Sara Rosenberg: «escribir es un modo de luchar contra todo intento de deshumanización»
Con la sensibilidad de quien busca zurcir las cicatrices del tiempo y de las distancias entre ese Tucumán del que se vio obligada a marchar y este presente madridista, Sara Rosenberg teje su universo de palabras. Con el recuerdo siempre presente del olor de la tierra y de la caña y de esa cadencia de nuestra habla; una música familiar que la acompaña desde la infancia, pero que se ha ido tiñendo con las diversas entonaciones del exilio. Con la experiencia de quien ha sobrevivido a la cárcel y al terror de la dictadura y con la profundidad de una mirada a la que no le es ajena ni la guerra, ni el dolor, ni la deshumanización de este momento histórico signado por la violencia y la falacia. Con la literatura como modo de vida y de lucha, la escritora se planta ante el mundo: “La indiferencia y la abulia son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes”.
La editorial local Libros Tucumán Ediciones ha editado recientemente dos obras de la escritora tucumana: “Un hilo rojo”, una novela donde aborda las ausencias que ha dejado la última dictadura cívico-militar argentina. Y “Durmientes”, que recrea un viaje poético en tren hacia su Tucumán natal, el lugar del que fue obligada a irse y al que parece condenada a volver. Desde Madrid, la autora habla con eltucumano.com y arroja su mirada sensible y humana sobre su literatura, su provincia y el mundo actual. Una mirada incisiva que no esquiva ningún tema: el presente político de Argentina, la avanzada fascista en Europa y el genocidio que lleva adelante el Estado de Israel en Gaza.
-¿Cuál es la importancia de la reedición de un libro como “Un hilo rojo” en el actual contexto político de la Argentina?
-En cuanto al contexto político actual, debería empezar por decir que nací poco antes de una dictadura (1955), crecí en una dictadura (1966-1973) y me exilié a causa de una dictadura (1976-1982), que son de alguna manera los antecedentes de lo que hoy estamos viviendo en Argentina con esta falsa y extraña “democracia” que prolonga maquillada el mismo programa político y económico criminal de tantas décadas. La historia, nuestra historia, es parte de este proceso con sus avances y retrocesos, pero ahora el retroceso es brutal.
El hambre está ahí, la injusticia y la explotación están ahí, está ahí la misma clase dominante que saquea el trabajo, la vida y la posible felicidad de las mayorías. Por decirlo sintéticamente: el capitalismo es un sistema que nació bañado en sangre y también está muriendo bañado en sangre.
Escribí “Un hilo rojo” durante los años de exilio casi como un diario y en los 90, mientras vivía en Madrid, lo terminé. Tardó en publicarse y recién lo hizo en 1998. Intenté publicarlo antes en Argentina, pero no hubo suerte, me dijeron que el tema en ese momento no les interesaba. Me alegra mucho que se reedite en Argentina porque creo que siempre que escribimos hay un lector al que nos dirigimos y al que casi sin darnos cuenta le hablamos o susurramos más íntimamente, que es aquel que suponemos que ha vivido más o menos las mismas cosas que nosotros y que, por lo tanto, puede tener una visión crítica que me interesa mucho.
Es un libro que construye un fresco, una polifonía sobre una época –el terrorismo de Estado- que en Argentina marca un antes y un después. La protagonista ausente es una ausencia reconstruida por y desde la Memoria, un tema que en Argentina es, ha sido y será crucial. En este sentido, la reedición de Un hilo rojo, no solo me alegra sino que espero que sea útil para no olvidar y para ir construyendo entre todos la otra “cultura”, alejada de las pautas férreas del mercado y del discurso oficial.
-Como alguien que ha sufrido en carne propia la dictadura, cuál es tu mirada respecto a los procesos de Memoria, Verdad y Justicia y por qué crees que se ha producido el avance del negacionismo al que asistimos en los últimos tiempos.
-Como decía, el tema de Memoria, Verdad y Justicia es crucial, porque la historia está ahí, los hechos y los datos históricos son contundentes. Y, como decimos siempre, la verdad es revolucionaria.
