Cuba

De letras a acciones violentas


Por Daylén Vega Muguercia.

Desde hace unas horas, el algoritmo se las ingenia para mostrarme publicaciones sobre los más recientes acontecimientos en el ámbito reguetonero en Cuba. En las redes sociales se ha viralizado un video en el que se ve a un empleado de seguridad agredir violentamente a una joven que se sube al escenario en un concierto de Oniel Bebeshito en Camagüey.

Los hechos acontecieron durante un evento artístico el pasado fin de semana, como parte de un grupo de presentaciones que el cantante del momento se encuentra realizando por algunas zonas del país.

Cuando el intérprete de Marca mango, marca mandarina se encontraba en el escenario, una joven se abalanzó sobre él con la presunta intención de abrazarlo, siendo detenida por el personal de seguridad que se dispuso a retirarla del área. Hasta ahí, todo pudiera parecer una normal y justificada acción; pero de pronto, uno de los agentes de seguridad, de robusta complexión, agredió con extrema violencia a la menuda muchacha que, resalto, ya había sido neutralizada.

En el video se aprecia con total claridad, como la toma fuertemente del cabello, le aplica una maniobra y la lanza coléricamente desde la altura del escenario, ante el asombro de algunos presentes; mientras que otros y otras gritaban frenéticos que la sacaran de allí y que continuara el espectáculo; como si la violencia no importara, como si esa joven no fuera una persona que merece respeto, como si la diversión justificara el abuso.

Me indigna la acción en sí, la violencia desmedida, el apañamiento, el desinterés por el semejante, la falta de empatía. La ausencia de sororidad más que evidente en los gritos de mujeres clamando por escarmiento para otra mujer. Y mientras escuchaba sus gritos, pensaba en Ana Betancourt, esa mujer irreverente y patriota, que, en esa misma tierra camagüeyana, alzó su voz por los derechos de las mujeres, convirtiéndose en un referente de la defensa de la emancipación femenina, tanto en Cuba como en Latinoamérica.

Un asunto es el deber y otro el atropello. ¿Cuándo se naturalizó la violencia de género? ¿Puede un pullover con las letras SEGURIDAD dar carta blanca para que se cometa una injusticia? ¿Tienen los contenidos de las canciones de música urbana responsabilidad en la indiferencia ante la violencia?

Nuestra sociedad se desgasta ante la pérdida de valores, en medio de un éxodo significativo que repercute en la cotidianidad educativa, productiva y de desarrollo de la nación, que también batalla contra la feroz penetración cultural y la industria del entretenimiento que somete incluso, al ejercicio del pensamiento. Aun así, no podemos pasar de largo ante hechos como este, ni esquivar la mirada.

Si bien las letras de las canciones de la música urbana no son causales de la violencia; para nadie es un secreto que muchas temáticas de sus composiciones exaltan el abuso a la mujer, la cosifican, la menosprecian, la reducen a elemento sexual; y esto, unido a otras variables sociodemográficas, culturales y educativas, se vuelve una potente influencia de transmisión de valores a la juventud que es el principal público de ese género musical.

Incluso, vemos como nuestros jóvenes llegan a cuestionar los valores transmitidos por la familia y el sistema educativo. Corean las líricas que ponderan las relaciones tóxicas y glorifican las expresiones violentas. Un estudio reciente realizado en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua aborda las repercusiones psicosociales que afectan a los estudiantes que escuchan el género musical trap y señala que presentan “cambios de comportamiento inadecuados de igual forma en la manera en que se expresan, que tienen un lenguaje inapropiado y que los cantantes de este género musical están imponiendo moda, antivalores y perdida de cultura.

Este texto no es un ataque al género, ni siquiera al artista, pero sí un llamado de atención a la sociedad, a las autoridades responsables, al personal de seguridad, al equipo de producción, al personal de cultura de la provincia, a todos y cada uno de nosotros que habitamos este archipiélago. Nada justifica la violencia. Nadie tiene el derecho de ejercer la fuerza bruta contra otra persona, además, en clara posición de desventaja.

Tenemos responsabilidad como consumidores, como padres, como sociedad en general, sobre lo que nuestros hijos escuchan y dónde lo escuchan, porque tristemente estamos siendo testigos de cómo se pasa de letras a acciones violentas.

Fuente: Cubadebate

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