Estados Unidos: Política anticubana y algoritmos musicales
Por Oni Acosta Llerena.
Dentro de los mecanismos de posicionamiento que los diversos factores de la industria del entretenimiento utilizan para sus productos, las nuevas plataformas digitales –controladas por unos pocos, pero con alcance global– son un terreno atractivo para tales acciones. A través de mecanismos de pago, bots generadores de likes/deslikes y el control de datos obtenidos en encuestas, los contenidos para promocionar adquieren una personalización perfecta.
No interesan mucho la calidad ni el mensaje artístico genuino, como tampoco el cuidado meticuloso de una estética de pensamiento que fuera el referente de estos tiempos. La música ha sido un carril muy fértil para ello, induciendo a las audiencias a prácticas de seducción y mercantilismo muy fuertes, con énfasis en el consumo de lo colateral, y no tanto en lo sonoro. Pero más allá de toda esa enrevesada lógica del marketing, hay un hecho que en nuestro caso no es casual, teniendo como trasfondo el tema político, el cual ha sido, y continúa siendo, un negocio.
En los ataques contra Cuba no importa quién sea poseedor de una contundente validez musical; tampoco si tiene o no una discografía sólida, y mucho menos la coherencia asumida en otros tiempos. Ello deriva en el apoyo desmedido a expresiones musicales que solo tienen la finalidad de servir como lanzas contra nuestra cultura.
Por ejemplo, la noticia de próximas presentaciones de la orquesta Formell y los Van Van, en el Lehman Center, en Estados Unidos, ha encendido nuevamente la alarma en algunos sectores radicales que, desde un sentimiento de angustia constante, denostan cada logro de nuestros artistas. Para ello, las redes y su continuo manejo errado de algoritmos nos guían por otras tendencias, obligándonos digitalmente a estar más informados sobre presentaciones en Miami de sitios donde el concepto de teatro y espectáculo tienen otra connotación.
Sucede con el Flamingo Theatre Bar, espacio para 350 capacidades y ciertamente con belleza y atractiva decoración, pero que supera en sugerencias interactivas –para quienes usamos las redes de este lado– a otros teatros incluso con más aforo para nuestros músicos. El citado Lehman Center, por ejemplo, es uno de los más grandes de su tipo (alberga 2 278 butacas) así como también el Lincoln Center, en Nueva York, complejo que también ha recibido a músicos cubanos.
Pero la presencia de nuestros artistas en los grandes espacios culturales y mediáticos en ese país no son sugerencias o tendencias para nuestras redes. Para estar informados al respecto, la búsqueda ha de hacerse contra el propio protocolo generado por quienes diseñan los algoritmos. También se suman varias páginas aparentemente inconexas que promueven solo a artistas sin calidad y pocos seguidores, intentando consolidarlos únicamente con resortes publicitarios basados en escándalos de toda índole; porque acontecimientos musicales ciertamente no son.
Tomado de Granma/ Foto de portada: Ariel Cecilio Lemus.