Los treinta mil desaparecidos, los diez mil muertos, los exiliados, el hambre, la entrega del país al FMI y al saqueo imperialista, son el resultado de un proyecto que necesitaba aniquilar a todos aquellos que resistían las políticas de destrucción del país y es lo que hicieron. Son luchas de clase que no se pueden negar, ni antes ni ahora. Como nos decía Rodolfo Walsh: la clase oligárquica/burguesa pretende borrar nuestra historia, nuestros mártires y nuestros héroes, para que siempre estemos empezando desde cero.
La lucha y la memoria infatigable de las Madres de Plaza de Mayo y de todo nuestro pueblo nos permitió rehacernos/renacernos y avanzar después de un tiempo tan siniestro y oscuro; el tiempo del terror que pretendió imponer el silencio y complicidad. Los juicios a los genocidas (aunque parciales) son una victoria, queda mucho por delante, pero ese eje sigue siendo fundamental. Por eso también decimos, ni olvido ni perdón, juicio y castigo.
Y esto vale también a escala internacional, en relación a las guerras y los genocidios en curso, que han adquirido además una visibilidad a ritmo de redes y cliks. En Gaza hay un genocidio retransmitido minuto a minuto, los ojos no alcanzan para llorar ni el alma alcanza para tanta cólera y tanta impotencia y aunque salimos a las calles a protestar día tras día, es insuficiente.
Suelo pensar que la vida siempre vence a la muerte en la medida en que el olvido no nos arrase, que es lo que pretenden hacer con el “negacionismo”, que es sólo la propaganda que necesitan para mantener la dominación y la miseria, el sometimiento, el miedo y, sobre todo, el espíritu de derrota; el “no hay salida”. Claro que hay salida, pero nos necesitan mansos y anestesiados en la sociedad de consumo del capitalismo terminal. Yo lo llamo el capitalismo de la máxima crueldad porque sólo produce y consume muerte y más muerte.
Estos procesos de conciencia se dan a escala internacional, la tergiversación de la historia, la propaganda y la barbarie han hecho que hoy me encuentre con jóvenes que creen que Estados Unidos (o John Wayne y Superman) venció a los nazis en la segunda guerra mundial y no sepan ni siquiera que fueron el Ejército Rojo y los veintisiete millones de soviéticos que dieron su vida los que derrotaron a Hitler y sus aliados.
Es un tema largo, el borramiento de la Memoria y la tergiversación de la historia son armas muy eficaces para dividir, desmovilizar, eliminar el horizonte político y la esperanza en la transformación del mundo.
Los medios y los laboratorios de desinformación del gran capital trabajan eficazmente contra el conocimiento y a favor de la barbarie, un ser humano que conoce su historia y entiende las causas de los sucesos no es manipulable. Necesitan la ignorancia, la confusión y la distracción. Es un tema nuclear para el desarrollo de las fuerzas fascistas y nazis y esto también es histórico.
-En Durmientes recuperás la memoria de tus viajes en tren a Tucumán y el libro está dedicado a los trabajadores del ferrocarril de Tafí Viejo ¿Cuál crees que es la importancia social y cultural del tren en la provincia?
-Como digo en mi libro, el tren conectaba a la gente de un país inmenso que fue poco a poco cercado y privado, no solo de transporte sino de sus fuentes de trabajo y de desarrollo. Recuerdo perfectamente el cierre de los ingenios durante la dictadura de Onganía, la condena de miles de trabajadores a la emigración, el crecimiento de las villas miserias al borde de la ciudad, el hambre y también recuerdo la importancia del tren para los “trabajadores golondrinas” que lo usaban para ir a otras cosechas y trabajos cuando terminaba la zafra.
A través del ferrocarril pude medir el grado, la profundidad del saqueo de lo público, la pérdida de los derechos sociales y políticos en función de entregar todo a las empresas privadas para desmontar y beneficiar así a unos pocos.
