Niños gazatíes: Los dueños de la agonía
Por Dailenis Guerra Pérez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
Dicen que en Gaza, entre el polvo de los escombros las manos de rescatistas intentan recuperar un cuerpo menudo. Saben que no estará completo, una pierna ensangrentada en tela de pantalón rosa advierte que esa niña jamás caminará. Tampoco hablará, no oye, no respira. Los rescatistas impotentes lloran.
Cuentan los testimonios que en el estrecho pasillo de un colegio en Gaza, convertido en refugio, cuatro niñas pasean a otra en una sillita de bebé. “Juegan” a la guerra. Imitan a los hombres que en procesión, transportan los cadáveres a la morgue.
Dicen que en Gaza las manos de los médicos parecen gigantes cuando intentan devolverle la vida al cuerpo de un bebé, mientras en la calle una madre mece de lado a lado a su hijito moribundo, gime desde lo más profundo de sus entrañas y ruega: “Por favor, déjalo en mis brazos”.
Cuentan que en Gaza vieron a una niña jurar que un bulto envuelto en tela blanca era el de su madre. Reconoció su cabello y desconsolada le pedía a aquella carne inmóvil: “Por favor mamá, dime que estás viva”.
En Gaza un solo hombre baja de la ambulancia de la Media Luna Roja. Desciende por la parte trasera cargando un cuerpo lánguido, paliducho, rojizo. Baja una, dos, ¡cien veces! con almas deshechas y menudas.
Desde Gaza se cita el ejemplo de la hija de cuatro años de un miembro del personal de UNICEF, que ha empezado a autolesionarse debido al estrés y el miedo diarios, mientras que su madre dijo a sus colegas: “No puedo permitirme el lujo de pensar en la salud mental de mis hijos, primero necesito mantenerlos con vida”.
Mientras el conflicto se intensifica, en la Franja ningún lugar es seguro. Casi 3450 niños han muerto en tres semanas. Según un informe de Save the Children esa cifra supera el número de los infantes asesinados anualmente en todas las zonas de conflicto del mundo desde 2019.
Gaza se ha convertido en un cementerio de infantes. James Elder, portavoz del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), declaró el martes en Ginebra que es “insoportable” imaginar la desesperación bajo los escombros, sentir que se les va la vida mientras es imposible rescatarlos. Hay aproximadamente mil niños desaparecidos o enterrados bajo las cenizas.
“Si tuviéramos un alto al fuego de 72 horas, esto significaría que 1000 niños volverían a estar a salvo por esta vez”, afirmó Elder, quien alertó otras amenazas que van más allá de las bombas y los morteros.
“Las muertes infantiles por deshidratación son “una amenaza creciente” en el enclave, ya que la producción de agua de Gaza se sitúa en el 5% del volumen necesario debido a que las plantas desalinizadoras no funcionan, están dañadas o carecen de combustible”, añadió.
Cuando por fin cesen los combates, los costes para los niños “se dejarán sentir durante décadas”, afirmó, debido a los terribles traumas a los que se enfrentan los supervivientes.
Los niños de Palestina dejan de ser niños. Desde hace unas pocas semanas han tenido que identificar los cadáveres de sus padres, de sus hermanos y familiares.
Los niños tienen que estar solos en un hospital, desprotegidos, temiendo a los desconocidos y a los muertos que a su alrededor habitan. Se han quedado sin familia, sin hogares.
Con resignación reconocen la carnicería humana. Han visto a cientos de personas morir desangradas y en condiciones que un adulto no es capaz de soportar.
Los menores en Gaza han aceptado tatuarse sus identificaciones para que resulte más fácil identificar sus cadáveres.
El número de niños palestinos que reportan angustia emocional aumentó del 55%, en 2018, al 80% durante el pasado año, según el informe de Save the Children.
“Cuatro de cada cinco menores conviven con la depresión, el dolor y el miedo; en un “estado de tristeza, preocupación y pena perpetuo”, manifiesta el texto.
Alrededor de un millón de niños luchan contra el hambre, la deshidratación, las enfermedades, mientras una docena de tanques israelíes tocan las puertas de la ciudad de Gaza.
Con dolor han soportado la eternidad de la noche estremecida por los ataques y el color rojizo de la bomba rompiendo en mil pedazos las entrañas de su tierra.
Y me pregunto entonces, si logran dormir bajo los estruendos, ¿con qué sueñan los niños gazatíes? ¿ Con la vida, la felicidad, con el refugio eterno de la esperanza?
¡Ya Basta! ¡ Cese esta masacre del siglo XXI!
Llegue la esperanza hasta los infantes palestinos, que soportan la agonía.
(*) Periodista cubana, Colaboradora de Resumen Latinoamericano corresponsalía Cuba.