Internacionales

El origen de la política oficial (I)

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

El programa de acción encubierta contra régimen de Castro, engendró subversivo concebido y aprobado por la administración republicana de David D. Eisenhower en Estados Unidos cumplirá 65 años el 17 de marzo y no ha perdido vigencia. Ordenó, organizó y dicto un vasto entramado de acciones coercitivas unilaterales contra Cuba, el cual bajo la égida de la CIA y la participación de todas las agencias integrantes de la Comunidad de Inteligencia encauso los esfuerzos estadounidenses por derrocar a la joven Revolución cubana.

En su ejecutoria ha tenido múltiples fracasos, remiendos, añadidos, reajustes, pero la obsesión de su finalidad está intacta, su enunciado fue claro: “Este documento es nuestra política básica. Fue aprobado por el presidente en una reunión en la Casa Blanca el 17 de marzo de 1960”.

Un día antes, el 16 de marzo una lectura analizada dio fin a semanas de intenso debate, todos los participantes, quería dejar su impronta. Tormentas de ideas, reducciones de listado, contradicciones, opiniones encontradas, pasión en  el empeño, brotó lo real y lo peor de los políticos de la época, inspirados en la indicación del vicepresidente Ricard Nixon, de borrar de la faz de América Latina el “mal ejemplo” de Fidel Castro Ruz, líder cubano, quebrantador, por primera vez, de la hegemonía histórica de Estados Unidos.

El texto, contrario a la costumbre estadounidense de escribir en términos breves y confusos, fue prolijo en detalles que no dejaban dudas. Así se presentaba: “El objetivo del programa aquí expuesto es lograr el reemplazo del régimen de Castro con uno más dedicado a los intereses verdaderos del pueblo cubano y que sea más aceptable a los Estados Unidos, pero hacerlo en forma tal que se evite cualquier apariencia de intervención de los Estados Unidos. Esencialmente el método para lograr este fin será inducir, apoyar y hasta donde sea posible la acción directa, tanto dentro como fuera de Cuba, por grupos de cubanos seleccionados de un tipo que pudiera esperarse que ellos hagan las cosas por su propia iniciativa”. Nada más alejado de la realidad, la participación estadounidense siempre fue diáfana, perceptible en todas las manifestaciones de las acciones que se generaron en los siguientes años.

Cientos de miles de millones de dólares fueron dirigidos a los fines indicados, se inyectaron a Florida, donde se instaló un emporio de subversión enorme en hombres y medios. Una estación de la CIA, supuestamente creada como agencia para operar en el exterior, seleccionó y envió a decenas de agentes de experiencia y reclutó dentro de la emigración cubana a miles de hombres y mujeres en una estructura, que contó con un esqueleto administrativo robusto.

La llamada J.M. Wave, asumió la conducción de un colosal plan desestabilizador contra una diminuta isla, dependiente entonces de sus asideros estadounidenses, que la mantenían cautiva en lo económico.

La ciudad de Miami y sus colindantes creció con la introducción de recursos, de otros Estados, se reubicaron empresas que proporcionaban los insumos diversos a las crecientes demandas logísticas de la llamada Unidad Operativa de la CIA en esa ciudad, por casi una década operó. Se encubrió en espacios universitarios para intentar pasar inadvertida.

Se esperaba y deseaba, más que eso, se soñaba, que el infalible plan generara una crisis en el territorio cubano, explosiva que acelerara los acontecimientos. Como el diseño tomó referencia del “éxito” obtenido en Guatemala, cuando se derrocó a Jacobo Árbenz, experimentados y entusiastas conjurados de esa época aseguraban que se podría repetir las condiciones y obtener el mismo resultado. Para ello se prepararon, el embullo contagió y contaminó la realidad: “Como una crisis inevitablemente implica que una drástica acción en o hacia Cuba pueda ser provocada por circunstancias fuera del control de los Estados Unidos, antes que el programa de acción encubierta haya cumplido su objetivo, se hará todo lo posible por llevarlo en forma tal que mejore la capacidad de los Estados Unidos para actuar en una crisis”.

Obnubilados más por quimeras que, por análisis objetivos, el programa contempló cuatro grandes cursos de acción: “El primer requisito es la creación de una oposición cubana al régimen de Castro, unificada, responsable y llamativa, públicamente declarada como tal y, por consiguiente, ubicada fuera de Cuba. Se espera que dentro de un mes se pueda formar una entidad política en forma de Consejo o de Junta, mediante la unión de tres grupos aceptables de oposición con los cuales ya la Agencia Central de Inteligencia está en contacto”. Tampoco se logró la cohesión esperada de partidos tradicionales, organizaciones diversas, sobre todo aquellos que no querían un diseño batistiano sin Fulgencio Batista, los conspiradores no imaginaron las discordias, las apetencias de poder, las dilatadas discusiones sobre el hipotético reparto del pastel, una vez derrocada la Revolución, un arcoíris de tendencias y exigencias, hasta algunos lunáticos que soñaban con derrocar al Gobierno cubano sin la participación de los “americanos”. Los gestores tomaron las riendas, al concluir que nada de unidad de pensamiento ni acción lograrían, escribieron un guion y se los dieron a memorizar a los seleccionados, para dar la cara política pública de la intervención, hasta qué decir se incluyó en los bocadillos dramatúrgicos: “Se alentará que el Consejo utilice como su consigna “Restaurar la Revolución”, desarrollar una posición política consistente con esa consigna y presentarse al pueblo de Cuba como una atractiva alternativa política a Castro. Esta oposición vocal: servirá como un magneto para las lealtades de los cubanos; en realidad conducirá y dirigirá varias actividades de oposición; y ofrecerá cobertura para otras operaciones controladas por la CIA”.

Si bien, la CIA fue la promotora, no toda esa agencia actuó de manera mancomunada, se ignoraron opiniones que aportaban bifurcaciones a lo tramado, por ejemplo en una reunión del 9 de marzo de 1960, del grupo ejecutivo WH-4, dedicado a enfrentar a lo que acontecía en Cuba de manera acelerada, el coronel J.C. King, expresó que sus análisis arrojaban que el 70 % de la población cubana apoyaba a la Revolución y que solo la eliminación física de una vez, de los líderes cubanos Fidel Castro, su hermano Raúl y el Che Guevara, era la solución, en caso contrario el enfrentamiento sería muy prolongado. Esa visión de futuro, del militar, se ha validado, pero entonces nadie escuchaba, una boyera rígida lo impedía.

Contra la conclusión de J.C. King, se diseñaron opciones, como si fuera posible erosionar las bases de apoyo a la Revolución en breve tiempo: “Para que la oposición se pueda escuchar y las bases de apoyo popular de Castro sean socavadas, es necesario desarrollar los medios de comunicación masiva hacia el pueblo de Cuba para que se pueda iniciar una poderosa ofensiva de propaganda a nombre de la declarada oposición”. Es similar a lo que acontece seis décadas y media después, por medio de las redes sociales, que intentan permear la unidad en la Isla y socavar el apoyo, como resultado de la delicada situación, que impera en la Isla. Continuará…

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto de portada: Columbia University.

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