Internacionales

Níger en el eje del mal

Por Guadi Calvo.

La historia poscolonial africana ha estado plagada de golpes de Estado, la inmensa mayoría de ellos destinados a profundizar los sistemas de dependencia con las viejas metrópolis. Los pocos procesos que aspiraron a un cambio radical en el statu quo establecido por los colonialistas fueron violentamente abortados: Lumumba, Cabral, Sankara, son algunos de los nombres que encabezaron movimientos verdaderamente independentistas y oportunamente fueron ejecutados por Occidente como advertencia para aquéllos que intentaran seguirlos.

A esta honrosa lista podríamos sumar al ghanés Kwame Nkrumah y al sudafricano Nelson Mandela, que si bien no fueron asesinados, pagaron con exilio el primero y décadas de prisión Mandela por su osadía. Aunque quizás el más próximo en el tiempo es el Coronel Muammar Gaddafi, cuyo trágico final no solo terminó con sus sueños panafricanos, sino con una realidad. Su país, el más progresista del continente, desde hace más de una década de su asesinato se debate entre la balcanización con una guerra civil de la que nadie podría aventurar un final a convertirse al mejor estilo de Somalia, en un Estado fallido.

Son justamente estos antecedentes los que obligan a concentrar la atención en la reciente serie de golpes militares que se han producido en Mali, Burkina Faso, Guinea (Conakry) y Níger que quizás puedan aspirar a instalar una nueva oleada progresista en el continente y dar esperanzas a sus 1.400 millones de habitantes, sometidos a la expoliación de sus recursos naturales, al terror integrista y al cambio climático.

Respecto al golpe en Gabón, del pasado día 30 de agosto, hay que dejar en claro que responde a características totalmente diferentes, por lo que es imposible, hasta ahora, asimilarlo a los nombrados anteriormente. Incluso ya se conoció que el presidente derrocado, Ali Bongo, continuador de una estirpe de 56 años de corrupción, ya se encuentra en libertad y pronto pasará a un exilio donde quedará al amparo de sus más de 1.500 millones de dólares.

Sabemos que África se ha convertido en un campo de batalla, de momento comercial, entre China y los Estados Unidos y en menor medida Rusia.

Más allá de esta disputa, el que sigue manteniendo el verdadero poder en el continente es Estados Unidos, que donde no lo hace directamente lo hace vía las viejas potencias coloniales, esencialmente Francia y Reino Unidos, convertidas en apéndices de su voluntad y su estrategia.

En este marco habrá que seguir con atención el derrotero de las cuatro naciones a las que se dio por llamar el “cinturón golpista del Sahel”, las que hasta ahora han operado prácticamente al unísono conformándose, de hecho, en un verdadero bloque regional.

Este fenómeno inédito en el continente está obligando a Francia directamente y al resto de las potencias occidentales que a través de las Naciones Unidas tienen presencia militar en sus territorios, a empezar a retirar los efectivos militares instalados desde hace una década bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo.

Los sectores populares han registrado estas intervenciones como una verdadera fuerza de ocupación, lo que en realidad son, ya que no solo tienen mando independiente sin ningún control de los gobiernos locales, sino que, todo lo contrario, son esas fuerzas las que tenían o tienen injerencia directa sobre los gobiernos africanos.

En esto, fundamentalmente, es donde han estribado las razones para que los cuatro ejércitos que se han rebelado desde el 2020 estén cambiando de cuajo las historias de sus países.

Esta situación no es gratuita y por la que no dejan de pagar altísimo precio en vidas por su osadía. Sólo por referirnos al caso más reciente, mencionaremos el ataque del pasado día 5 de septiembre, donde cerca de 60 hombres de las fuerzas de seguridad burkinesas murieron y decenas resultaron heridos en la comuna de Koumbri en la provincia de Yatenga, al norte del país, en combate con muyahidines pertenecientes a algunas de las khatibas del Dáesh o al-Qaeda que operan en Burkina Faso desde 2015.

