¿Está arraigada en la sociedad israelí la propensión a la crueldad?
Por Xavier Villar
Las imágenes de destrucción y muerte que deja el genocidio en Palestina revelan lo arraigada que está en la sociedad sionista la propensión a la crueldad y el racismo.
Los actos de brutalidad contra la población palestina se han convertido en una norma social y política, siendo abrazados, aceptados y repetidamente ratificados por los ciudadanos de Israel a través de sus instituciones.
Este impulso hacia la crueldad se manifiesta de diversas formas y es evidente en la insistencia de que cualquier desafío a la ocupación sionista, por pequeño que sea, sea respondido con formas de castigo colectivo diseñadas para infligir sufrimiento máximo a las familias y localidades de los perpetradores, como señala el antropólogo Charles Hirschkind.
Esta crueldad, que se extiende por todo el cuerpo político sionista, revela que la ocupación colonial y los beneficios obtenidos de ella son algo de lo que todos los ciudadanos israelíes, en mayor o menor medida, se benefician. En otras palabras, todos los ciudadanos, sin distinción entre supuestos conservadores y progresistas, obtienen beneficios de la ocupación colonial y la brutalidad hacia los palestinos.
Los efectos inmediatos de la brutalidad sionista son evidentes e incluyen la naturalización de la exterminación, expropiación, dominación, explotación, muerte prematura y condiciones que son peores que la muerte, como la tortura. Es importante destacar que todas estas acciones tienen lugar de manera constante, no como respuesta a conflictos específicos. Es decir, forman parte del sistema racial mediante el cual el sionismo intenta mantener su visión del mundo. Esta perspectiva, para el colonizado palestino, se traduce en vivir a la espera de la muerte o de lo que se ha definido como condiciones peores que la muerte. El colonizado vive anticipando la denigración, la humillación y el asesinato.
Como explica el filósofo puertorriqueño Nelson Maldonado-Torres, la vida se experimenta como en una cámara de tortura, otorgando a la existencia una abrumadora sensación de ser peor que la muerte. De manera similar, ser colonizado implica vivir en constante espera de la posibilidad de que el propio cuerpo sea violentado por otro, por el colonizador.
Hoy en día, en la Entidad Sionista, la corriente de opinión pública mayoritaria parece converger en un llamado a erradicar la “amenaza palestina”. Hace apenas unos meses, algunas voces liberales intentaban explicar cómo los “israelíes progresistas” salían a las calles para protestar contra una reforma judicial que “ponía en riesgo la democracia en el país”. Sin embargo, como se está viendo en estos días, estos sionistas preferían seguir viviendo en la fantasía de una “democracia” en peligro sin tener que pensar en los palestinos y, aún más importante, sin cuestionar sus propios privilegios. Estos privilegios se mantienen a través de la opresión de otros.
Ese movimiento de protesta no puede ser interpretado como una lucha por la preservación de la “democracia”, sino más bien como una lucha por seguir disfrutando de derechos que se fundamentan en la privación y opresión del pueblo palestino. Resulta evidente, dada la realidad del genocidio palestino, que la diferencia entre sionistas progresistas y conservadores es irrelevante para los palestinos y para su sufrimiento.
Ni Netanyahu ni los llamados “sionistas progresistas” pueden ofrecer una respuesta justa y no racista a los palestinos oprimidos. El sionismo, por su naturaleza, se comporta como una maquinaria colonial y racial, sembrando muerte y destrucción entre aquellos que identifica como “otros”. No existe otra posibilidad política para el sionismo; ninguna solución “progresista” puede eliminar la conexión intrínseca del sionismo con el colonialismo y la supresión física de aquellos a quienes ha construido como no-humanos.
Por eso, la política tanto de Netanyahu como de los llamados “sionistas progresistas” es la misma con respecto a los palestinos: “exterminar a los salvajes”. Las declaraciones de políticos sionistas en estos días ponen de manifiesto que la categoría de “salvaje” es intercambiable con otros términos deshumanizadores como “sub-humanos”, “cucarachas”, “una manifestación cancerosa”, “parásitos” o “animales humanos”.
Todo este despliegue discursivo, en el que participa y del que se beneficia, en distintos grados, toda la sociedad sionista, está construido sobre la eliminación física e ideológica de cualquier vestigio palestino.
La “eliminación del salvaje” es, en última instancia, lo que une a la sociedad sionista en contra de los colonizados, especialmente contra aquellos colonizados que se niegan a aceptar el estatus quo de muerte y destrucción colonial.
Esta violencia colonial vuelve a mostrar, de manera brutalmente clara, los vínculos del sionismo con el proyecto occidental. Las raíces ideológicas del proyecto sionista están profundamente arraigadas en la violencia inherente al proyecto occidental.
Es contra ese sistema de muerte y destrucción que la Resistencia palestina se rebela. Es un movimiento de revalorización de la vida palestina, una búsqueda política por presentarse como humanos frente a un sistema político que los excluye una y otra vez hacia la zona del no-ser.
Tomado de HispanTV / Foto de portada: Anadolu