Otro 11 de julio…
A propósito del 11/7 en Cuba, nos atrevemos a proponerles algo…
¿Qué les parece si cuando se hable de esa fecha, sea para recordar y contar historias como esta… ?
Domingo 11 de julio de 1971 vuelo 740 de Cubana de Aviación 14:15 horas.
Reinaldo Naranjo, administrador del aeropuerto de Cienfuegos, regresaba de una reunión de trabajo en la Capital, viajaba junto a 46 pasajeros, en el AN-24 CUT-878 que cubría la ruta Habana – Cienfuegos.
Entre los pasajeros, Miriam Almaguer Sabina, 21 años de edad, con su hijo de tres años y con cinco meses de embarazo. Además, de otros diez menores, algunas parejas en luna de miel para el hotel Jagua, muchas mujeres y algunas personas de edad avanzada.
La aeronave sobrevolaba la Ciénaga de Zapata. Naranjo ocupaba uno de los asientos del fondo. Cerca, el teniente José Fernández Santos, jefe de custodios de vuelo en el aeropuerto de Rancho Boyeros, que iba a visitar a su familia en Cienfuegos, ayudaba a la aeromoza a preparar refrigerios para los pasajeros, en el local situado casi en la cola del avión.
La aeromoza, Dania Valdés Martínez, comienza a repartir café y refrescos para los mayores y compotas y caramelos para los niños. Cuando termina, regresa por el pasillo recogiendo tazas y vasos en una bandeja.
Frente a la joven Miriam, dos jóvenes con malas intenciones, el que se sentaba al lado del pasillo se levanta para entregar su vasija. Dania sube la bandeja y le pide que se siente, pero el individuo permanece de pie y trata de agarrarla por el cuello; ella se defiende con la bandeja, lo golpea y forcejea, no se deja conducir hacia la cabina de los pilotos, como pretendía su atacante.
El agresor, siempre tratando de sujetar a la azafata, le grita a los pasajeros:
«Tírense todos al suelo, esto va para Miami… “
Sale entonces el teniente Fernández desde la parte posterior de la nave aérea, preguntando qué pasa, y cuando se percata de lo sucedido extrae su arma y conmina al secuestrador a soltar a la aeromoza, y en un momento en que ésta logra separarse un tanto, el militar dispara y hiere al hombre en un brazo.
«Que nadie salga al pasillo, grita ahora Fernández, al que salga le disparo, porque yo no sé quienes son los cómplices”.
Entonces el secuestrador que aún agarra a la aeromoza, le grita al otro que estaba sentado a su lado y que ha permanecido como indeciso: ¡Tira la granada! ¡Tírala, que estamos perdidos…!
Y aquel obedece. Lanza con fuerza el artefacto explosivo hacia la cola del avión y rueda por el pasillo hacia el compartimiento de carga. En ese momento y sin pensarlo dos veces, se le interpone Reinaldo Naranjo, que está de pie al fondo, el joven de apenas 28 años se abalanzó sobre el explosivo y lo oprimió fuertemente contra su pecho y abdomen, para atenuar los efectos de la onda expansiva sobre la nave.
Se produce una explosión terrible, olor a pólvora y a sangre generosa. Su acción evita que las esquirlas de la fragmentación y la expansión causen severos daños al aparato y lo hagan caer desde 11 mil pies de altura.
La detonación hace sentir al piloto un fuerte impacto en los pedales y piensa que se habían partido los controles. Pero el avión responde y comienza a descender. Reciben órdenes de regresar a La Habana y aterrizar en Rancho Boyeros. El teniente Fernández está mal herido. Esquirlas de la granada penetran en su cuerpo causándole lesiones internas, particularmente en el hígado, y la onda expansiva lo lanza y se le fractura una pierna.
En un esfuerzo sobrehumano, logra recuperarse y sentado en el suelo, sangrando copiosamente, pistola en mano mantiene a raya a los atacantes que sabiéndose perdidos, no han vacilado en querer llevar a todos a la muerte. Los secuestradores quieren entonces utilizar a un pasajero como rehén para poder acercarse al militar y quitarle su arma.
Agarran por el pelo a una muchacha cienfueguera, que entonces laboraba en la Biblioteca Provincial, de nombre Andrea Muñoz Vázquez, que se defiende ferozmente, increpa duramente a los asaltantes, los enfrenta con valentía y tampoco la pueden someter. No permitió ser usada como escudo humano para que los canallas lleguen hasta el combatiente herido.
Por su parte, los pilotos Diómedes Matos y Reniel Díaz, guiados por el custodio que bloqueando la puerta, impide que nadie penetre al compartimento de mando, maniobran de tal manera el aparato, que cada vez que los secuestradores tratan de aproximarse a Fernández, les hacen perder el equilibrio. El escolta gravemente herido, se asegura que el piloto pueda desempeñarse en esos críticos momentos. Así va transcurriendo el tiempo tensamente.
Al fin comienzan a descender en La Habana. Antes de detenerse completamente en la pista, bajo un aguacero fortísimo, aún durante el taxeo del avión, los fallidos secuestradores se lanzan por la puerta trasera que han abierto. Con sus últimas fuerzas, y creyendo que están en Miami, el teniente Fernández dispara sobre los agresores que van en fuga y acierta a uno.
Ambos caen en manos de agentes de nuestra Seguridad del Estado, que los reducen de inmediato. Se suman más compañeros quienes ayudan a los pasajeros, atienden al herido que se ha desmayado, y recogen el cadáver destrozado del HÉROE de la fatídica jornada.
Muchos fueron los autores de actos heroicos dentro de la aeronave pero, Reinaldo Naranjo Leiva, fue más que generoso: fue altruista.
En juicio se determinó la culpabilidad de los dos autores directos, Nelson Rodríguez Leyva y Ángel López Rabí, ambos reclutas y quiénes recibieron la pena capital; así como de otros dos implicados, otro recluta de una unidad de tanques, Jesús Castro Villalonga, quien desistió de sumarse al plan a última hora y quien facilitó las granadas. Las investigaciones arrojaron un cuarto implicado, un empresario extranjero que tenía relaciones con ellos, quien manipuló la mente de los secuestradores de varias maneras, sugiriendo ideas e incitándolos al secuestro. El primero sancionado a 30 años de prisión y este último, a veinte años.
Fernández salvó su vida, pero falleció joven unos años después, a causa de las secuelas de una de aquellas heridas en el hígado. Y los cienfuegueros despidieron emocionados en el cementerio Tomás Acea al HOMBRE, al HÉROE, al MÁRTIR, que a cambio de la suya, salvó la vida de 47 compatriotas.
Y esa es la historia… una de tantas, y de la cual se habla mucho menos de lo que se debiera.
Agradecemos a los amigos del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE – DGI).
Tomado del perfil de Facebook de Ale JC Boyeros Comunicación