Los monopolios yanquis no necesitaban del tren de pasajeros, un servicio barato en relación al transporte por carretera que se impuso. Pero necesitaban y necesitan el tren de carga para llevar al puerto minerales y otros productos, no importan las miles de personas que antes viajaban de Tucumán a Buenos aires en quince horas, cuando ahora –y cuando el tren funciona- tardan más de treinta horas porque los trenes de carga tienen prioridad y las vías se han privatizado.
Podría haber tomado como tema otras industrias desmontadas, pero el tren para mí además tenía que ver con mis primeros viajes de infancia y con el hecho de que conozco muy bien Tafí Viejo y todo el doloroso proceso que vivieron los trabajadores del ferrocarril. Los escuché, compartimos historias y les agradezco mucho, pude filmar y grabar un documental sobre los tres viajes que hice en lo que era el antiguo “Estrella del Norte” y además escribí este libro, Durmientes, que les dedico.
Para mí no fue solo un viaje en el espacio, sino en el tiempo. Pude medir y confrontar lo que recordaba con lo que ahora existe –o no existe- y esa ha sido mi manera de volver, de reconocer, de seguir apostando por lo que me conmueve y por lo que necesito ayudar a transformar.
–Durmientes es un libro de viaje, pero también de exilio ¿Cómo mirás hoy Tucumán a la distancia? ¿Qué cosas extrañás de la provincia? ¿El regreso es un anhelo, una utopía o una imposibilidad?
-Es posible que casi todos mis libros sean libros de viaje, porque creo que casi todos lo son, más allá del género. ¿O acaso El Quijote, por ejemplo, no es un largo viaje? ¿O Pedro Páramo? A veces el viaje es hacia lo desconocido, otras veces son regresos imposibles que rehacen los mapas de la memoria.
Quizás “Durmientes” sea un viaje desde el exilio de tantos años hasta el lugar que deseaba, donde nací y crecí. Una manera de regresar a lo que una ama. A la infancia y a la adolescencia que se interrumpió tan súbitamente. Me fui -o me fueron- de Tucumán a los diecinueve años, para iniciar el viaje por las prisiones del país, primero Villa Devoto, después Rawson.
Te reirás si digo que extraño todo, pero especialmente las grandes tormentas de verano y el olor de la tierra, los arboles vestidos, la selva. Extraño el olor de la caña de azúcar, nuestra manera de hablar, a mis amigos de adolescencia ya no puedo extrañarlos porque como dice la canción de la Cigarra he aprendido a cantar al sol después de un año bajo la tierra y los llevo dentro para siempre. Viajan conmigo.
Volví muchas veces a Tucumán, son viajes que están en otro libro todavía inédito que se llama “Sales de plata”, porque crecí en la casa de mi abuela fotógrafa en la calle Congreso, al lado de la casa histórica. Es un libro que trata de los espacios de la memoria, de las casas en las que habité, del espacio del que tanto hablaba Giordano Bruno como principio ordenador de la memoria.
La portada de “Durmientes” es uno de mis espacios más queridos. La editora, Constanza Toro, tenía esa fotografía y fue una maravilla cuando me la envió y lo reconocí, al pie del cerro, donde pasé tanto tiempo y tan feliz. Por eso lo elegimos. Una siempre vuelve al lugar que ama, sea en un viejo tren destartalado y lento, sea en el pensamiento, la narración, la palabra.
-¿Qué te ha dado y qué te ha quitado la experiencia del exilio? ¿Cuál es la influencia que ejerce sobre tu escritura?
–El exilio es aprender todo de nuevo mientras detrás cae una inmensa nevada que sepulta o trata de sepultar cualquier rastro. Pero una se aferra incluso a la más pequeña huella, no olvida ningún detalle y va transformando el dolor de las perdidas en un viaje de conocimiento, no solo de otras lenguas, sino de experimentar ser la misma, pero otra, y en lugares desconocidos.
