moleón, fue uno de los revolucionarios más enigmáticos que ha dado el Ministerio del Interior de Cuba. Cubano atípico, nada conversador, serio al extremo, tímido, escurridizo, modesto, con mucho valor físico y moral vivió y murió clandestino. El Ché lo inmortalizó con sus citas, como Iván, en su diario de la guerrilla boliviana y cuando le asignó tareas para radicarse como residente legal después del último contacto personal con él, el 19 de Diciembre de 1966 en Ñacahuasú.
Poco después, Tania quedó, al incorporarse a la guerrilla, aislada del trabajo que desde hacia 2 años había iniciado en la capital, La Paz, previéndose entonces para a él importantes misiones de penetración en los medios oficiales de aquél país y de apoyo a la red urbana. Fundador en l959, del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua desde los combates del Chaparral e incorporado a principios de los 70 en las acciones armadas en el Frente Sur del FSLN; fue autorizado años después, por la Dirección de nuestro país a aceptar la nacionalidad nicaragüense que sus compañeros de lucha Sandinista le ofrecieron recién al triunfo del l9 de Julio de l979, haciéndolo casi de inmediato Jefe de la Inteligencia en ese hermano país. Lo recuerdo como se aparecía casi en las sombras, sigiloso, sin emitir ruido ni tan siquiera de sus pasos, en la casa de la barriada de Los Robles, en Managua, donde habíamos instalado la pequeñísima Misión Internacionalista de los días inmediatos a la victoria sobre el sátrapa Anastasio Somoza Debayle (Tachito). Venía humildemente a consultarnos o a informarnos algo y sólo balbuceaba palabras entre dientes, casi imperceptibles, era un conspirador innato. Nació para eso y sabía hacerlo muy bien. Las anécdotas con él son, todas o casi todas impublicables. Por lo tanto, me referiré a una que he podio armar en mi pensamiento como justo tributo a ese verdadero héroe anónimo que todos, sin excepción alguna, respetábamos y respetamos. Cosa por demás bastante poco común entre tantos “conspiradores”.
Tomás Borge, fundador del FSLN, Ministro del Interior del gabinete desde su misma creación y Comandante de la Revolución Sandinista, quiso prepararnos a principios de Diciembre de l980, una despedida a Julio “El Guajiro” y a mí por la ya próxima finalización de nuestras tareas en aquél hermano país y, a tales efectos, me preguntó cortésmente qué quisiéramos llevar a Cuba de recuerdo, contestándole sinceramente no era necesario nada más, pues recién nos habían otorgado un honroso nombramiento honorario, avalado con el correspondiente sello acreditativo del FSLN, que sólo portaban en aquél entonces los 9 Comandantes de la Revolución Sandinista y otros pocos Comandantes Guerrilleros (tiempo después, ya en Cuba, ante el Comandante en Jefe y otros dirigentes, expresé, como una particularidad del Internacionalismo, que ese título, no había tenido la posibilidad de obtenerlo en mi propia Patria). Fue tanta la insistencia que, en susurro le pedí: “tráiganme al argentino, el jefe del Comando, para despedirme de él…”.
Atrevida referencia a Enrique Gorriarán, el Comandante Ramón, jefe del Comando del Ejército Revolucionario del Pueblo Argentino (ERP) que en intrépido y audaz operativo, había ajusticiado sólo unos meses atrás, el 17 de Septiembre de l980 en Asunción, Paraguay, al dictador Anastasio Somoza. Sorprendido, Tomás respondió, “eso nada más puede cumplimentarlo Renán”, quien a unos escasos pasos era testigo de la casi conspirativa conversación, entonces lo miré interrogativamente, y él, aludido, intentó una furtiva sonrisa, que casi no le salió, entre otras cosas, porque no sabía reírse. Continuamos en lo nuestro, saludando y conversando con todos los presentes y oyendo música del organillo, instrumento musical igual al que tanto abunda en nuestras provincias orientales, y de unos mariachis traídos por Tomás para la ocasión, sabiendo de mi preferencia por esa música. Aquello llegaba a su fin, cuando en el portón principal de la casona de arquitectura colonial, reapareció Renán acompañado de un hombre alto, fornido de piel muy blanca y casi calvo, de incipiente barba y literalmente aferrado a un maletín (de esos denominados popularmente como “maricona”).
El bullicio reinante en toda fiesta de despedida cesó drástica y masivamente, las miradas coincidieron sobre los recién llegados. Casi no podía creerlo, ese hombre estaba aún clandestino y muy buscado por los agentes de Strossner (otro engendro asesino que había dado refugio a Tachito en Paraguay) dado que fue quien dirigió y llevó a vías de hecho el heroico atentado cuyo plan fue organizado, entre otros, por el propio Renán. Ambos fuimos al anhelado encuentro y nos fundimos en un fuerte abrazo ante la mirada atónita de los presentes.
Consciente como estaba de que allí no cabían fotos para el recuerdo, me entretuve formulándole cantidad de preguntas al recién llegado, quien a regañadientes accedió a mostrarme lo que con tanto celo protegía entre sus brazos, aunque me lo imaginaba, no pensé que fuera para tanto, dos granadas personales de piña norteamericanas y una pistola de ráfaga checa Escorpión, constituían el pequeño arsenal, celosamente resguardado por quien poco antes, había demostrado disposición a utilizarlos, a base de sus timbales, con barridos, al descubierto, de ráfagas de AKM y Galyl, en las calles de Asunción, para apoyar la retirada de otro gigante que murió asesinado, poco después de la acción, Hugo Alfredo Irurzún, el Capitán Santiago, autor del mortal bazookazo, aquel justiciero miércoles 17, de solo tres meses atrás. Cuál no sería mi nueva emoción, cuando, portando una cámara Minox, utilizada en ese entonces fundamentalmente por los espías, volvió aparecer Renán y tomó muy pocas fotos, dejando constancia gráfica, para mi personal historia y orgullo revolucionario, sólo mostrada a madre, hijas y nieta, después de muchísimos años transcurridos y posterior a que un gobierno popular, liberara al argentino Gorriarán de prisión por ejecutar otra osadía, la de haber asaltado en su país de origen, la guarnición militar de La Tablada, en pleno corazón de Buenos Aires, lo que implicó cumpliera varios años de prisión. Con aquella peculiar actuación y atención para conmigo, nada común en él, el Coronel cubano de Tropas Especiales y también Comandante de Brigada Sandinista, Renán Montero Corrales, como todos le llamábamos, dejó forjada en mí, aparte del respeto y admiración por sus antecedentes que siempre le profesamos, una imperecedera amistad, agradecimiento y reconocimiento hacia su persona que perdura hasta nuestros días.
(*) Periodista de Prensa Latina y escritor.