¡Chinga la Migra! El lenguaje como trinchera en la resistencia migrante en EE. UU.
En el contexto del segundo mandato de Donald Trump, las políticas antimigrantes no sólo se han intensificado, sino que han profundizado su carácter abiertamente ideológico. Hoy, el poder no persigue únicamente cuerpos, sino también las palabras, el lenguaje. Se criminaliza la lengua materna, se censura el idioma desde el hogar y se castiga el derecho a nombrarse desde abajo.
¿Cuántas veces no hemos visto videos de nativos cuestionando y castigando a quienes hablan en lengua de origen? Desde las redadas de ICE hasta las campañas oficiales de “americanización”, lo que se impone es una política sistemática de silenciamiento funcional a los intereses del capital.
Uno de los episodios más emblemáticos de esta ofensiva ocurrió el pasado, 14 de junio, en un partido de los Dodgers contra los Gigantes de San Francisco, en Los Ángeles, donde la cantante Nezza desafió la orden oficial de interpretar el himno nacional en inglés y lo cantó en español, enviando un mensaje claro de apoyo a las comunidades latinas e inmigrantes que residen en Estados Unidos. Este acto simbólico resonó en redes sociales, donde miles de personas lo compartieron como un ejemplo de resistencia cultural y un acto de desobediencia política frente a la narrativa excluyente del gobierno imperialista.
Vygotsky y el lenguaje como herramienta de conciencia
Para comprender la dimensión estructural del ataque al lenguaje en las políticas antimigrantes, es necesario acudir a Lev Vygotsky, psicólogo soviético cuyo trabajo se inscribe dentro del marxismo y que aportó una visión profundamente revolucionaria sobre el desarrollo de la conciencia humana.
A diferencia de las teorías individualistas o capitalistas del aprendizaje como el enfoque por competencias, Vygotsky entendía que el pensamiento surge históricamente, mediado por herramientas culturales y la principal de ellas es el lenguaje. Así, cabe mencionar que los seres humanos no nacemos pensando, sino que aprendemos a pensar en comunidad y lo hacemos a través de las palabras que nos ofrece el mundo social en el que vivimos o, mejor dicho, en la interpretación que le damos con las herramientas disponibles como es el caso de la abstracción de la lengua.
Desde esta perspectiva, el lenguaje no es un simple medio para expresar ideas ya formadas, sino el andamiaje sobre el que se construye la conciencia; por lo que, aprender a hablar no es simplemente adquirir vocabulario, es adquirir una forma de entender el mundo, de organizar la experiencia, de actuar en consecuencia en él.
Y aquí entra el problema político-ideológico, pues si el lenguaje moldea el pensamiento, entonces controlar el lenguaje es controlar la conciencia. Por eso el capital, a través de sus aparatos ideológicos, busca imponer un lenguaje único, despolitizado, adaptado a la lógica del orden imperialista existente, el inglés.
En el caso de las comunidades migrantes, impedirles hablar en su idioma materno no es solo una forma de exclusión cultural, sino una operación estratégica para bloquear el desarrollo de una conciencia colectiva crítica. Porque, amistades, el idioma no es solo comunicación, es memoria histórica, es una forma de interpretar el mundo que nos da la posibilidad de entendernos como sujetos políticos y, por ende, de organizarnos colectivamente.
Cuando una comunidad pierde el derecho a nombrar su realidad en sus propios términos, pierde también una parte de su capacidad para reconocerse como sujeto social, para vincularse desde la experiencia común y para construir horizontes colectivos de transformación; es decir, pierde condiciones materiales y simbólicas para la praxis.
De ahí que el ataque a las lenguas migrantes no sea un asunto administrativo o lingüístico, sino un ataque a la conciencia de clase. Como enseñó Vygotsky, sin lenguaje no hay pensamiento complejo, y sin pensamiento complejo, no hay organización ni revolución.
Por eso el trumpismo ataca la lengua, no es que le teman al idioma como tal, sino a lo que puede despertar cuando esa palabra se convierte en voz organizada, en discurso colectivo, en conciencia política. Porque en cada palabra dicha en la lengua del pueblo, anida la posibilidad de la insurrección.
El Estado, la lengua y la reproducción ideológica
Como advirtieron Marx y Engels, el Estado no es un árbitro neutral ni garante de justicia abstracta, sino que es, en esencia, una herramienta de dominación de clase. Al respecto, el aparato estatal estadounidense, con sus tribunales, sus escuelas monolingües, sus medios anglófonos y su discurso de asimilación forzada, es un dispositivo ideológico al servicio de la burguesía.
La imposición del inglés obligatorio no responde a un ideal de integración, sino a una necesidad de hegemonía. Como explicó Antonio Gramsci, el poder de clase no se sostiene solo con represión, sino con consenso: cuando las ideas de los dominadores se convierten en sentido común, el sometimiento se internaliza como norma.
Por eso el capital necesita silenciar las lenguas de quienes trabajan, luchan y migran. Porque hablar en otra lengua es pensar en otra clave y pensar en otra clave es abrir grietas en el muro del consenso dominante.
La palabra como resistencia, nuestra trinchera: conciencia y organización
Lejos de someterse al silenciamiento, las comunidades migrantes han levantado la voz. En fábricas, aulas, plazas y hogares, el lenguaje se ha transformado en trinchera, baste con ver en las recientes protestas a las personas bailando y cantando “Payaso de rodeo” una canción
típicamente mexicana desde la década de los 90.
Ahora vemos, cada vez más, cómo se organizan asambleas bilingües, en sus panfletos hay leyendas en spanglish, se pintan murales en náhuatl, zapoteco y mixteco, etc. Hablar en la propia lengua también es una forma de insubordinación cotidiana frente al orden capitalista que quiere a nuestras hermanas y hermanos migrantes sumisos y callados.
No es casual que una parte importante de los movimientos migrantes más combativos utilicen el lenguaje como una forma de disputa. No es solo identidad cultural, también es lucha de clases en el terreno de la subjetividad. Como dijo Paulo Freire, nombrar al mundo es el primer paso para transformarlo.
En tiempos donde el discurso liberal reduce todo a «diversidad» y «tolerancia», desde la izquierda tenemos que ser claros: no se trata de celebrar diferencias culturales, sino de denunciar la opresión estructural. La clase trabajadora migrante no solo resiste con huelgas o movilizaciones. También resiste cuando se nombra a sí misma en su propia lengua, cuando se rehúsa a aceptar el lenguaje del patrón, del juez, del policía, del burócrata, negándose también a entregar o acusar a sus amigos, familiares, trabajadores, hermanos migrantes.
Como aprendimos de Vygotsky, sin palabra no hay pensamiento y sin pensamiento no hay conciencia de clase; por lo que, defender el derecho a hablar en la lengua de origen es, asimismo, defender la posibilidad misma de organizarse, de luchar, de imaginar otra sociedad donde no haya miedo a ser quienes somos, sin fronteras, sin humanos ilegales. ¡En un sistema donde el capital impone el silencio y la cacería de brujas delatando a nuestros hermanos migrantes, cada palabra dicha en la lengua del pueblo es un acto de rebeldía! Y en esa grieta que abre la lengua, hagamos que germinen nuestras ideas revolucionarias como el paso libre y sin fronteras, militares a sus cuarteles y contra las políticas antimigratorias de Trump y de todos sus antecesores, sean demócratas o republicanos.
Tomado de La Izquierda Diario

