El Manifiesto Comunista, la fe que no muere
Por Raúl Antonio Capote.
El 21 de febrero de 1848, dos jóvenes filósofos alemanes exiliados, Karl Marx y Friedrich Engels, ayudados por Jenny Von Westphalen, la esposa de Marx, publicaron, en una pequeña imprenta de Bishopsgate, en Londres, la primera edición de un libro que pronto se convirtió en uno de los textos más importantes de la historia: El Manifiesto Comunista.
Por su lenguaje profético, movilizador y profundo, aún galvaniza a quienes lo leen. No importa cuántos años han pasado desde su nacimiento. Quien abre sus páginas no puede escapar al reto de su convocatoria.
En el Congreso de la Liga de los Comunistas, celebrado en Londres, en noviembre de 1847, se había encomendado a Marx y a Engels la elaboración de un programa del Partido, tarea que cumplieron con devoción y eficacia.
El Manifiesto tuvo la virtud de develar el fantasma que recorre el mundo, ese que todavía hace temblar a los explotadores y soñar a los desposeídos, al declarar abiertamente la intención de cambiar al mundo, hundiendo el poder de la burguesía.
Fue un texto clarividente y esperanzador, que presentó a los comunistas como defensores consecuentes de los intereses de los trabajadores, mostró las condiciones desiguales de propiedad y producción en la sociedad, así como la necesidad y posibilidad de cambiarla construyendo un mundo libre, sin clases ni opresores.
Denunció las condiciones precarias de vida y de labor de los trabajadores, la explotación del trabajo infantil y de las mujeres, el enriquecimiento de unos pocos privilegiados, enfrentó la difamación de los opositores al comunismo y llamó a la unidad para vencer.
El anhelo marxista de construir la nueva sociedad comunista, la seguridad de que el proletariado vencerá al capitalismo, aun en las condiciones actuales de su existencia, es una realidad a la que no podemos renunciar. A esa fe basada en la ciencia y en la lucha nos llaman aquellos jóvenes rebeldes desde las páginas del Manifiesto.
Su voz no ha podido ser silenciada, porque se basa, además, en una certeza: los proletarios no tienen nada que perder sino sus cadenas.
Tomado de Granma.