Es importante señalar que desde septiembre de 2022, cuando los jóvenes militares encabezados por el capitán Ibrahim Traoré tomaron el poder y se distanciaron de Francia obligando el repliegue de todas las fuerzas de la Operación Sabre, que al igual de la Barkhane en Mali nada habían hecho contra los terroristas, el número de acciones y asesinatos de las bandas wahabita, se han triplicado en comparación con el año y medio anterior, por lo que las autoridades de Uagadugú sospechan que los renovados bríos de los takfiristas se deben al paquete de ayuda que alguna inteligencia “extranjera” está brindando a los terroristas, que en el ataque del lunes también perdieron decenas de combatientes convirtiendo esa batalla en la más importante desde que el capitán Traoré gobierna el país y que, sin duda, no será la última.

Un polvorín llamado Níger

Si bien en los tres golpes anteriores al de Níger, del pasado 26 de julio, cada uno de los nuevos gobiernos implementó medidas de aislamiento contra el poder que Francia mantuvo en cada una de sus excolonias, ninguna ha sido tan radical y urgente como la de los oficiales nigerinos del Consejo Nacional para la Salvaguardia de Nuestra Patria (CNSP), que han exigido a París la retirada de su embajador, Sylvain Itte, a lo que un desatado presidente francés, Emmanuel Macron, en una medida insólita que sólo muestra su falta de voluntad negociadora y desesperación por los tiempos que le llegan, se ha negado a obedecer la disposición soberana del Gobierno del general Abdourahmane Tchiani, líder del CNSP.

Macron ha iniciado una disputa que tensa todavía más las relaciones, ya no sólo con Níger, sino con todas las naciones aliadas entre las que se cuenta Argelia, una potencia regional y un país clave para cualquier armado en el norte de África.

Macron insiste en que Níger no tiene derecho a retirar las credenciales diplomáticas de Itte y, redoblando la apuesta, ha negado la autoridad del CNSP para que decida sobre la presencia de su personal diplomático y los 1.800 efectivos militares destinados esencialmente a proteger sus explotaciones de uranio, ahora acechadas por las nuevas disposiciones de Niamey, que entre otras medidas ha elevado el precio de ese mineral fundamental para Francia, ya que entre el sesenta y setenta por ciento de la energía eléctrica francesa proviene de las centrales nucleares alimentadas en gran parte por el uranio nigerino.

Lo que Macron temió desde un primer momento acaba de suceder, la junta militar dispuso un incremento de 0,8 euros el kilo a doscientos euros el kilo. Lo que sin duda no hará mella en la economía francesa, pero sí será un agravio intolerable además de un pésimo ejemplo para la metrópoli, que usufructúa hasta ahora esa ventaja.

Mientras esto sucede, multitudinarias manifestaciones se están produciendo para qué, cómo ya sucedió en Mali, Burkina Faso y Guinea (Conakri), las fuerzas militares extranjeras abandonen el país.

Por su parte Estados Unidos, que cuenta con la presencia de unos 1.100 hombres del Comando Africano (AFRICOM) distribuidos en tres bases, en especial construidas para operaciones de drones en el marco de la estrategia que pretende, o pretendía, utilizar a Níger como epicentro de sus acciones de contención tanto del avance chino como ruso en el continente, donde el presidente ruso Vladimir Putin, más que por la acción rusa, por la torpeza de Occidente, es considerado un factor de liberación y estabilidad.

El gobierno de Biden sediferenció de Macron, respecto al Gobierno del CNSP, buscando una vía diplomática, lo que no dejó de ser una sorpresa. Washington temía que una intervención militar contra Níger por fuerzas de la CEDEAO (Comunidad Económica de África Occidental) alentada fundamentalmente por Francia y Nigeria desde prácticamente las primeras horas del golpe, fuera una carta de invitación para Rusia, por lo que Washington espera a que el CNSP tome un rumbo definido.

Ante estas nuevas medidas, la expulsión del embajador, el retiro de tropas y fundamentalmente los incrementos en los precios del uranio, el Gobierno nigerino pasó a ser parte del cada vez más numeroso eje del mal.

Tomado de Rebelión.

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