Cuba, la rebelde
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Someterse es tan fácil, basta quedar inmóvil, existir –que no es lo mismo que ser– y resignarse al destino de las cadenas, al de sumirse en la afrenta y el oprobio.
Someterse es tan fácil como rendirse, pero en Cuba no sabemos de lo uno ni de lo otro; porque cuando unos han sido entreguistas, otros han dicho que no hay decoro sin independencia; porque cuando unos han echado al polvo las armas, otros han puesto la dignidad y hasta la vida frente a las cobardías, y han recordado que cuando no quede más con qué luchar, quedará la vergüenza para hacerlo.
La rebeldía parece ser el sino de la Isla, rebeldía contra el colonialismo, la anexión, los gobiernos títeres y los dictadores, los designios imperialistas, y contra la inhumana lógica del egoísmo mundial.
Una misma rebeldía impulsó al batallador de la manigua, el del escaso alimento y la piel llagada; y también, cuando la República enferma, al luchador de la ciudad, con los pulmones a punto de quebrarse, en medio de la huelga.
Compartieron ese sentimiento de insatisfacción militante el asaltante a Palacio, y el imberbe alzado en la Sierra, y tanto la que transportó bombas bajo la saya como la que saltó tapias y escapó bajo las narices de soldados que no conocían la piedad.
En ese entramado de corajes múltiples, una fecha viene a significar el punto culminante del arrojo nacional. El 26 de julio de 1953, los moncadistas escogieron la estrella que ilumina y mata por sobre el yugo. En ellos se fundió el ejemplo que había sido, el influjo martiano, y se erigió el ejemplo para lo que sería y es.
Cómo no sentir que nos miran los ojos estremecidos de Abel, y el rostro magnánimo en el final de José Luis. Cómo no recordar la entrega definitiva de Mario, de Boris Luis, de Fernando, de Julio… y la persistencia de quienes no cejaron en la promesa de la libertad o el martirio, y encontraron después la muerte, como Ñico, o siguieron peleando aún en la victoria, como, Haydee, Melba, Juan, Ramiro, Raúl, Fidel.
Hechos no de materia sobrenatural, sino de la savia del país, su fulgor, que nos conmueve, es el mismo de hoy, el de un pueblo que hasta la victoria, siempre dice Patria o Muerte.
Rendirse sería traicionar la esencia colectiva, una hecha de sangre, de sueños, de vidas inmoladas.
Por difíciles que sean los tiempos, algo nos impide la sumisión y el desaliento. No es un misterio, sino una condición: la rebeldía. Cuba, la rebelde, es y permanece.
Tomado de Granma/ Foto de portada: Ricardo López Hevia