Los otros sienten curiosidad y una empieza a narrarse, pero jamás alcanza a explicar todo el pasado ni lo que dejó atrás. Incluso esa narración varía y te va cambiando. Hasta que presentarse o tratar de explicar cansa y entonces ya solo puedes hablar con aquellos que no necesitan que te presentes. Por eso hay momentos de silencio necesario. Tiempo para distanciarse, extrañarse, como propone Bertold Brecht.
El exilio tiene este aspecto y, por otro lado, una vez que te transformas en una errante aparecen otras cosas, sabes que no puedes volver, pasan los años y, poco a poco, sin dejar de luchar por lo que siempre luchaste, vas aprendiendo a sobrevivir en medio de la catástrofe. Mientras estuve exiliada nunca dejé de analizar y de denunciar lo que estaba sucediendo en Argentina y en América Latina durante los años de plomo.
Ya lo dije antes, la vida siempre vence a la muerte. Los duelos son largos, pero la voluntad por fin permite cruzar el puente y seguir andando. Y en ese camino lo que te quitaron empieza a recargarse de otras cosas y de más conocimiento. Continúas la lucha en otras lenguas y con otros acentos, pero es la misma lucha.
Creo que mi lenguaje también está cruzado por esa experiencia, conviví con el exilio latinoamericano en Canadá, en México y en España. Me río al descubrir que hablo y mezclo acentos y modismos del chileno, el colombiano, el cubano, el mexicano, el castellano de aquí, además de francés, inglés y ahora ruso que era la lengua de mis abuelos. El viaje continúa.
Tuve la suerte de sobrevivir a muchas catástrofes y en ese sentido soy fiel a lo que siempre desee: transformar lo recibido como herencia y construir un mundo diferente. Ese empecinamiento es mi salud.
-Como militante de los Derechos Humanos cómo estás viviendo lo que sucede en Gaza. Cuál es tu mirada al respecto y cómo se le hace frente a semejante proceso de deshumanización al que asistimos a diario.
El genocidio en Gaza es un dolor permanente, cada día me pregunto qué más puedo-podemos hacer, cómo detenerlo, cómo no crear costras sucias de indiferencia, cómo humanizarnos sin perder la cordura frente lo que estamos viendo y viviendo emitido por redes y televisión cada minuto. Salimos a la calle a protestar todo el tiempo, pero los gobiernos europeos y estadounidense siguen alimentando la máquina de la muerte y sosteniendo al ente genocida llamado Israel.
Lo que hoy está pasando en Gaza y Cisjordania, y el Líbano y Siria, estaba ya claro en el programa mismo de fundación del estado colonialista de “Israel” en 1948, porque hay que entender –y una vez más es tan importante comprender la historia- que el exterminio que hoy sucede está perfectamente diseñado: Israel se funda sobre estos principios de colonización y masacre del pueblo palestino, tal como han sido las colonizaciones desde 1492, en América: exterminio y apropiación del territorio. No es nada nuevo. Aunque pretendan disfrazarlo con las palabrejas mezquinas de “civilización” o “democracia”. Israel es y ha sido siempre un estado genocida, supremacista, colonialista y ha utilizado el tema del judaísmo y la shoá para justificar el robo y la masacre. Los palestinos la llaman la Nakba-la catástrofe- y empezó antes de 1948. Ahora solo estamos asistiendo al final de este programa criminal.
No hay nada más alejado del judaísmo que el sionismo como ideología y programa político nacionalista, nacido al final del siglo XIX y apoyado por los poderes imperialistas más oscuros de Inglaterra y Europa en su necesidad de expansión colonial. Me atrevo a decir que es un proyecto sustentado en la misma ideología del nazismo, más el uso y abuso de la victimización.
Nací en una familia judía, pero he sido y soy profundamente anti sionista. Y como tal me pronuncio y lucho contra el genocidio. Es aterrador lo que está sucediendo. Y hay que detenerlo ya. Creo que sionismo y judaísmo no tienen nada que ver, y que desde el siglo XIX, el sionismo ha utilizado el nacionalismo para crear –bajo las ordenes y el dinero y los intereses ingleses y europeos- un estado siniestro y genocida.
¿Cómo se hace frente?, me preguntas. Luchando cada día en contra del imperialismo -el sionismo/el nazismo- que son aspectos de la misma guerra genocida contra la humanidad. Resistiendo a la guerra imperialista y luchando por la paz. Una paz posible y urgente, una paz con justicia y equidad. Sin olvidar que depende de nuestra voluntad porque estamos justo al borde de nuestra propia extinción como especie. Ese es el tiempo en el que vivimos. Y la lucha continúa. Es el único antídoto contra la deshumanización. Como decía Gramsci, odio a los indiferentes. Creo que vivir quiere decir tomar partido. Quien verdaderamente vive, no puede dejar de ser ciudadano y partisano. La indiferencia y la abulia son parasitismo, son cobardía, no vida. Por eso odio a los indiferentes.
-Desde tu experiencia en Europa cómo crees que se puede combatir la avanzada de los discursos de odio y el neofascismo
-Europa, la decadente Europa, avanza cada día más hacia regímenes autoritarios y fascistas. No es soberana, depende de las decisiones de lo que se llama Unión Europea, subordinada a la gran empresa financiero-militar que solo produce guerras y depende absolutamente de USA que es quien le provee de armas y municiones para “defender sus democracias”.
Europa no ha dejado de obedecer al nazismo. Lo digo a conciencia, los grandes jefes nazis reciclados están y han estado en las cúpulas de poder, en La OTAN, en la NASA, en parlamentos, en todo el tejido nazi que nunca ha dejado de operar, más allá de sus discursos democráticos y de las lágrimas de cocodrilo y de las falsas condenas a la barbarie nazi.
Los capitales están en las mismas manos y no es raro que Von der Layen , Kallas, Rutte, y los mediocres políticos de Europa que dirigen las instituciones europeas, esos que no se cansan de hablar de democracia y seguridad, sean los vástagos directos de los nazis y de las políticas guerreristas en curso. Necesitan la guerra como combustible para llenarse los bolsillos, mientras los pueblos de Europa van perdiendo todos sus derechos sociales básicos. Los presupuestos para el “rearme de Europa” solo sirven para que una elite criminal siga haciendo caja, porque son accionistas de la industria armamentística y financiera. La guerra es un gran negocio.
Esa es la tragedia y tal como sucedió en los 30, esa élite guerrerista siniestra necesita del miedo, necesita el autoritarismo, necesita el fascismo aunque declaren que son “demócratas”. En Alemania están llamando otra vez al servicio militar obligatorio, los presupuestos van a la industria de la guerra y a comprar armas a Estados Unidos, mientras la represión y la violencia contra los pueblos crece.
Es un tema largo, pero solo doy algunas pinceladas. Fascismo y negocio de la guerra van juntos. Para combatirlos hay que tener claro que la vida humana solo es posible con un cambio de sistema que preserve la paz con justicia y equidad. Algo que las elites no quieren porque sería el fin de sus privilegios y su hegemonía. Pero, como dicen los chinos, no se puede ir en contra de la tendencia de la historia ni contra la corriente del río.
El gran salto del desarrollo humano se logrará con el control económico y político y en un estado socialista. Ese es el tránsito, y en eso estamos y es posible.
Una vez más, se trata de Socialismo o barbarie.
-¿Para qué sirve la literatura? ¿Cuál es su rol en un mundo como el actual?
Difícil pregunta. A mí me sirve para vivir, para tener grandes preguntas, para estar despierta. Para ser humana. Escribir es un modo de ver y de vivir, una manera de estar en el mundo y de luchar contra todo intento de deshumanización. Es un derecho humano importante, la voz y el pensamiento, de allí que todas las grandes revoluciones socialistas hayan tenido como prioridad la alfabetización de todos y el desarrollo cultural, científico y técnico.
Por eso creo que la literatura -la cultura y el conocimiento- es un arma cargada de futuro, como decía el gran poeta Celaya refiriéndose a la poesía.
Tomado de El Tucumano

